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Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Gorilas en el virus

Gorila
24 de noviembre de 2022 06:01 h

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El 25 de junio del 2008, en el Congreso de Diputados, Joan Herrera (IC-Verdes) advirtió, con más de una década de antelación, del peligro que representan las pandemias para todos los homínidos. Presentó una Proposición No de Ley, semejante a la presentada por Francisco Garrido (PSOE-Verdes) el 25 de abril del 2006, pidiendo una Ley de Grandes Simios que diese a todo homínido la protección necesaria, dentro y fuera de España, para aguantar la embestida de un virus global. Nadie imaginó las proporciones que tendría la pandemia, aunque ya deberíamos estar acostumbrados a que, cuando nos alertan de un peligro ecológico, las cosas acaben siendo mucho peor que lo anunciado.

La llegada del coronavirus a África y al Sudeste Asiático pone en peligro a las nueve especies que quedan de homínido no humano: los chimpancés, los bonobos, los orangutanes de Borneo, de Sumatra y Tapanuli, y los gorilas orientales, occidentales, de montaña y del río Cross.

Todos los homínidos no humanos son muy vulnerables a las enfermedades respiratorias humanas y casi todos están aún sin vacunar. Por ello, cabría suponer que el virus representa para ellos un peligro mayor que el impacto económico de la pandemia. Sin embargo, de momento no ha sido así. El impacto económico de la pandemia fue duro en casi todos los países. Pero mientras que los más desarrollados han terminado beneficiándose del ahorro de tiempo y dinero que supone el teletrabajo y la automatización, otros siguen afectados por la deuda sanitaria y la caída del turismo. La importante inyección de divisas que suponían los equipos extranjeros haciendo documentales, y el alojamiento y avituallamiento de científicos, fotógrafos y turistas, eran imprescindibles para las economías locales de los lugares donde todavía hay simios. Y además de la labor de vigía informal que ya hacían estas personas, había guías y guardias del parque, disuadiendo a los furtivos, a los grupos armados y a las mafias del carbón, el coltán y el aceite de palma. Como Peter Singer y yo explicamos en Los derechos de los simios  (Trotta, 2022), el virus rompió este precario equilibrio.

Con su llegada todo se detuvo. La gente se ausentó de sus lugares de trabajo habituales e incluso el campamento de Jane Goodall en Gombe, que no había interrumpido su actividad por ningún motivo en sesenta años, logrando el récord mundial del estudio científico ininterrumpido de otra especie más largo de la historia, tuvo que cerrar por el coronavirus. El segundo estudio más largo, el de Biruté Galdikas en Indonesia, pudo continuar gracias a que, desde el Proyecto Gran Simio, recaudamos fondos para comprar mascarillas y desinfectantes que permitiesen a los voluntarios seguir curando orangutanes sin contagiarles la enfermedad.

El precario equilibrio se rompió porque las personas faltaron de sus lugares habituales de trabajo y el desempleo coincidió con la falta de fondos para la vigilancia y la conservación. Y a río revuelto, ganancia de cazadores. Se intensificaron las incursiones en los territorios simios en busca de recursos o directamente en busca de nuestros hermanos evolutivos. Entraron a capturarlos vivos para venderlos a zoos, a particulares y a atracciones turísticas, como los torneos de boxeo y las obras de teatro que obligan a representar a los orangutanes en países como Indonesia, Tailandia y Camboya. Y también entraron a capturarlos muertos, para hacer trofeos con su cabeza, ceniceros con sus manos y veinte amuletos de dedo por cada simio. Incluso entraron para comérselos, lo cual supone, a su vez, un alto riesgo de nuevas pandemias zoonóticas. Aparecieron muertos guardas forestales, a veces hasta seis juntos, y numerosos simios que habían logrado esconderse de sus perseguidores, aun estando malheridos, no se salvaron porque nadie los encontró a tiempo.

Cada vez que una zona se queda sin grandes simios, no solo pierde su gran atractivo turístico, sino también parte de los fondos dedicados a la conservación. Con ello, entra de nuevo en el círculo vicioso: más pobreza, menos vigilancia, más inseguridad, más incursiones en los parques naturales para roturar, extraer recursos o cazar, menos biodiversidad, más tráfico de especies, y más pandemias. Si no rompemos este círculo vicioso, la situación del planeta solo puede empeorar.

Como recalca siempre Fernando Valladares, una baja biodiversidad es la gran enemiga de la salud pública; y como recalca siempre Jane Goodall, la gran enemiga de la biodiversidad es la pobreza. La pobreza hace que aumente el furtivismo, que acaba generando más pobreza y más pandemias, que, a su vez, van a generar más pobreza y a afectar cada vez más a las poblaciones simias debido a que su tamaño sigue menguando.

La relación entre el tamaño de una población y la gravedad de una pandemia es múltiple. Si hay más individuos, primero, hay más posibilidades de que algunos logren sobrevivir; y segundo, tenderá a haber más diversidad genética, por lo que habrá más respuestas inmunitarias o conductuales y más posibilidades de que algunas de ellas permitan la supervivencia. La mayoría de las especies se reproducen sexualmente, ya sea con hermafroditismo, cambio de sexo o al estilo mamífero tradicional, porque los hijos que nacen de dos individuos son más variados que los que nacen de solo uno. Las especies que se clonan son inmensamente vulnerables: un mero cambio de temperatura puede hacer que, al ser todos iguales, se mueran todos de golpe. En tercer lugar, cuantos más individuos, más fácil es evitar la endogamia, y mantener así poblaciones más diversas, sanas y resistentes.

Cuando hay pocos individuos, como en los criaderos o los zoológicos, y como está empezando a ocurrir con los Tapanuli y los gorilas del río Cross, es más probable que terminen cruzándose entre parientes. Esto reduce la salud y la inmunidad, y aumenta la mortalidad. Una de las razones de ello es que las peores patologías hereditarias se transmiten porque se ocultan en genes recesivos. El portador de una sola copia de un gen recesivo se reproduce como cualquiera porque no manifiesta la minusvalía o enfermedad. Cuanto más emparentados estén los padres, mayores las posibilidades de que los hijos reciban dos copias del mismo gen que afecta a esa familia, y no puedan ya escapar a su manifestación. Los estudios de Robert Trivers muestran que, en humanos, esto ocurre con los hindúes y musulmanes que, obligados o presionados, se casan entre primos y dentro de la misma casta, y en otros animales, en poblaciones cautivas. Cuando son libres, tanto los humanos como los otros animales huyen de la endogamia como de la peste.

Esta es una de las razones por las que acercarse a la extinción no solo perjudica a la especie, sino también al individuo, con lo que aquí convergen las preocupaciones ecologistas y animalistas. Y dada la penuria económica de las poblaciones humanas que conviven con las demás poblaciones homínidas, es necesario aunar fuerzas y hacer un llamamiento a la cooperación internacional para que nuestros hermanos evolutivos no desaparezcan.

Promulgar una Ley de Homínidos o Grandes Simios en España, además de ofrecer una protección muy necesaria a todos los homínidos del país, ayudaría a que Naciones Unidas firme una Declaración Universal de los Derechos Homínidos. Esto, a su vez, nos acercaría a un reconocimiento internacional de los derechos del animal.

Por todo ello, es muy importante que envíes a direcciónpgransimio@gmail.com una carta dirigida a la Dirección General de Derechos de los Animales, del Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030, en apoyo a la Ley de Homínidos o Grandes Simios en que están trabajando. Es una pieza esencial para salvar a los simios y para romper el círculo vicioso que está destrozando el planeta.

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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

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