Alberto Iñurrategi, Juan Vallejo y Mikel Zabalza llegaban ayer al Campo Base, completamente agotados. Vallejo arrastrando su petate con el brazo derecho, “dolorido pero estoy bien; quizás tenga una pequeña fisura en el hombro izquierdo”, después de que le cayera un bloque de granito del tamaño de “medio microondas” cuando escalaba los últimos largos a la cima de la Torre (6.050 metros) que han conseguido liberar para la historia de la escalada alpina.
La expedición WOPeak se trae a casa la nueva vía que abre la vertiginosa y monumental pilar de la vertiente Sur del Paiju Peak tras haber entrado y salido de esa pared en un tiempo récord, 10 días, donde lo han dado todo. “Salimos el sábado 19 de julio. Han sido 10 días de ataque, de campo base a campo base, y todos los días hemos hecho 10/ 12 horas de actividad donde nos hemos esforzado al máximo. Técnicamente la vía ha resultado ser muy dura y hemos encontrado dificultades en escalada artificial de hasta 3, en libre hasta 6b y en mixto hasta m5. Esta torre tiene la particularidad de tener un componente muy alpino, por su acceso, por su final y por los peligros continuos, de caída de hielo y a veces de piedras. Por eso digo que de las vías que he abierto, ésta ha sido la más dura por longitud, dificultad y por ese componente alpino: para llegar a la cumbre de la Torre, que es muy alpina también, hay unos largos de arista muy alpinos que son comprometidos”.
Uno de esos momentos de peligro sorprendió al equipo el mismo sábado, cuando llegaban al techo del pilar, con la caída de un bloque de granito que alcanzó a Juan Vallejo en el hombro izquierdo. Se temían lo peor, pero el vitoriano es “como el granito”, asegura Zabalza y los calmantes y antiinflamatorios del botiquín de urgencia que estaban en el campo de hamacas ayudaron un poco. Vallejo no pudo escalar el último largo hasta la cima de la Torre, un hongo de nieve con una arista extremadamente vertical y finísima.
Detrás de esa cumbre, Iñurrategi y Zabalza se dieron cuenta de que a veces la realidad puede ser muy diferente a lo que uno imagina. Tras una arista complicada, una barrera de seracs donde continuamente caen trozos de hielo protege o imposibilita el acceso a la cumbre (6.610) del Paiju peak desde esa vertiente. Zabalza lo resumen en tres palabras, “Sería un suicidio” y un absurdo desde el punto de vista de un alpinista.
“La sensación con la que nos hemos quedado ha sido muy grata porque la verdad es que la escalada nos ha costado un montón en todos los sentidos, físico y psicológico; hemos escalado muy al límite, al límite de nuestras fuerzas. No hemos descansado casi nada durante toda la expedición y hemos llegado al Campo Base con el último aliento”, asegura Alberto Iñurrategi.
Y allí están, en el Campo base, a 3.400 metros de altitud junto con el cámara David Maeztu que ha subido y bajado incontables veces esos 1.800 metros de desnivel de pedrera infernal para grabar al equipo, cargar baterías, ayudarles a portear material y desayunar con ellos en el campo 1 una tortilla de patatas antes de bajar toda la carga al Base.