A 35 años del ascenso ‘impensable’ del CD Tenerife

ACAN

Santa Cruz de Tenerife —

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El 2 de julio de 1989, hoy hace 35 años, el CD Tenerife empezó a reescribir su historia en el Benito Villamarín. Aquella noche de calor sofocante, con poco más de dos mil birrias desplazados hasta Sevilla para poder ser testigos del sueño de toda una generación de aficionados, el grupo dirigido por Benito Joanet alcanzó el paraíso.

Pese a caer (1-0), el Tenerife hizo bueno el 4-0 labrado en la ida de la promoción en el Heliodoro y consiguió su segundo ascenso a Primera División, 28 años después del obtenido en 1961 en el campo del Extremadura.

Citado en la eliminatoria, como tercero de la categoría de plata, con un equipo plagado de estrellas (Pumpido, Calderé, Rincón, el Pato Yáñez, López Ufarte…), el Tenerife había afrontado la ida como si no hubiera un mañana. Arropado en el Heliodoro por una afición que olvidó, en nada, la crisis abierta unos días antes por la negociación de la prima de ascenso, Rommel abrió la brecha en el primer tercio (m.29), ahondó la herida recién iniciado el segundo acto (m.46) y entre Julio (m.77, en propia puerta) y El Ghareff (m.79) se consumó una goleada inimaginable que dejó al Tenerife a un paso del olimpo.

La vuelta en el Villamarín pudo con todos los factores que ponían en riesgo semejante ventaja. Ni las cuarenta y tres mil almas verdiblancas que llenaron el estadio, ni el juego bronco permitido por Rojas Marcos, ni el calor o la historia… el gol tardío de Chano –luego blanquiazul ilustre– en el minuto 80, cuando ya el partido moría, pudo a los méritos del representativo en el primer capítulo. Caída la noche en la avenida de la Palmera, el Tenerife volvía a ser equipo de Primera.

Aquella gesta rematada en Heliópolis iba a inaugurar un periodo de diez años en la élite que colocó al Tenerife en el primer plano del fútbol nacional y que, por dos veces, lo asomaría también al balcón de la competición europea. La parte más brillante de su historia centenaria trayectoria respondió al empeño de Javier Pérez, el presidente soñador que supo contagiar su ambición a toda una Isla.

Fabricado para pelear por la permanencia por José Antonio Barrios –en el enésimo servicio brillante para el club de su vida, ahora como director deportivo–, el Tenerife de Joanet había superado todas las expectativas durante un campeonato de Liga en el que le pasó de todo: la fuga de su portero titular (Salva) en pretemporada, la derrota ante el Marino en la final del Trofeo Teide, el tropiezo (1-2) contra el recién ascendido Salamanca en el debut liguero en el Heliodoro, la victoria (3-1) frente a Las Palmas en el derbi del pleito insular, el sorprendente triunfo (1-3) en Riazor, la victoria (0-1) en Mollerussa mientras el árbitro huía de la afición local en un partido que nunca acabó…

La dura derrota en Jerez en la décima jornada (4-0) dejó a Joanet en la puerta de salida, pero seis victorias ligueras seguidas colocaron como líder a un grupo que, además, eliminó al Castellón de la Copa del Rey. A partir de entonces, el Tenerife no perdió el rol de candidato al ascenso y aunque no le dio para acceder por la vía rápida de los dos primeros clasificados (Castellón y Rayo Vallecano) llegó a la promoción armado de ánimo y fútbol.

El director. Cocinero antes que fraile (portero con 150 presencias en Primera y Segunda, dos ascensos con su Deportivo del alma), Benito Joanet (1935-2020) hizo una familia del vestuario blanquiazul hasta sacar la mejor versión de muchos de aquellos futbolistas. Por el camino, buscó la eficacia –y la encontró–a través del balón parado, la solidez defensiva y las contras. Y puso un toque de autor desconocido en la Isla con la introducción de las rotaciones en el once. Como Rafa Benítez tras el ascenso de 2001, no siguió en el representativo pese a lograr la gloria y en un ejercicio de honradez infrecuente confesó sentirse “incapaz” de dar una lista de descartes y volver a exigir lo máximo “a unos jugadores a los que quiero como si fueran mis hijos”.

El solista. Rommel Fernández Gutiérrez (1966-1993) fue el brazo ejecutor de la ofensiva del Tenerife 88-89. Panameño llegado por accidente a la Isla para disputar un extravagante Mundial de la emigración, el Tigre Barrios vio un potencial de delantero de élite en aquel muchacho que no pudo participar del ascenso blanquiazul a Segunda en 1987 por problemas burocráticos, pero pudo eclosionar en el curso 87-88 (once goles, tres en Copa) y hacerse con el liderazgo sobre el césped en la mágica temporada siguiente: 17 tantos en la Liga, dos en el 4-0 de la ida de la promoción y tres en la Copa.

Un accidente de tráfico que acabó con su vida cuando militaba en el Albacete Balompié agrandó su leyenda entre un tinerfeñismo que lo sigue venerando al nivel de sus más insignes leyendas.

Y la orquesta imprescindible. El Tenerife diseñado por Barrios, conducido por Joanet y liderado por los goles de Rommel hizo bueno como pocos una frase celebrada de Alfredo Di Stéfano: “Ningún jugador es tan bueno como todos juntos”. Y aquel equipo que carecía de estrellas lo confirmó haciendo de la convivencia fuera del campo la mejor receta para amasar el éxito del 2 de julio de 1989.

En un once tipo con cinco canarios (David, Isidro, Quique Medina, Luis Delgado y Víctor Matute), el adoptado Rommel y un quinteto de foráneos solventes (el portero Belza, los centrales Herrero y Lema, el brasileño Guina –un ocho brasileño irrepetible– y el delantero –y exbético– Perico Medina), el Tenerife fueron estos y otros tantos igual de importantes.

Así, los porteros Salva (siete partidos) y Urcelay (inédito), los defensas Toño –el gran capitán– y Pedro Martín, los mediocampistas El Ghareff, Mínguez y Tata y los delanteros Husillos, Chalo y Lope Acosta. Y los también inéditos Sigfrido, Bartolo y Johnny. Todos, nadie es tan bueno como todos juntos… explican, treinta y cinco años después, aquel ascenso impensable.