Generosidad en el deporte, la base del atletismo de Juan Moreno: “Si llega un muchacho con un poco de voluntad, hay que ayudarlo”

Hablar de Juan Moreno significa hablar de cientos de historias. Atleta, entrenador, padre, amigo, marido… Juan empezó en el mundo del deporte para ganar la carrera a la tuberculosis, pero su dedicación y constancia le convirtieron en un referente del atletismo.

Durante más de 60 años calzándose las zapatillas, el atleta contagió su pasión a las generaciones de jóvenes, adultos y mayores que confiaron en él para correr. De manera desinteresada, Moreno entrenó a todo aquel que quisiera con una sola condición: tener voluntad. Desde bien joven, compaginó su trabajo de tapicero de coches con el atletismo, una disciplina que aprendió entre las calles de Las Palmas de Gran Canaria y Telde y que aún guardan las pisadas del corredor vanguardista.

En 1962, fundó el Club Atlético Independiente que sigue sus andanzas hasta el día de hoy. Se especializó en carreras de maratón y media maratón, participando en pruebas, como la New York City Marathon en 1990 o la Gran Canaria Media Maratón en 2007 en la que fue subcampeón. Durante varios años consecutivos, fue campeón de la San Silvestre Internacional de Maspalomas.

Sin embargo, su compromiso en la pista estaba principalmente como entrenador y compañero, una faceta que él recuerda como su razón de ser en el atletismo y que muchos y muchas guardan en su memoria. Preparador de atletas, como Pablo Moreno Hernández y Alberto Cabrera Gil, el atletismo en Canarias tiene el nombre de Juan Moreno gracias a su compromiso y generosidad.

Para quienes no te conozcan, ¿quién es Juan Moreno?

Juan es un niño que se enfermó de tuberculosis con seis años. Estuve metido en casa hasta los nueve años y me internaron a los diez en el Hospital San José junto a mi hermana de seis años, porque contagiábamos a mis hermanos. Así empecé a correr, a los 16 años. El médico me dijo que era bueno para la tuberculosis, pero mi madre, preocupada porque había estado enfermo toda la vida, decía: “Ahora este niño se va a poner a correr, se me va a poner malo”. El médico la tranquilizaba y le decía que eso era bueno para mí. Y eso que a ella le gustaba caminar. Cuando cobré mis primeros sueldos y le daba las 100 pesetas, le encantaba ir al mercado e iba caminando desde San José. No sé si eso fue lo que me metió en el atletismo, porque era una marchante tremenda. Nadie la gobernaba.

¿Cómo te iniciaste en este deporte?

Me acuerdo que empecé una primavera. Todo lo bueno, lo que emprendo, me ocurre en abril. Cuando me dijo eso el médico, caí en un grupo de amigos de San José en el que a uno le gustaba lanzamiento, otro velocidad, otro medio fondo… Entonces, a los 18-20 años fundamos un club que todavía existe: el Club Atlético Independiente, hoy CAI Gran Canaria. Tiene más años que Matusalén. Es una historia que hemos hecho entre todos, pero fue Paco Ríos quien me inició en eso. Era saltador de pértiga y le gustaba la gimnasia deportiva. Él era el más voluntarioso de todos y fue quien me metió la disciplina. Iba a casa a buscarme a las siete de la mañana y me metía un silbido para que bajara e íbamos en bicicleta hasta Martín Freire para entrenar. En la Ciudad Deportiva, hacíamos los entrenamientos hasta que llegaba la hora de ir al trabajo, a las ocho de la mañana. Cuando estás en un grupo y entrenas con otro amigo, ese te arrastra a ti. Sabes que está esperándote y vas tú también a entrenar. Así ha sido la norma toda la vida, con toda la gente que he conocido. No era el ser campeón, era practicar el deporte por la amistad, porque teníamos un grupo de amigos que bueno, se van unos y vienen otros, pero yo siempre me quedé ahí. Yo esperaba a todo el mundo para entrenar, sin que se me hiciera tarde para ir a trabajar, claro. Así ha sido hasta la fecha. Si llega un muchacho con un poco de voluntad, hay que ayudarlo para que se sienta feliz en el deporte, como lo he sido yo. El deporte es sacrificado, hay que batallar mucho para correr un poco. Los que tienen cualidades no se quedan en el deporte. Al final, terminan creyéndose “los chachis” y lo dejan. Los “malos” son los que se mantienen en el deporte.

¿Cómo fueron tus inicios como entrenador?

Por aquel entonces, me saqué el carnet de entrenador con 35 años y no es como ahora: “Yo soy entrenador físico, yo cobro por eso”. En mi caso, era todo lo contrario: “Vamos juntos a entrenar, yo te entreno”. Si tienes voluntad, yo estoy ahí contigo. Así ha sido toda la vida. He tenido un montón de amigos que me recuerdan por el ambiente, porque en ese tiempo los fondistas hacíamos más piña que en velocidad o en saltos. Nos reuníamos más, nos íbamos al campo, de comilona, pero siempre a correr primero. En 1979, ya pudimos entrenar en un gimnasio, que era una maravilla. Corríamos en redondo dentro del gimnasio y fuera tenía una pista de atletismo. Hasta las diez de la noche estábamos allí. En ese tiempo, tuve el mejor equipo junior de la época. Fue nuestro primer centro, porque nos lo dejaron, pero antes nos reuníamos por la ladera, porque es lo que tiene el fondista, que corríamos por todo San José hasta llegar a Tafira Alta. Unas palizas tremendas, claro. Incluso los domingos salíamos a correr desde Martín Freire. Cuando me hice entrenador, impartí clase porque me gustaba, no es como ahora que cobran y montan el negocio. Si yo hubiese hecho eso en aquella época, hubiese tenido más perras que las que tengo ahora.

¿No cobrabas a la gente?

No, nunca. En el atletismo no se cobraba nada ni se pagaba por correr. Ahora pagamos por todo. Antes te comprabas las zapatillas a plazos. Las primeras que me compré fueron en la tienda Safari. Cuando estaba en Venega, pasaba caminando para ir a trabajar y veía las zapatillas en el escaparate. Estuve ahorrando 50 pesetas todos los meses para conseguir las 650 que valían las zapatillas. Ahora no cuesta nada, pero antes era todo currado. El bolso de deporte me lo hacía yo incluso. Es ahora y mi hija me dice: “Papá, me puedes hacer un bolso como los que haces”. Para entrenar llevaba el bolso y las zapatillas amarradas colgando desde San José a Martín Freire, como si tuvieras un trofeo colgado. El primer día que las compré, estaba desesperado por ir a la Ciudad Deportiva y, cuando llego allí, había un chico que era el mejor de velocidad de Canarias y cuando estaba haciendo el hoyo en el suelo para hacer el taco de salida, me dijo: “¿Me las prestas para correr 100 metros?” Se las dejé y el primero que las estrenó fue él. Me decía: “Están cojonudas las zapatillas”. Y yo pensando que como para no, que me habían costado 650 pesetas. A él se las podía haber comprado el padre, porque eran gente de dinero, pero en ese tiempo los padres no eran tan generosos aunque tuvieran perras. Toda mi vida ha sido conseguir las cosas a base de sacrificio. Mis hijos han cogido esa parte de la enseñanza por cómo es uno, no porque les diga que tienen que ser así. Nunca les he dicho que tienen que estudiar y ellos han sacado sus estudios. 

¿Tu mujer y tus hijos también se dedicaron al atletismo?

Sí, todos. Como era un apasionado, mi mujer se hizo juez de atletismo. Ese es otro de los caminos. Yo no era famoso, más bien me conocían por la amistad que tenía con todo el mundo, pero ella lo era más que yo. Con el carácter que tenía, se ganaba a todo el mundo. Cuando murió mi mujer, un señor me llamó y me dijo: “Lo siento, Juan. Tuviste suerte con tu mujer”. Y yo le dije: “Me gané la lotería, pero la suerte hay que cuidarla, no viene sola”. Ella te quería, sí, pero tú también le tienes que corresponder, no es: “Tú estás aquí para lo que yo diga”. Todo el mundo tenía una anécdota de ella. El trabajo que de normal lo desempeñaban varios, ella lo hacía sola: juez de salto, juez de carrera… Y con una habilidad impresionante. Éramos una piña. Si teníamos que quedarnos hasta la madrugada trabajando para salir adelante, nos quedábamos. De hecho, le decían “la tapicera”, pero en realidad aprendió tapicería por narices. Estábamos destinados a estar juntos toda la vida y es una persona que todavía sigo recordando demasiado. Todos estábamos metidos en el atletismo, mis hijos incluidos. 

¿Sigues corriendo actualmente? Nadie diría que tienes la edad que tienes, Juan.

No, ahora lo que hago es caminar. Desde los 72 años, tengo 81, pues desde entonces no corro. Hace 66 que empecé a correr y he tenido mejor forma con 40 años que con veintitantos, de tanto entrenar. Tenía una disciplina de 150 kilómetros semanales entrenando y eso era lo mínimo que entrenaba. Hubo un tiempo que hacía 200 kilómetros semanales y comía siete veces al día. 

¿Ser mediofondista es una categoría que ustedes eligen o va con respecto a las capacidades de cada uno?

Claro, por sus capacidades. El mediofondo es una persona que corre un 800. Por muy malo que seas, haces dos minutos. Alberto Cabrera hacía 1:53 cuando entrenaba conmigo. En 1.500, 3:53. Era el mejor en Canarias en esa época y, claro, tampoco es que se haga solo por sus condiciones, hay que currar mucho para hacer esas marcas aunque seas bueno. Esa especialidad siempre me ha gustado porque la practicaba, pero también me defendía en salto, en velocidad, de fondo… porque conocía los entrenamientos. Tienes que tener conocimientos y que alguien te dirija. En mi caso, tuve la suerte de tener como primer entrenador a Arturo Poniker. Tienes que caer en unas manos que te enseñen a entrenar este deporte. Me acuerdo un día en la Ciudad Deportiva, entrenando a Alberto, que estaba sentado con Arturo y me dijo que le gustaría entrenar a Alberto. Claro, a todos los entrenadores les gusta entrenar a alguien que sea bueno, no a un paquete, porque tienen el camino hecho. Pues me preguntó que quién creía que era su entrenador. Y Poniker fue quien me entrenó a mí. Sus entrenamientos eran avanzados en ese tiempo, técnicamente. Esa es la aplicación de quien te enseña, lo apliqué igual que él lo hizo conmigo. Luego, él lo reconoció cuando se lo dije: “Todo lo que hice contigo lo estás haciendo con él. Alberto no corre porque solo tiene cualidades, corre porque entrena”.

¿Cuál fue tu primera competición?

Con 18 años, en Burgos. Fuimos los seis mejores de Gran Canaria. Bueno, de Canarias, porque competimos con los de Tenerife para ir al campeonato y finalmente fuimos todos de la misma isla. Allí era muy difícil de ganar, porque estaba por ejemplo Mariano Haro, que en ese tiempo era el rey del mambo. Iba pasando y te iba tocando. Cuando llevabas dos vueltas, aparecía y decía: “Chaval, apártate”. En Barcelona, también corrí con él y a los 2.000 el tío iba doblando gente. Correr con él fue un placer. En las Olimpiadas de 1972 quedó cuarto. Tenía unos ritmos y unas marcas buenísimas. 

¿Ganaste algún premio?

Premios importantes no. Me acuerdo que recibí un trofeo de primer puesto en mi primera carrera de cross. El premio es la constancia que he tenido, no hay mayor premio que ese. Tampoco he sido muy bueno, pero constante sí. Mi hermano sí, que fue de los primeros a los que entrené. Cuando íbamos a la península y quedaba en segundo puesto, eso era una alegría mutua, porque mi hermano tenía un riñón solo y mi madre decía: “Si este niño juega al fútbol, le dan una patada y lo matan”. Y yo le decía: “Tú no te preocupes, que este va a hacer atletismo”. Y fue mejor que yo, mucho mejor. No he sido un tío relevante en ese sentido.

Pero como tú dices, tu lado ha estado en la enseñanza, que no deja de ser importante.

Eso sí. Yo tampoco lo creía tan importante, pero como a mí me gustaba, compartía ese gusto para que los demás sintieran lo que yo sentía con el atletismo. En realidad, tienes que transmitir lo que tú haces y eso para mí era lo mejor.

Mencionaste que no cobrabas a tus alumnos. ¿Cómo subsistía el club?

Yo tenía mi trabajo de tapicero, por mi cuenta. Trabaja hasta las once de la noche y luego me iba a entrenar. Íbamos por la avenida del sur hacia Telde y luego vuelta a casa. Terminábamos de trabajar y salíamos a correr. Mi mujer me decía: “¡A dónde vas ahora, muchacho!”. Y yo le decía desde abajo: “¡Tírame los pantalones!”. A toda pastilla 13 kilómetros en menos de una hora. Y ella aguantándome la pavana. Por aquel entonces, el club se mantenía de las aportaciones de las carreras que organizábamos, desde el año 80 para en adelante. Todas las perras que hacíamos eran para el club, para comprar equipaje, zapatillas… El practicante no pagaba un duro, ni por correr ni por nada.

Ayudaste a personas con problemas personales a través del deporte, ¿cierto?

A mí me llegaron a decir chicas que, si no me hubieran hecho caso, hubieran acabado en la droga. Hace pocos años, una chica que era una máquina corriendo me dijo: “Me libraste de estar en la mierda, Juan”. Luego ella se fue al extranjero y formó allí su familia. Vino cuando me hicieron mi primer homenaje. Ahí es donde se nota lo que te quiere la gente, porque no es lo mismo que te lo digan, que colaboren contigo en un momento dado.

¿Recuerdas alguna carrera con especial cariño?

La de Nueva York. Verte allí corriendo, subirte a la estatua de la Libertad y asomarte por el agujero, es un viaje inolvidable. Esa fue la alegría más sonada que recuerdo. Recuerdo que compré algunos regalos para mi mujer y mis hijos y a la más chica le compré unos vaqueros, que antes no había por ninguna parte. Eran de estilo rotos, como los que se llevan ahora, pues le traje aquello y me dijo mi madre: “Juanillo, te engañaron. Te vendieron los pantalones rotos”. Mira los años que nos llevan adelantados allí. Viajar es lo más bonito que hay. Aprendí mucho en ese viaje, experiencias muy grandes. En siete días aprendí más que leyendo libros por todos lados.

¿Ves alguna diferencia con el atletismo antes y ahora?

Ahora, es normal que la gente cobre, porque dedica su tiempo. El sistema nuestro se ve que ha puesto un pilar para que la gente ahora pueda vivir de eso. Ahora la gente estudia, tiene una carrera y no va a estar viviendo del amor al arte, la gente necesita vivir de eso. Es lógico que cobren, pero no es igual si el entrenador te dedica tiempo. Esa dedicación es porque tú eres así, no por sacar un duro. Yo entrené a personas de todas las edades, incluso gente mayor. “¿Y qué sacabas tú con ellos?” Eso me decía la gente. Hay diferencias de un entrenador a otro. La voluntad también es muy importante. Yo mismo, cuando empecé con esto, estuve un año para arrancar: iba un día, otro no. Un año para empezar a entrenar todos los días y lo conseguí gracias a mi amigo, que tenía voluntad. Todos tenemos un principio, pero claro, entre más lo haces, más experiencias tienes para disfrutar, porque yo no he hecho otra cosa que disfrutar con esto. Mis hijos, todos han hecho deporte.

¿Qué significa para ti el atletismo?

Mi vida. No hay más. Es lo que disfruto, me hace sentir bien. Hacer deporte es sentirlo. Le debo al atletismo la salud que tengo, nadie me dice que aparento 82 años, aparte de la genética, claro. El principal objetivo de mi vida es el deporte, porque te abre la cabeza y sabes estar en cualquier lado en el que estés. Tantos años y lo bonito del deporte es el poder integrarte con todo el mundo. Siempre he odiado a los viejos que dicen: “Toda la juventud está perdida”. El que está perdido eres tú, que no estás en esta vida. Hablo de jóvenes de hace treinta años y jóvenes de ahora. Te adaptas fácil a la forma de pensar que tiene la gente joven y yo creo que eso es lo que se me ha contagiado a mí, porque no eres más ni menos por ser mayor. Los mayores tenemos que adaptarnos. He aprendido más de la gente que he entrenado que ellos de mí, porque he tratado con muchos carácteres diferentes. También aprendí mucho de la gente mayor. Llegaban con dolores de caderas, operados y a los quince días se habían olvidado de todo eso. 

Si una persona que está leyendo la entrevista estuviese a un paso de hacer atletismo, ¿qué consejo le darías?

Que no hay milagros, que te darás cuenta de tus capacidades a medida que vas entrenando poco a poco. Si tú sigues entrenando, correrás como todos esos y más. Todo se hace, aunque no puedas hacer 20 metros. Todo eso lo consigues en poco tiempo. Con el deporte que quieras. No hay más vuelta ni explicaciones. Cuando mi hija me dijo que se quería dedicar a la pértiga, me formé para entrenarla. El salto ese es el más difícil que hay y el que necesita más forma. La gente me decía que no podía entrenar a mi hija y yo les decía: “Eso lo creerás tú”.