Todo pudo haber cambiado en el alargue del partido. Pekhart se coló entre la defensa blanquiazul y asistió a Rubén Castro, desaparecido en combate durante casi todo el derbi. El Moña hizo de las suyas y acabó derribado en el área.
Tenía la oportunidad histórica de resarcirse 15 años después de haber deseado el descenso del Tenerife a Segunda B y espolear el orgullo herido chicharrero. Aquel 7 de marzo de 2004 el Tete le metió un 2-0 a la UD, que fue quien acabó en Segunda B, y desde entonces los derbis son mucho más blanquiazules...
Pero el Clásico más clásico acabó en el VAR. El videoarbitraje mandó parar el penalti para dejar a la UD y a Rubén Castro sin su soñado once metros para tumbar al eterno rival como más duele: de penalti en el último minuto. Pekhart se había colado entre la defensa blanquiazul ¡en fuera de juego!
Las Palmas se quedó con la miel en los labios de una victoria que la fue buscando con más ahínco y criterio mediada la segunda parte. Sobre todo, cuando el Tenerife se quedó con un jugador menos, por la expulsión de Milla por roja directa. Justo uno de los blanquiazules más atinados hasta el momento. Y justo después de un primer tiempo que, aunque igualados a ocasiones, el control del mediocampo fue claramente local.
Fue el derbi de la hermandad, un derbi muy limpio y demasiado cargado de tarjetas para lo pulcro del partido. Tanto, que quizás al árbitro le pesó el excesivo castigo que había infligido a la UD con cartulinas amarillas, cuando decidió expulsar a Luis Milla por una clara entrada dura a Pedri. Otro de los desaparecidos en combate en la línea de ataque amarilla.
Tan limpio y noble fue este derbi canario que Tenerife y Las Palmas empataron a casi todo: a ocasiones para marcar, a posesión del balón, a intensidad y fases de dominio claro sobre el otro... y a no ver puerta.
Y por supuesto, a ambiente de gala en el Heliodoro. Con dos aficiones volcadas con sus equipos y sin grandes trifulcas entre ellas, en uno de los clásicos menos conflictivos dentro y fuera del terreno de juego y del estadio. Pero un derbi sin goles, tristemente, es como un jardín sin flores.
Y a pesar de toda la buena voluntad y todo el buen rollito que ha rodeado el Clásico canario, presente en Santa Cruz desde todo el sábado con aficiones entremezcladas por las ramblas o el estadio, a Las Palmas y Tenerife les queda un duro camino por recorrer para encontrarse con un juego claro, fluido y definido que acabe con el balón en el fondo de las mallas. Como debe ser.