Victoria del CD Tenerife en el exilio del Insular

ACAN

Santa Cruz de Tenerife —

Tras casi tres décadas de ausencia de la categoría, al Tenerife le costó cogerle el pulso a la Primera División en la temporada 89-90. Y aún más le costó adaptarse a los arbitrajes. Aunque el que perpetró el colegiado vizcaíno Benavente Garasa con motivo de la visita del Oviedo era difícil de interpretar. Ya estaban los aficionados enfadados cuando, pasada la hora de juego, se inventó un penalti contra el equipo local y ardió Troya. Sobre el césped cayó de todo y un objeto noqueó a un juez de línea. El partido se interrumpió seis minutos, hasta que el asistente recuperó la consciencia... pero el público no recuperó la calma. Así que se aproximaba el final y una tormenta de dimensiones bíblicas sobre el Heliodoro, cuando un gol de Quique Estebaranz en el minuto 94 dio la primera victoria liguera (2-1) a los blanquiazules e impidió la llegada del apocalipsis.

Lo que no impidió fue que clausuraran el Heliodoro. Así que el 5 de noviembre de 1989, el Tenerife se presentó en el Insular para jugar ante el Rayo Vallecano, un rival directo que también peleaba por la permanencia con los blanquiazules. No era su primer partido como local en la isla hermana. Ya lo había hecho en 1983, con victoria ante el Burgos y José Ramón Fuertes en el banquillo, camino del ascenso a Segunda División. Y también lo haría en 1994, con derrota (0-2) frente al Valladolid y Jorge Valdano como entrenador. Pero el día que nos ocupa, en aquel decisivo domingo de noviembre, más de tres mil tinerfeños acudieron al Insular para recibir al Rayo y alentar al grupo que entonces dirigía Vicente Miera y que formó con: Belza; Isidro (Guina, 68’), Quique Medina, Francis, Revert; Toño, El Gharef, Luis Delgado; Felipe, Rommel Fernández y Quique Estebaranz (Víctor, 83’).

El partido fue pésimo. A Miera le dio un 'ataque de entrenador': optó por jugar con tres delanteros (Felipe entonces lo era) y prescindió de Guina para salir con un único mediocentro, el marroquí El Gharef. Mediada la segunda parte tuvo que rectificar y dio entrada al brasileño, pero suplió a un defensa como Isidro y la zaga quedó desguarnecida. El Rayo vio la opción de ganar y asustó con una ocasión que Óscar Vivanco no concretó. Y Miera dio marcha atrás: quitó un delantero, reforzó el mediocampo con Víctor y retrasó a Toño al lateral derecho. Aunque el 'eterno capitán' no perdió ni ese día ni nunca su alma de delantero. Veinticinco goles como blanquiazul así lo atestiguan. Así, en el último minuto, Toño subió la banda, metió un centro-chut que Rommel no pudo rematar y, como seguía la jugada, se encontró con un rechace junto a la línea de fondo y rodeado de rivales.

En una situación así, agobiado por el cronómetro, el nulo espacio y la mala clasificación, no había tiempo para pensar ni forma de precisar otro centro. O lo que es lo mismo, una situación ideal para Toño: apostó por tirar a romper, sin ángulo y casi sin posibilidades de éxito. Pero Férez se tragó el disparo y el balón acabó en la red. Fue el 1-0 que dio al Tenerife una victoria agónica y vital, que le permitía respirar en la clasificación y ganar confianza en sus posibilidades. Luego, durante unos minutos, el Insular se convirtió en el Heliodoro.

(*) Capítulo del libro ‘El CD Tenerife en 366 historias. Relatos de un siglo’, del que son autores los periodistas Juan Galarza y Luis Padilla, publicado por AyB Editorial.