Confesiones de un birria
o confieso: no soy objetivo cuando escribo del Tenerife. Es mi equipo y me ha regalado tantas alegrías que el agradecimiento será eterno. Y eso me obliga a quererlo como si fuera ese amigo del que valoras sus virtudes y disfrutas de su compañía. Y del que rara vez reparas en sus defectos (si los tuviera). Y desde luego, con el que no me hago sangre si comete errores. Acepto que existan otras formas diferentes de querer y de aproximarse –incluso desde el odio permanente o el interés espurio– a un equipo de fútbol, pero no son las mías. Sigo viendo el fútbol como un juego, un deporte o un entretenimiento, no como algo vital. Y a mi equipo como un elemento gratificador, no como una vía para dar salida a frustraciones de todo tipo, tengan que ver o no con el fútbol y con el Tenerife.
Así que si lo que buscan en este texto son brutales críticas, exigencias inmediatas de dimisión, crueles insultos o burlas de todo tipo pueden dejar de leer. En esta columna no van a encontrar –ni hoy ni nunca– reproches despiadados a dirigentes, técnicos o jugadores... salvo que encuentre maldad en sus comportamientos. Y en Concepción, Moreno, López Garai o la actual plantilla blanquiazul no veo mala intención. Todo lo contrario. Sigo creyendo en el Tenerife 19-20. Y el partido en Anduva, pese al empate a cero, me hace seguir confiando en un proyecto bien construido y que, así lo pienso, puede dar muchas satisfacciones en esta misma temporada o en la próxima. Y que, sinceramente, para llegar al éxito puede necesitar ligeras modificaciones, pero no gigantescas revoluciones.
¿Y que es lo que necesita este Tenerife 19-20? Pues fundamentalmente, paciencia. Y paciencia desde la tranquilidad, no desde el histerismo enfermo que a veces invade el entorno blanquiazul. Porque el grupo que dirige López Garai hace más cosas bien que cosas mal. Es verdad que la plantilla es mejorable, que el técnico ha podido cometer errores en la dirección de los partidos y en la gestión del grupo y que los jugadores han tenido muchos fallos de valor gol que han costado puntos, pero detrás de todo ello hay un colectivo con mucho talento y más futuro, una idea valiente del juego, unos entrenadores que sienten pasión por su trabajo y por la entidad y un conjunto comprometido y sano, que cree en lo que hace, más allá de que los resultados puedan generar algunas dudas.
Y mientras llegan los resultados, ¿qué hacemos? Ustedes, lo que quieran. Está la opción de crucificar a López Garai, exigir la presencia de Dani Gómez, promover la idea de que Alberto ha sido castigado por ser canario y alimentar el intervencionismo de Moreno en las decisiones del entrenador. Yo prefiero disfrutar del camino y de un equipo que, lleno de dudas y urgencias, acude a Anduva y quiere ser protagonista, se adueña del partido durante ochenta minutos y, en los minutos finales, penalizado por su falta de pegada, sabe sobrevivir al arreón final de los locales para arañar un punto. ¿Poco premio? Puede ser, pero también lo veo como un primer paso para crecer como grupo y para saber que, si no comete errores graves, está capacitado para sumar en cualquier campo y ante cualquier rival.
P.D. Lo siento por los buscadores de sangre, pero sigo entendiendo que el fútbol no deja de ser un juego y el Tenerife un tipo del que me hice amigo porque lo quiero como es –aunque me pudiera gustar que fuera mejor persona– y no porque gana siempre. Y sí, llevo más de treinta años escribiendo del Tenerife y por simple interés personal debería preferir –y prefiero– que ganara mucho y estuviera en Primera División, pero no creo que le ayudara mucho si le exijo más de lo que me puede dar.
o confieso: no soy objetivo cuando escribo del Tenerife. Es mi equipo y me ha regalado tantas alegrías que el agradecimiento será eterno. Y eso me obliga a quererlo como si fuera ese amigo del que valoras sus virtudes y disfrutas de su compañía. Y del que rara vez reparas en sus defectos (si los tuviera). Y desde luego, con el que no me hago sangre si comete errores. Acepto que existan otras formas diferentes de querer y de aproximarse –incluso desde el odio permanente o el interés espurio– a un equipo de fútbol, pero no son las mías. Sigo viendo el fútbol como un juego, un deporte o un entretenimiento, no como algo vital. Y a mi equipo como un elemento gratificador, no como una vía para dar salida a frustraciones de todo tipo, tengan que ver o no con el fútbol y con el Tenerife.
Así que si lo que buscan en este texto son brutales críticas, exigencias inmediatas de dimisión, crueles insultos o burlas de todo tipo pueden dejar de leer. En esta columna no van a encontrar –ni hoy ni nunca– reproches despiadados a dirigentes, técnicos o jugadores... salvo que encuentre maldad en sus comportamientos. Y en Concepción, Moreno, López Garai o la actual plantilla blanquiazul no veo mala intención. Todo lo contrario. Sigo creyendo en el Tenerife 19-20. Y el partido en Anduva, pese al empate a cero, me hace seguir confiando en un proyecto bien construido y que, así lo pienso, puede dar muchas satisfacciones en esta misma temporada o en la próxima. Y que, sinceramente, para llegar al éxito puede necesitar ligeras modificaciones, pero no gigantescas revoluciones.