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OPINIÓN | 'En el límite', por Antón Losada

Adioses

Con Umbral pierde el periodismo español uno de sus más afamados columnistas, pero no necesariamente el mejor de la Historia, como dijo Pedro Jota, que para eso es el director del diario donde mantuvo durante los tres lustros últimos su artículo cotidiano el escritor fallecido de una parada cardiorrespiratoria. ¿Dónde quedaría, entonces, Julio Camba, sin ir más lejos?... Las columnas de Umbral quizás no resistan el paso del tiempo. Las de Camba han aguantado la apisonadora de un siglo. Pero don Francisco era, desde luego, un maestro. Maestro de la prosa poética y del sarcasmo, del que tantos han aprendido tan poco. Con los autores de su época, coetáneos y recientes, Umbral fue duro y crítico muchas veces hasta la crueldad. Nadie le respondió nunca con la misma moneda. De él han hablado bien y le han admirado incluso quienes no tenían la costumbre de leerlo. Deja atrás una obra extensa que, acaso, en un futuro no lejano algún nuevo Umbral se atreva a despanzurrar como el castizo inventor de palabros hizo con sus colegas. De Emma Penella me quedé con una breve conversa, encantadora y cordial, que mantuve con ella, una vez y por casualidad, en Valencia. Hace la tira. Era tan vitalista y mantenía una dureza tan tierna como la que se sospechaba de ella desde las luces y sombras de la pantalla. Y me quedo, sobre todo, con aquella Emma joven, maciza, hermosa, enamorada y hasta ingenua de El Verdugo, una de las películas más bellas, duras, comprometidas, sorprendentes y divertidas de la cinematografía universal. Hacía una pareja perfecta con Nino Manfredi. Hubo una despedida más en los noticieros de ayer, pero, en este caso, nos encontramos con un adiós que no apena a nadie, sino todo lo contrario, porque hasta se puede considerar positivo parea la cultura de este país. Rosa Regás, sabedora de que no contaba con la confianza del Ministro del ramo, dimitió como directora de la Biblioteca Nacional: Aleluya. Huérfana de buenas maneras y ajena al meritorio hábito de la autocrítica, doña Rosa manifestó tras agarrar la puerta y mandarse a mudar: - Estas cosas les pasan a muchas mujeres.Le salió a la Regás la vena feminista para denunciar que se marchaba a cuenta de una persecución machista inexistente. Chao, señora.

José H. Chela

Con Umbral pierde el periodismo español uno de sus más afamados columnistas, pero no necesariamente el mejor de la Historia, como dijo Pedro Jota, que para eso es el director del diario donde mantuvo durante los tres lustros últimos su artículo cotidiano el escritor fallecido de una parada cardiorrespiratoria. ¿Dónde quedaría, entonces, Julio Camba, sin ir más lejos?... Las columnas de Umbral quizás no resistan el paso del tiempo. Las de Camba han aguantado la apisonadora de un siglo. Pero don Francisco era, desde luego, un maestro. Maestro de la prosa poética y del sarcasmo, del que tantos han aprendido tan poco. Con los autores de su época, coetáneos y recientes, Umbral fue duro y crítico muchas veces hasta la crueldad. Nadie le respondió nunca con la misma moneda. De él han hablado bien y le han admirado incluso quienes no tenían la costumbre de leerlo. Deja atrás una obra extensa que, acaso, en un futuro no lejano algún nuevo Umbral se atreva a despanzurrar como el castizo inventor de palabros hizo con sus colegas. De Emma Penella me quedé con una breve conversa, encantadora y cordial, que mantuve con ella, una vez y por casualidad, en Valencia. Hace la tira. Era tan vitalista y mantenía una dureza tan tierna como la que se sospechaba de ella desde las luces y sombras de la pantalla. Y me quedo, sobre todo, con aquella Emma joven, maciza, hermosa, enamorada y hasta ingenua de El Verdugo, una de las películas más bellas, duras, comprometidas, sorprendentes y divertidas de la cinematografía universal. Hacía una pareja perfecta con Nino Manfredi. Hubo una despedida más en los noticieros de ayer, pero, en este caso, nos encontramos con un adiós que no apena a nadie, sino todo lo contrario, porque hasta se puede considerar positivo parea la cultura de este país. Rosa Regás, sabedora de que no contaba con la confianza del Ministro del ramo, dimitió como directora de la Biblioteca Nacional: Aleluya. Huérfana de buenas maneras y ajena al meritorio hábito de la autocrítica, doña Rosa manifestó tras agarrar la puerta y mandarse a mudar: - Estas cosas les pasan a muchas mujeres.Le salió a la Regás la vena feminista para denunciar que se marchaba a cuenta de una persecución machista inexistente. Chao, señora.

José H. Chela