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África y Europa: cambiar de paradigma

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Esta semana nos enterábamos de una denuncia muy grave de un grupo de organizaciones africanas y europeas, la Alianza Popular para las Vacunas, en relación con la pandemia que nos azota: Europa bloquea las propuestas que permitirían a los fabricantes del continente elaborar sus propias vacunas contra la COVID, al tiempo que acapara millones de dosis que van a caducar a finales de mes. Las cifras son para indignarse: la UE va a arrojar a la basura (por su próxima caducidad) 55 millones de dosis, 25 millones de dosis de vacunas más de las 30 que ha donado a África en los dos primeros meses del año. 

Conocimos esta denuncia justo antes de que se inaugurara la reunión de los líderes africanos y europeos en la Cumbre de la Unión Africana y la Unión Europea, que se celebraba esta semana en Bruselas. Una denuncia que demostraba con datos que, a pesar de la retórica de una relación especial con África y de un supuesto cambio en los paradigmas que han marcado el desarrollo de esta relación en el pasado, la UE -el mayor exportador de vacunas del mundo- ha mostrado tendencia a dar prioridad al negocio con las vacunas fabricadas en suelo comunitario (solo un 8% de las vacunas exportadas desde Europa ha acabado en África). 

De hecho, según estas organizaciones, países como Alemania se han opuesto ferozmente a las propuestas presentadas por Sudáfrica e India y apoyadas por la Unión Africana y otros países para una exención de la propiedad intelectual que permitiría la producción genérica de vacunas, pruebas y tratamientos contra el COVID. Estiman que un cuarto de millón de personas ha muerto como consecuencia de la COVID en África desde principios de 2022, casi 7.000 personas al día y sólo el 11% de los habitantes del continente han recibido la pauta completa (dos dosis) hasta la fecha.  

Mientras, vemos llegar noticias en el seguimiento diario que hacemos desde Casa África, como que a través de la Organización Mundial de la Salud (OMS) cinco países africanos recibirán tecnología y formación en la fabricación de vacunas, especialmente en aquellas con tecnología ARN, las que mayor impacto han tenido en todo el planeta en ir avanzando y, cada vez más, arrinconando al coronavirus. Todas estas noticias, a mi pesar, me suenan a relleno, a una lenta mejora de la situación, a la espera de un verdadero pronunciamiento solidario que, mucho me temo, no tendrá nunca el acuerdo suficiente como para que llegue.  

Lo que no sea una acción decidida ya hoy para avanzar en la vacunación en África podría ser el lamento mañana de que el contador ha vuelto a cero porque haya surgido una nueva variante. Porque donde más facilidad tiene el virus para generar nuevas variantes a través de sus mutaciones es donde precisamente no encuentre barreras por la existencia de vacunas.  

Tomando como pretexto lo que está sucediendo con las vacunas y la COVID, quiero confesarles que estoy convencido de que este momento es crucial para dar un giro de verdad a nuestras relaciones con África. Por pura y simple justicia y también por interés propio, totalmente egoísta, si quieren. Ha llegado la ocasión para ir más allá de la retórica y las formas, de un cambio cosmético, para lanzarnos a por una revisión genuina y profunda de nuestras relaciones.  

Soy un adepto a la doctrina de no dejar a nadie atrás. No lo considero caridad ni detenerse en el camino a esperar que otros avancen. Es un movimiento continuo, de ir uniendo hombros y voluntades e ir apoyándonos los unos en los otros para progresar. Muchos piensan que África no tiene nada que ofrecer en este proceso o se quedan en los recursos naturales, su posición estratégica, las migraciones o el yihadismo. África es mucho más que todos esos titulares y clichés que se le cuelgan. Es un continente enorme, variado, complejo, lleno de riquezas de todo tipo, empezando por sangre joven y cerebros despiertos que van a cambiar el mundo. Necesitamos a África y los africanos para avanzar, tanto como ellos pueden necesitarnos a nosotros.  

Seguir en una lógica de actuar desde Europa como esa vieja dama estirada y autoritaria, encerrada en su castillo y poniendo condiciones a un mundo que evoluciona, cambia y se agita más allá de sus puertas no es inteligente ni productivo. Estoy convencido de que debemos y podemos establecer auténticas relaciones de socios, de amigos, de confianza, de partenariado, en las que todos ganemos y nos sintamos, forzosamente, más cómodos y mejores. Y me parece que eso se está demostrando en la Cumbre Unión Africana - Unión Europea que se celebró esta semana.  

Nuestro presidente, Pedro Sánchez, ha participado en esta cumbre, donde defendió que para España es fundamental tener a la Unión Africana como socio estratégico y construir una asociación reforzada con la UE para garantizar soluciones africanas a problemas africanos. “Desde la UE –dijo- nuestro objetivo es intentar conocer cómo podemos ser de mayor utilidad en el continente africano”. Aseguró Sánchez que queremos escuchar y aprender para así poder construir una asociación reforzada frente a los desafíos que más afectan a África. 

Esto implica, a mi juicio, no solamente tirar de chequera y prometer una lluvia de millones derramándose sobre el continente africano. Según yo lo veo, el cambio de paradigma implicaría, además de esas inversiones anunciadas, escuchar y abrir bien los ojos, conocer mejor al continente del que geográficamente Canarias forma parte, compartir desafíos y soluciones y que, en primer lugar, nos volquemos en ponerle fin a ese “apartheid” de las vacunas que ya he denunciado en varios de mis artículos.  

Es reconfortante, por un lado, leer que presidentes africanos y europeos se han sentado en la mesa y han logrado avances, en una charla directa y de tú a tú, pero también es cierto que es muy frustrante desayunarse con un titular que te recuerda que, por egoísmo, la Unión Europea tirará a la basura en pocos días casi el doble de dosis de las que ha donado en lo que llevamos de año. Con un poco de previsión, ya hace meses que estas vacunas se podrían haber estado inoculando en África. Por cosas como ésta, tenemos que hacer aún un esfuerzo ingente para que realmente los africanos nos vean como a un amigo, un socio fiable con el que encarar un futuro tan lleno de desafíos.  

Esta semana nos enterábamos de una denuncia muy grave de un grupo de organizaciones africanas y europeas, la Alianza Popular para las Vacunas, en relación con la pandemia que nos azota: Europa bloquea las propuestas que permitirían a los fabricantes del continente elaborar sus propias vacunas contra la COVID, al tiempo que acapara millones de dosis que van a caducar a finales de mes. Las cifras son para indignarse: la UE va a arrojar a la basura (por su próxima caducidad) 55 millones de dosis, 25 millones de dosis de vacunas más de las 30 que ha donado a África en los dos primeros meses del año. 

Conocimos esta denuncia justo antes de que se inaugurara la reunión de los líderes africanos y europeos en la Cumbre de la Unión Africana y la Unión Europea, que se celebraba esta semana en Bruselas. Una denuncia que demostraba con datos que, a pesar de la retórica de una relación especial con África y de un supuesto cambio en los paradigmas que han marcado el desarrollo de esta relación en el pasado, la UE -el mayor exportador de vacunas del mundo- ha mostrado tendencia a dar prioridad al negocio con las vacunas fabricadas en suelo comunitario (solo un 8% de las vacunas exportadas desde Europa ha acabado en África).