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Aniversario del maestro D. Benito Pérez Galdós

Teo Mesa / Teo Mesa

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El Maestro tuvo la admiración y el paisanaje afecto de todos, por ser un escritor y dramaturgo excelso, acaudalado de sensaciones en su privilegiado tálamo cerebral, y concebido orgánicamente éste, para la creación literaria y para la plástica (e igualmente para la música). Además, de ser un recio y denodado trabajador durante toda su vida, siendo admirable su prodigiosa entereza por el trabajo literario, complementado por la fecundidad que emanaba de su disciplinada aplicación diaria, propia del genio-druida que vive y piensa en exclusividad para su labor creadora y el paroxismo emocional que le proporciona a su espíritu. Tal fuera su apego a la creación literaria, que una vez perdida la vista, en años próximos a su finitud, cuando ya no podía ver lo que su mano escribía, reinventó el dictado oral, para la imaginación de sus novelas, a su secretario Pablo Nogués; y éste, a la par, le leía la prensa matutina. Un curioso hecho que delata su ceguera, lo haría fehaciente, cuando fuera llevado a “contemplar” la reciente escultura que le había realizado el artista palentino Victorio Macho, para El Retiro, palpando con su mano de genio, sobre el granito modelado, su imagen facial, entusiasmado exclamó: “¡Magnífica, amigo Macho. Y cómo se parece a mí!”.

Fue acrecentada la simpatía despertada entre sus colegas e intelectuales de la época, que sintieron por él devoto cariño y de respeto al genio, por sus aptitudes inmanentes (autodidactas) y laboriosas para la literatura; además, de misantrópica persona, cargada de humanidad y humanismo, que los dilectos amigos solo tenían elogios para el Maestro de la fácil escritura y dominante fantasía: José M. Pereda; Menéndez y Pelayo, (ambos tan en los extremos ideológicos, del pensar y sentir de Galdós); Miguel de Unamuno, Gregorio Marañón (padre e hijo); López de Ayala; Emilia Pardo Bazán (quien fuera amor literario y de efímera pasión carnal); Victorio Macho; E. González Ángel; los canarios: Fernando León y Castillo, Tomás Morales; Rafael de Mesa, etc.

La más importante de las vicisitudes padecidas por el escritor y dramaturgo, para el rechazo a su magna obra y persona, fuera el visceral pretexto, ante sus notariales relatos de los hechos sociales y religiosos de la España negra. Realidad que crispaban el espíritu amable y humano de D. Benito, quien no dudó, en poner ejemplos argumentales, en su literatura novelada, de los atropellos y fariseísmos que en buen número del clero fraguó y de las políticas conservadoras de la época. La irritación fue tal para el escritor, ante los hechos sociales que se producían, donde las injusticias y los problemas de origen material y espiritual, incidían en la prosperidad del país y en una conciencia progresista en avances culturales y sociales, que hirió la palpablemente la sensibilidad emocional de Galdós, no dudando en denunciar, en sus compromisos y principios, en sus escrituradas novelas en sus argumentos, aunque fueran fabuladas (pero entresacadas de la realidad).

La respuesta a aquellas reacciones estuvo, entre otras, en la serie de novelas más sobresalientes de Galdós, los Episodios Nacionales, donde están las claves para entender la imagen del espíritu y la raza española. En ellos el Maestro analizó los problemas planteados y palpitantes de España en los distintos periodos del siglo XIX. Los enfatizó para sus novelas, en el alma y la idiosincrasia españolas, en los problemas naturales, espirituales y de analfabetismo, que afectaban al progreso nacional. Su literatura estaba bajo los cánones de un estilo propio e influenciado por el realismo literario, al que se adscribió, y del que fuera su máximo exponente en habla castellana; en aquel naturalismo y entorno social vivido, predominante en la época en que fundamentó su novelística, y a la cual sucumbió como lenguaje propicio para su escritura fabulada y realista. Y hacia ella derivó todo su talento creador como más afín a sus sentires humanos y premisas literarias.

Los fácticos poderes eclesiales y de la clase tradicional dominante, fue tan perversa, torpe y majadera, que fustigó a Galdós por salirse de los lindes del redil, del silencio y omisión de la irritante realidad, por ellos implantada y aprovechada. Se le inculpó de ateo por denunciar aquellos desmanes, de determinada parte de la curia y carcas políticos; aunque, sí en cambio, se le puede calificar de antirreligioso, en sus actuaciones. En las dos ocasiones que fuera propuesto para el Premio Nobel (1905 y 1912), hicieron causa común contra el altruista escritor, para que le fuera denegado por el Jurado. Esta maligna artimaña, de la Iglesia del momento (participando El Vaticano directamente); la clase conservadora y los monárquicos, que tocaron arrebato, con las fanfarrias del imperdón y resentimiento contra el loable novelista, con agravios en la prensa española y remitiendo cartas de rechazo al Gobierno sueco. Poco le importó a D. Benito que los 'hooligans' enunciados se revelaran belicosamente contra él y su obra. Su inteligencia y recia bonhomía estaban a años luz de tan peregrinas contrariedades y caciquismos del espíritu humano. Penoso es, que el distinguido Premio Nobel carece del alto honor de contar entre sus galardonados, a tan ilustre personaje de la creación literatura, quedando huérfano y perdiendo la dignidad de sumar a tan grande escritor.

La canariedad de D. Benito Pérez Galdós, quedó fehacientemente explícita, a pesar de sus enemigos acérrimos (por envidias y pensamientos ideológicos divergentes), con el escritor. No tenía la obligación en sus novelas, de hacer un canto al paisaje y gentes de su siempre amada tierra natalicia. Su obra y pensamiento literario estaban por las cumbres de otras propuestas literarias, que exaltar Canarias en un manido y meloso piropo. Enfatiza al respecto, Madariaga de la Campa: “Las Palmas fue su origen y la ciudad que incubó su pensamiento. En Madrid se desarrolló y se hizo nacional y Santander constituyó su cuartel de verano (?)”. Muchos son los términos canarios y recuerdos intrínsecos que aparecen en sus obras escritas. Como los recordatorios que tenía con sus hermanas y cuñada en Madrid, tomando nota en su diccionario particular, de vocablos añejos y propios de su tierra canaria, para verterlos en las novelas por boca de los personajes inventados. En la misma Gran Canaria, sus malévolos adversarios de pensamiento, le difamaron con el mísero infundio, de que Galdós había menospreciado su terruño, maldiciéndolo: “No quiero de Canarias, ni el polvo de los zapatos”. Falso de toda falsedad.

Teo Mesa

El Maestro tuvo la admiración y el paisanaje afecto de todos, por ser un escritor y dramaturgo excelso, acaudalado de sensaciones en su privilegiado tálamo cerebral, y concebido orgánicamente éste, para la creación literaria y para la plástica (e igualmente para la música). Además, de ser un recio y denodado trabajador durante toda su vida, siendo admirable su prodigiosa entereza por el trabajo literario, complementado por la fecundidad que emanaba de su disciplinada aplicación diaria, propia del genio-druida que vive y piensa en exclusividad para su labor creadora y el paroxismo emocional que le proporciona a su espíritu. Tal fuera su apego a la creación literaria, que una vez perdida la vista, en años próximos a su finitud, cuando ya no podía ver lo que su mano escribía, reinventó el dictado oral, para la imaginación de sus novelas, a su secretario Pablo Nogués; y éste, a la par, le leía la prensa matutina. Un curioso hecho que delata su ceguera, lo haría fehaciente, cuando fuera llevado a “contemplar” la reciente escultura que le había realizado el artista palentino Victorio Macho, para El Retiro, palpando con su mano de genio, sobre el granito modelado, su imagen facial, entusiasmado exclamó: “¡Magnífica, amigo Macho. Y cómo se parece a mí!”.

Fue acrecentada la simpatía despertada entre sus colegas e intelectuales de la época, que sintieron por él devoto cariño y de respeto al genio, por sus aptitudes inmanentes (autodidactas) y laboriosas para la literatura; además, de misantrópica persona, cargada de humanidad y humanismo, que los dilectos amigos solo tenían elogios para el Maestro de la fácil escritura y dominante fantasía: José M. Pereda; Menéndez y Pelayo, (ambos tan en los extremos ideológicos, del pensar y sentir de Galdós); Miguel de Unamuno, Gregorio Marañón (padre e hijo); López de Ayala; Emilia Pardo Bazán (quien fuera amor literario y de efímera pasión carnal); Victorio Macho; E. González Ángel; los canarios: Fernando León y Castillo, Tomás Morales; Rafael de Mesa, etc.