Espacio de opinión de Canarias Ahora
La apuesta tramposa de la competitividad
Vivimos tiempos en los que las noticias, las informaciones, las propuestas, las ideas se despeñan sobre nosotros en cantidades infinitas y con enorme velocidad. Cuando quieres entender algo, ya pasó. Cuando quieres comentar algo ya no tiene interés por viejo. Su sitio está ocupado por un montón de noticias y de imágenes nuevas y distintas. No hay tiempo para reflexionar ni para intentar entender las cosas, tal es su celeridad. Nos encontramos ante el desconcierto y la perplejidad a las que se suele responder con la improvisación.
En ese mare magnum, quienes controlan el poder social y los medios de comunicación, saben que lo que hay que hacer para que, en vez de efímeras, sus ideas y propuestas se vuelvan permanentes y, a ser posible mayoritarias, es repetirlas una y mil veces. De forma que la fugacidad intelectual que nos rodea pueda transformarse en estabilidad domesticada y duradera en algún tema concreto. Además hay otro elemento imprescindible: la sencillez del mensaje, para facilitar su asimilación.
Eso ocurre aquí y ahora, en mi opinión, con el concepto de competitividad.
¿Quién no lo ha escuchado miles de veces? ¿Quién no está de acuerdo en que, para salir adelante, es necesario ser competitivos? ¿Hay algo más razonable?
Lo que ocurre es que ese concepto de la competitividad es complejo y engloba elementos contradictorios.
Hay una forma de entenderla y es relacionarla con la eficiencia de cualquier sistema o elemento productivo. Es el arduo proceso de descubrir, innovar, mejorar?las estrategias de producción y los procedimientos de gestión. Todos podemos convenir en que, incluso sin variar los precios de la producción, esa es la forma de la excelencia. La llave maestra de la productividad. Por ella las instituciones, las empresas, las personas generan desarrollo y elevan su nivel de riqueza material.
Pero la competitividad también puede entenderse simplemente como abaratamiento de costes de producción en términos homogéneos, sin más. En otras palabras, si consigo pagar menos por los factores que utilizo en mi producción, ya estoy abaratando costos y siendo más competitivo. Como sabemos los factores de producción son el capital y el trabajo.
1). Veamos lo que ocurre con el capital. En los últimos años y a pesar de que la banca está atiborrada de liquidez procedente del Banco Central Europeo (a precios menores del 1% en la actualidad), el crédito no fluye a las empresas, como se constata en todas las encuestas realizadas al empresariado sobre el particular. Además y según el Banco de España, el grifo de los préstamos se sigue cerrando en nuestro país y se está agravando la asfixia financiera de las empresas. Esta contradicción de una banca con enorme liquidez que no concede préstamos a las empresas, se explica porque la banca utiliza masivamente la vía alternativa de la financiación de la deuda pública, con la que obtiene mayores beneficios que concediendo préstamos a las empresas y sin riesgo alguno. Y, por si fuera poco, el coste de financiación de las pymes españolas en 2013 es del 5,36 %, frente al 2,62% de las grandes empresas de nuestro país ¡Menos de la mitad!. Por otro lado y para hacernos una idea comparativa, las pymes alemanas se están financiado ahorita mismo al 2,92%, a casi la mitad de las españolas.
Así las cosas, ¿cuáles deberían ser las propuestas que pudiéramos esperar de las patronales para mejorar la competitividad entendida como disminución de costes? Y uno, en su ingenuidad, esperaría encontrar reclamaciones, peticiones ¿exigencias? para que se abaratara el crédito como principal problema de la competitividad.
Todos sabemos que no es así. Y lo que nos encontramos es un enfervorizado coro de voces clamando no porque se disminuya el tipo de interés, sino porque se bajen los salarios
2). Porque está claro que los famosos mercados no van a disminuir los tipos de interés (los precios del dinero). Ni se les ocurre. Su razón de ser es justo la contraria. Esta posibilidad solo podría proceder de una institución pública que tratara de resolver los verdaderos problemas de la economía real. Pero esas instituciones, como todos sabemos, también están controladas por los mercados, los mismos a los que tendrían que meter en cintura. Y esto llega hasta el punto de lo que resulta inaudito, contradictorio, al tiempo que profundamente revelador. El propio Fondo Monetario Internacional (¡fíjense que es una institución Monetaria!) entra en el debate y propone que para conseguir la competitividad de la economía española, lo que hay que hacer es disminuir de forma generalizada el 10% ¡de los salarios de los trabajadores! Es tal su desbocamiento ideológico que dinamita su propio marco de competencias.
Y como siempre hay gente dispuesta a rendir pleitesía a los mercados, valorada sobre todo si esa gente está en la política, el mismísimo comisario de economía de la UE, Olli Rehn, apoya con entusiasmo esa propuesta de recortar salarios. Incluso se permite la osadía de increpar a todo aquel que esté en contra, amenazando con que serán los culpables que no disminuya el paro y que los jóvenes no encuentres empleo.
La patronal española se había mostrado remisa ante esa propuesta “inasumible”, pero acabó por compartir su embullito, y a los pocos días y por boca del presidente de la CEOE, propone disminuir los privilegios (sic) de los trabajadores indefinidos. Que son, según él, los causantes que no haya más contrataciones, al tiempo que son los responsables que haya dos tipos de trabajadores, los indefinidos y los temporales. Y que ninguna sociedad seria puede mantener esa situación tan discriminatoria. En resumen que, para ser competitivos, hay que quitar esos privilegios.
Hay que observar que con esta propuesta lo que se pretende, además, es enfrentar a esos dos tipos de trabajadores. Y, además de denunciar esa indignidad, hay que recordar la historia. Los trabajadores temporales nacen cuando, desde hace un tiempo, la patronal se negó a reconocer las mismas condiciones de trabajo a los nuevos contratados en relación con los que ya estaban fijos. Por razones que todo el mundo entiende, los nuevos trabajadores aceptaron esa discriminación. Y la patronal fue la que recortó condiciones laborales a sus nuevos trabajadores. ¡Y ahora, esa misma patronal acusa de privilegiados a sus antiguos trabajadores! Y, además, los acusa de que con sus privilegios impiden más contrataciones y que las empresas sean competitivas.
Y lo que pretenden es que desaparezcan los “privilegios” y que todos los trabajadores de una empresa tengan las mismas condiciones. Y todo el mundo sabe que esta igualación va a ser a la baja. Primero recortaron a los nuevos que entraban en su empresa y, ahora, quieren recortar a sus trabajadores más antiguos.
[PARÉNTESIS. Hay que incidir en otra contradicción evidente de esta política para conseguir ser competitivos. Porque al disminuir los salarios un 10% se reduciría como mínimo (debido a la propensión marginal al consumo según niveles de renta) un 5% del PIB, ya que la masa salarial global equivale a su mitad. Es decir, que como el consumo de los ciudadanos nacionales va a disminuir un montón, la única alternativa es la de la exportación. Y esta consecuencia, además de tremendamente injusta, no podrá mantenerse si el resto de países utiliza la misma estrategia para ser competitivos.]
Volviendo al hilo central. Esa política defendida por todas las fuerzas reaccionarias de conseguir la competitividad por la vía exclusiva de bajar sueldos (recuérdese al anterior presidente de la CEOE cuando todavía ejercía: “habrá que trabajar más y cobrar menos”), según ellos, es la única posible. Porque no hay alternativa. Y repiten hasta la saciedad la dichosa patraña de que “estuvimos viviendo por encima de nuestras posibilidades”.
Y es significativo. Porque esa misma teoría fue definida por alguno de los economistas clásicos hace más de dos siglos (David Ricardo, el más conocido) como la “Ley del bronce de los salarios”. Según la cual en el largo plazo, el punto de equilibrio de los salarios en el mercado de trabajo estaría muy cercano al “mínimo de la supervivencia”. Y, por supuesto, la competitividad sería máxima si los trabajadores disminuyeran no solo los salarios sino sus condiciones generales de vida al mínimo de la supervivencia.
Y hay que reconocer que a ese fin estratégico están encaminadas todas las contrarreformas (ellos las llaman reformas y ajustes ¡Ah, el lenguaje!) que está llevando a cabo sin pausa, por ejemplo, el Gobierno de Rajoy. Y, en mi opinión, lo están llevando adelante traspasando todas las líneas rojas de cualquier posible consenso social.
Y es que la sociedad capitalista desarrollada, la que en nuestro mundo enriquecido se llama la sociedad del bienestar, se fundamenta en un contrato social profundo (todo lo implícito que se quiera) mediante el cual los propietarios de los factores de producción, los empresarios, obtienen los beneficios de la producción y la acumulación social, al tiempo que se obligan a compartir esos beneficios con los trabajadores. En otras palabras el modelo pretende combinar el dinamismo del mercado con la solidaridad democrática. Es cierto que esta visión está hoy condicionada por el ingente proceso de acumulación monopolista, que fuerza a trabajadores autónomos y pymes a compartir escenarios, vivencias y soluciones con la mayoría de los trabajadores.
Para acabar, una cuestión a mi juicio trascendental. Esa combinación equilibrada de dinamismo y solidaridad fue construyéndose en el largo proceso de desarrollo del complejo mundo del derecho laboral. Que no es otra cosa, simplificando mucho, que un conjunto ensamblado de lo que hoy llamaríamos “discriminaciones positivas” a favor de los trabajadores. Discriminación que viene justificada y legitimada por la profunda situación de desventaja de los trabajadores frente a los empresarios.
Y lo que ahora está ocurriendo es que toda la desregulación y la contrarreforma laboral están vaciando de contenido el derecho laboral, que no es otra cosa que la cristalización de los derechos de los trabajadores en la sociedad capitalista.
Y lo que las fuerzas reaccionarias nos están diciendo es que el derecho laboral es una antigualla y un tremendo estorbo para el dinamismo de los mercados que necesitan el campo libre para poder actuar, sobre todo en el cibermundoglobal. Y que, para resolver cualquier conflicto entre los ciudadanos, nos basta y sobra con el derecho civil y el derecho mercantil y que hay que acabar con todas las discriminaciones por muy positivas que sean. “Todos igualitos y sin privilegios”. Hay que reconvertir a los abogados laboralistas en brokers.
Se está tramando una consagración de la explotación. Y tenemos que hacer saber a quienes defienden ese mundo inmisericorde, injusto e insostenible, aunque sea bajo el manto tecnocrático de la sacrosanta competitividad, que una sociedad así no es posible.
Que no se va a tolerar. Y que hay que prepararse para resistir esos poderosos embates culturales, sociales y políticos. Y tener siempre presente que el género humano seguirá apostando por una sociedad nueva y superior. A esa misma a la que la humanidad viene aspirando desde el fondo de los tiempos.
Vivimos tiempos en los que las noticias, las informaciones, las propuestas, las ideas se despeñan sobre nosotros en cantidades infinitas y con enorme velocidad. Cuando quieres entender algo, ya pasó. Cuando quieres comentar algo ya no tiene interés por viejo. Su sitio está ocupado por un montón de noticias y de imágenes nuevas y distintas. No hay tiempo para reflexionar ni para intentar entender las cosas, tal es su celeridad. Nos encontramos ante el desconcierto y la perplejidad a las que se suele responder con la improvisación.
En ese mare magnum, quienes controlan el poder social y los medios de comunicación, saben que lo que hay que hacer para que, en vez de efímeras, sus ideas y propuestas se vuelvan permanentes y, a ser posible mayoritarias, es repetirlas una y mil veces. De forma que la fugacidad intelectual que nos rodea pueda transformarse en estabilidad domesticada y duradera en algún tema concreto. Además hay otro elemento imprescindible: la sencillez del mensaje, para facilitar su asimilación.