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Bandera

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Esos gestos que emponzoñan la política, que hacen ganar en antipatía a quienes los protagonizan, que aumentan la brecha en la causas sociales y políticas, allí donde hay diferencias ideológicas, de modelos o de pretensiones imposibles,

Sí, lo fácil es deducir que se trata de ‘números’ para llamar la atención, para salir en los informativos y digitales de la fecha y del día después. Pero es deseable que llamar la atención públicamente, protagonizando hechos que, aún no siendo constitutivos de delito, no salga gratis. Un poquito –bueno, un poquito, no- de respeto a los símbolos representativos, mientras estén vigentes, es lo deseable. O lo procedente.

Aunque no lo parezca, ahí también se mide la madurez democrática. Cuando no se ha alcanzado, suceden hechos como el realizado –sonrisa en la boca, acción desenfadada- por la diputada catalana Miriam Nogueras, portavoz de JuntsXCat, al desplazar de su correcta posición una bandera española que aparecía junto a la europea en el escenario de una comparecencia informativa en el Congreso de los Diputados. Tremenda hazaña. La de noches que se habrán pasado meditando, ella y sus compañeros de formación política, para producir la acción inmortalizada por las cámaras de los circuitos internos de la Cámara Baja, probando que en ella no es que sobresalgan los rifirrafes dialécticos y los cruces de descalificaciones y de expresiones irrespetuosas que contribuyen lo suyo a desprestigiar la política y el parlamentarismo sino que desvirtúan el papel o la función de las instituciones democráticas. O sea, que allí donde la democracia debería tener su primera y principal expresión, se convierte en ágora –como la española- donde cualquier cosa de éstas, anómala y anormal, puede suceder. Y además, sin consecuencias, no pasa nada.

¿Qué le molestaría a su señoría la bandera? Absolutamente nada, seguro, teniendo en cuenta, además, el rango de la institución (donde reside la soberanía popular); pero la respuesta se hace más simple cuando Nogueras lleva formando parte de la Cámara –y cobrando religiosamente sus emolumentos- unos siete años. O cuando le fuera devuelta la cuestión: ¿permitiría y toleraría una reedición de su hazaña (o similar) en el Parlament?

Pues el separatismo se ha ido resquebrajando desde dentro por estos mismos hechos, de los que la gente se cansa. Téngase en cuenta lo dicho, que los catalanes van ganando en antipatía y rechazo por estos gestos. Y otro factor, más ceñido políticamente: lo de menos es que hagan crecer la sensibilidad españolista más ultra y más radicalizada, lo importante es quienes no respiren por esos poros, es decir, quienes menos radicales se comportan o más neutrales aparezcan en la escena, terminan convenciéndose de que se están pasando, que son insaciables o que ya está bien.

Nos resistimos a admitir que no hay diputadas juiciosas en Catalunya, incapaces de razonar –simplemente razonar- antes de asumir que en política todo vale. ¿Dónde fijó su residencia el ‘seny’? ¿O se evaporó? Por eso, el incidente no debe despacharse sin más, otra ocurrencia del independentismo, digamos. Qué poca –ninguna- credibilidad se gana con estos hechos. Y no se trata de poner policías al lado de las banderas o colocarlas en urnas y exhibidores de metacrilato debidamente aisladas. Se trata de civismo, en primer lugar. Y de respeto a lo que es de todos y a lo que simboliza, a continuación. Y de sanciones, llegado el caso. Un poco más de cultura democrática, desde luego, es muy recomendable y muy sugerente.

¡Qué mal, diputada Nogueras, qué mal!

Esos gestos que emponzoñan la política, que hacen ganar en antipatía a quienes los protagonizan, que aumentan la brecha en la causas sociales y políticas, allí donde hay diferencias ideológicas, de modelos o de pretensiones imposibles,

Sí, lo fácil es deducir que se trata de ‘números’ para llamar la atención, para salir en los informativos y digitales de la fecha y del día después. Pero es deseable que llamar la atención públicamente, protagonizando hechos que, aún no siendo constitutivos de delito, no salga gratis. Un poquito –bueno, un poquito, no- de respeto a los símbolos representativos, mientras estén vigentes, es lo deseable. O lo procedente.