Espacio de opinión de Canarias Ahora
Botón de pausa
Hace unos días The New York Times promocionaba un artículo de un periodista que se estrenaba en el medio con una crítica hacía el mismo, un nivel de autocrítica al que todavía no hemos llegado en España. Algunas compañeras periodistas decidieron compartirlo en redes a raíz del debate sobre la decisión del El País de lanzar una suscripción digital. En esa espiral muchos lectores se quejaban en redes de que los medios solo se nutren del famoso clickbait, esa técnica de poner un titular llamativo y contar todo lo contrario de lo que se anuncia en el titular. Se señalaba como posible solución la creación de un Spotify informativo, donde el lector pudiera leer a la carta. Todo esto pasaba mientras se transmitía el minuto a minuto con el coronavirus en la mayoría de los medios de comunicación.
El coronavirus se ha convertido en la infección de la que de repente todo el mundo tiene pánico y de la que todo el mundo puede hablar. En redes sociales, en WhatsApp o en el trabajo, porque todas y todos “somos expertos en todo”. Cada vez relativizamos menos y tenemos menos ganas de atribuir contexto a los problemas complejos o simplemente en soltar un “no sé”. Vivimos enganchadas en el minuto a minuto, en la última hora de Ferreras y no nos tomamos tiempo para asimilar la información, para digerir, para asumir que no tenemos por qué tener una opinión tajante. Las redes se han convertido en un enorme submundo repleto de alarmismo.
Está claro que el ritmo frenético al que estamos acostumbradas y acostumbrados a vivir no es una razón que justifique la barra libre en el periodismo. Pero es responsabilidad de la ciudadanía mantener esa línea de autocrítica con casos como los del coronavirus. No es la primera vez que en España el Ministerio de Sanidad se enfrenta a algo desconocido, recordemos la crisis del ébola o la gripe A. Por eso no debemos tomarnos cada caso de coronavirus como si fuera una crisis que va a erosionar el planeta por la mitad.
El coronavirus no es el único caso en el que se percibe ese nivel de ‘alerta’. Otro ejemplo de ello es como, por ejemplo, programas como el de Ana Rosa Quintana o Espejo Público abren debates ilógicos sobre cuestiones en las que la mayoría de las personas, excepto Iván Espinosa de Los Monteros, estamos de acuerdo. Debates sobre los toros, la televisión pública, los giros de Podemos o los de Cayetana Álvarez de Toledo. Las redes sociales son una ruleta rusa que debemos saber gestionar. Son muchas las ocasiones en las que mi salud mental agradece no entrar al debate, silenciar el último mensaje de WhatsApp, darle al botón de pausa y seguir viviendo.
Hace unos días The New York Times promocionaba un artículo de un periodista que se estrenaba en el medio con una crítica hacía el mismo, un nivel de autocrítica al que todavía no hemos llegado en España. Algunas compañeras periodistas decidieron compartirlo en redes a raíz del debate sobre la decisión del El País de lanzar una suscripción digital. En esa espiral muchos lectores se quejaban en redes de que los medios solo se nutren del famoso clickbait, esa técnica de poner un titular llamativo y contar todo lo contrario de lo que se anuncia en el titular. Se señalaba como posible solución la creación de un Spotify informativo, donde el lector pudiera leer a la carta. Todo esto pasaba mientras se transmitía el minuto a minuto con el coronavirus en la mayoría de los medios de comunicación.
El coronavirus se ha convertido en la infección de la que de repente todo el mundo tiene pánico y de la que todo el mundo puede hablar. En redes sociales, en WhatsApp o en el trabajo, porque todas y todos “somos expertos en todo”. Cada vez relativizamos menos y tenemos menos ganas de atribuir contexto a los problemas complejos o simplemente en soltar un “no sé”. Vivimos enganchadas en el minuto a minuto, en la última hora de Ferreras y no nos tomamos tiempo para asimilar la información, para digerir, para asumir que no tenemos por qué tener una opinión tajante. Las redes se han convertido en un enorme submundo repleto de alarmismo.