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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Bush, Chávez y el ''eje del mal''

Pero el antiamericanismo de los latinoamericanos no se debe sola y únicamente a los múltiples errores cometidos durante la segunda mitad del siglo XX por políticos y estrategas estadounidenses. Aunque durante la guerra fría el objetivo prioritario era, al menos aparentemente, la lucha sin cuartel contra la “infiltración comunista” en las Américas, meta que compartían los sectores más conservadores de Iberoamérica, a finales de la década de los 80, Washington decidió cambiar de rumbo, desembarazándose de la cada vez más molesta compañía de unos gobernantes poco propensos a aceptar las normas de la democracia occidental. Conviene recordar que sus ofensivas contra los llamados “elementos subversivos” desembocaron, en la mayoría de los casos, en la creación de kafkianos sistemas represivos. En los años 90, Norteamérica optó por exportar sus valores democráticos a los países del Sur, haciendo hincapié en la liberalización y la modernización de las estructuras sociales. Sin embargo, la necesidad de George W. Bush de fabricar enemigos, generó los primeros conflictos de intereses. De hecho, el establishment estadounidense acogió con suma reticencia la victoria electoral del populista Lula en Brasil y con innegable inquietud los primeros pasos de Hugo Chávez, demonizado por la derecha venezolana. Con razón: Chávez, que pretende convertirse en el líder de una izquierda revolucionaria sui generis, no disimula su simpatía por Fidel Castro, por el movimiento sandinista, por el indigenismo de Evo Morales. Chávez tiene, además, la enorme desventaja de guiar los destinos de uno de los principales productores de oro negro del continente americano y, por si fuera poco, de gastar más dinero que China, Pakistán o Irán en la compra de material de defensa. Algo que tal vez Washington perdonaría, si las compras de armamento se hicieran en los Estados Unidos. Pero el venezolano apostó por material de fabricación rusa –metralletas, fusiles de combate, misiles tierra-aire y helicópteros– y por patrulleras españolas. Sólo en 2005, el valor global de las compras de material bélico ascendió a 4.300 millones de dólares. Lo que convierte automáticamente a Chávez en un adversario peligroso.Pero hay más: para subrayar el peligro potencial que supone la revolución bolivariana, los servicios de inteligencia norteamericanos no dudan en hacer hincapié en las relaciones cordiales que mantiene el venezolano con el presidente iraní Mahmud Ahmadineyad, líder de un Estado que integra el “eje del mal”. Al analizar la relación amistosa entre los dos estadistas, los estrategas de Washington no dudan en aludir al supuesto avance del radicalismo islámico de América Latina. Sin embargo, como los datos escasean y las pruebas fidedignas, aún más, los servicios de inteligencia norteamericanos se limitan a recordar la presencia en América Latina de estructuras del movimiento chiíta libanés Hezbollah y del sunita palestino Hamas que, según Washington, han sellado una alianza estratégica a escala continental, avalada por elementos radicales pertenecientes a los Hermanos Musulmanes, que controlan importantes redes de financieras offshore con sede en Panamá y las islas del Caribe. Las casas de cambio de los movimientos islámicos estarían ubicadas, siempre según los analistas estadounidenses, en la Zona de Libre Cambio de Colón (Panamá), la Isla Margarita (Venezuela), en Ciudad del Este (Paraguay) y en la Zona de Libre Cambio de Araba. En cuanto a los bancos se refiere, los americanos aseguran que, además de haber financiado las actividades ilícitas de Al Qaeda, éstos se han dedicado a suministrar decenas de millones de dólares al Hamas palestino, organización que figura en las listas negras de los Estados Unidos y la Unión Europea. Ficticia o real, la “amenaza” se limita, por ahora, a la recaudación de fondos, blanqueo de dinero procedente de operaciones ilegales y falsificación de documentos. Si bien es cierto que estas actividades no representan un peligro directo e inmediato para la seguridad del gran vecino del Norte, Washington pretende llamar la atención de los gobiernos de América Latina sobre la necesidad de abrir un nuevo frente de lucha contra el terrorismo global. Un frente muy parecido al que se acaba de estrenar en el continente africano, y que a la larga permitiría la ingerencia en los asuntos internos de los países del hemisferio Sur. Cabe preguntarse si la obsesión de la Casa Blanca con el líder bolivariano no es, en definitiva, otra coartada destinada a adueñarse del patio trasero de Chávez. Decididamente, no cabe la menor duda de que la jerga ideada y empleada por la Administración Bush quedará en los anales de la antidiplomacia.* Escritor y periodista, miembro del Grupo de Estudios Mediterráneos de la Universidad de La Sorbona (París) Adrián Mac Liman *

Pero el antiamericanismo de los latinoamericanos no se debe sola y únicamente a los múltiples errores cometidos durante la segunda mitad del siglo XX por políticos y estrategas estadounidenses. Aunque durante la guerra fría el objetivo prioritario era, al menos aparentemente, la lucha sin cuartel contra la “infiltración comunista” en las Américas, meta que compartían los sectores más conservadores de Iberoamérica, a finales de la década de los 80, Washington decidió cambiar de rumbo, desembarazándose de la cada vez más molesta compañía de unos gobernantes poco propensos a aceptar las normas de la democracia occidental. Conviene recordar que sus ofensivas contra los llamados “elementos subversivos” desembocaron, en la mayoría de los casos, en la creación de kafkianos sistemas represivos. En los años 90, Norteamérica optó por exportar sus valores democráticos a los países del Sur, haciendo hincapié en la liberalización y la modernización de las estructuras sociales. Sin embargo, la necesidad de George W. Bush de fabricar enemigos, generó los primeros conflictos de intereses. De hecho, el establishment estadounidense acogió con suma reticencia la victoria electoral del populista Lula en Brasil y con innegable inquietud los primeros pasos de Hugo Chávez, demonizado por la derecha venezolana. Con razón: Chávez, que pretende convertirse en el líder de una izquierda revolucionaria sui generis, no disimula su simpatía por Fidel Castro, por el movimiento sandinista, por el indigenismo de Evo Morales. Chávez tiene, además, la enorme desventaja de guiar los destinos de uno de los principales productores de oro negro del continente americano y, por si fuera poco, de gastar más dinero que China, Pakistán o Irán en la compra de material de defensa. Algo que tal vez Washington perdonaría, si las compras de armamento se hicieran en los Estados Unidos. Pero el venezolano apostó por material de fabricación rusa –metralletas, fusiles de combate, misiles tierra-aire y helicópteros– y por patrulleras españolas. Sólo en 2005, el valor global de las compras de material bélico ascendió a 4.300 millones de dólares. Lo que convierte automáticamente a Chávez en un adversario peligroso.Pero hay más: para subrayar el peligro potencial que supone la revolución bolivariana, los servicios de inteligencia norteamericanos no dudan en hacer hincapié en las relaciones cordiales que mantiene el venezolano con el presidente iraní Mahmud Ahmadineyad, líder de un Estado que integra el “eje del mal”. Al analizar la relación amistosa entre los dos estadistas, los estrategas de Washington no dudan en aludir al supuesto avance del radicalismo islámico de América Latina. Sin embargo, como los datos escasean y las pruebas fidedignas, aún más, los servicios de inteligencia norteamericanos se limitan a recordar la presencia en América Latina de estructuras del movimiento chiíta libanés Hezbollah y del sunita palestino Hamas que, según Washington, han sellado una alianza estratégica a escala continental, avalada por elementos radicales pertenecientes a los Hermanos Musulmanes, que controlan importantes redes de financieras offshore con sede en Panamá y las islas del Caribe. Las casas de cambio de los movimientos islámicos estarían ubicadas, siempre según los analistas estadounidenses, en la Zona de Libre Cambio de Colón (Panamá), la Isla Margarita (Venezuela), en Ciudad del Este (Paraguay) y en la Zona de Libre Cambio de Araba. En cuanto a los bancos se refiere, los americanos aseguran que, además de haber financiado las actividades ilícitas de Al Qaeda, éstos se han dedicado a suministrar decenas de millones de dólares al Hamas palestino, organización que figura en las listas negras de los Estados Unidos y la Unión Europea. Ficticia o real, la “amenaza” se limita, por ahora, a la recaudación de fondos, blanqueo de dinero procedente de operaciones ilegales y falsificación de documentos. Si bien es cierto que estas actividades no representan un peligro directo e inmediato para la seguridad del gran vecino del Norte, Washington pretende llamar la atención de los gobiernos de América Latina sobre la necesidad de abrir un nuevo frente de lucha contra el terrorismo global. Un frente muy parecido al que se acaba de estrenar en el continente africano, y que a la larga permitiría la ingerencia en los asuntos internos de los países del hemisferio Sur. Cabe preguntarse si la obsesión de la Casa Blanca con el líder bolivariano no es, en definitiva, otra coartada destinada a adueñarse del patio trasero de Chávez. Decididamente, no cabe la menor duda de que la jerga ideada y empleada por la Administración Bush quedará en los anales de la antidiplomacia.* Escritor y periodista, miembro del Grupo de Estudios Mediterráneos de la Universidad de La Sorbona (París) Adrián Mac Liman *