Un local en el Paseo de Tomás Morales. No es clandestino, pero casi. Veintisiete de mayo de 1978. El marco: la 1ª Conferencia Insular del Partido de Unificación Comunista de Canarias (PUCC). El enigmático Jorge Guerra toma la palabra. Su voz suena firme en el salón cuando dice: “El proyecto canarista, basado en la unidad de la izquierda canaria supone abordar la actual situación de ruina y deterioro del archipiélago con soluciones canarias y desde Canarias. Supone enfrentarse a los proyectos imperialistas con una estrategia de desarrollo nacional canario dirigido por el proletariado en el marco de la revolución socialista”. El canarismo hacía entonces su debut como síntesis superadora del enfrentamiento dialéctico entre el atlantismo de la OTAN y los partidos que lo apoyaban y, por otro lado, el africanismo del MPAIAC.
Meses atrás había nacido la Unidad Popular del País Canario (UPPC). La integraban el ya mencionado PUCC de Francisco Tovar y Pablo Ródenas, el Partido Popular Canario (PPC) y el Partido Socialista de Canarias (PSC). El primero de los partidos era una fuerza inequívocamente marxista pero antidogmático, a la izquierda del PCE, que venía de realizar un fuerte viraje hacia el autodeterminismo. El PPC constituía una experiencia claramente nacionalista, liberal-progresista y que lideraban personalidades reconocidas como Victoriano Ríos o Juan Pedro Dávila. Por último, el PSC de Manuel Bermejo y César Rodríguez Placeres era una escisión canaria del Partido Socialista Popular (PSP) de Tierno Galván cuando éste decidió disolver su partido dentro del PSOE.
Volvamos a ese discreto local en Tomás Morales. Sobre el programa de la coalición, Pablo Ródenas, afín a Guerra, subía la apuesta: “alrededor [de este programa] queremos que el pueblo canario se agrupe. (…) No queremos una UPPC exclusivamente formada por partidos”. Esta experiencia de alianza transversal, en la que se intuían ecos del pensamiento del primer Laclau, no duró lo suficiente como para poder medirse electoralmente. Tal vez nació muy adelantada a su tiempo. Hubo que aprender antes de la frustrada experiencia de la Unión del Pueblo Canario (UPC), una coalición electoral claramente de izquierda radical autodeterminista, ésta sí, exclusivamente formada por partidos, con tanto apoyo popular como no muy largo recorrido temporal. La épica de la segunda oculta el interés de la primera.
Cinco años después, en 1983, la autonomía de Canarias empieza a dar sus primeros pasos con el PSOE en la presidencia del Gobierno canario. Entre la bruma de Valleseco, el intelectual Ángel Sánchez, hace las últimas correcciones a sus imprescindibles Ensayos sobre cultura canaria. Lleva en mente a Franz Fanon, Víctor Ramírez, Camus, García Cabrera, Sartre, Juan Jiménez,… Allí leemos acerca “[d]el resorte sentimental del canarismo como mecanismo de enganche más utilitario que ideológico, más convencional que revolucionario”. Las masas canarias son manipuladas y mantenidas en la subcultura, también colonizadas por el nacionalismo. El canarismo como canariedad explosiva y, por tanto, frágil. Torpe mecanismo de defensa para un pueblo que se sigue buscando.
Sentimiento y conciencia
Lo que Sánchez denuncia guarda relación con lo que ya en 1980 otro intelectual, Manuel Alemán, definiera en el también imprescindible Psicología del hombre canario. El mar de Agaete con el Teide al fondo se asoma por la ventana. Distinguía entonces entre el “sentimiento ingenuo” de la canariedad, que sólo vivencia aspectos periféricos de la misma, como el paisaje y el clima, y el “sentimiento emocional”, una exaltación frenética de lo canario sin el contexto de nuestra verdad identitaria. Sin sentimiento de canariedad no hay conciencia de canariedad. Ni canarismo alguno, se podría añadir. Sin embargo, debe ser un sentimiento empático, que conecte con el “ser” canario, desde una mirada apreciativa, el que alumbre el camino hasta la canariedad consciente.
Pero volvamos a la lucha partidaria. Pasan los años y en 1993 fuerzas autonomistas, nacionalistas, insularistas, municipalistas,… dan lugar al nacimiento de Coalición Canaria, definida entonces como una opción política de “estricta obediencia canaria”. Su alto grado de transversalidad a todos los niveles, paradójicamente, no se ve correspondido con un nombre que pueda reflejarlo de manera adecuada. Se tira de lo que hay. El adjetivo “nacionalista” es bien conocido, con trayectoria sobre todo en el ala izquierda de la coalición. Sin embargo, no describe con precisión la página de la Historia reciente de Canarias que entonces se abría ni se piensa en la problemática polisemia del término. A nadie se le ocurrió en aquel momento hablar de canarismo para describir ese movimiento hacia la centralidad hegemónica y el desarrollo de la autonomía nítidamente vernáculo. Parecía de más categoría imaginar que en Canarias había un nacionalismo equivalente al del País Vasco y Cataluña. Parafraseando a Juan Manuel Trujillo, Canarias no comprendía que no se comprendía.
El canarismo realmente existente se fractura en 2005 y su proyecto político entra en una vía muerta. Son años de escasa imaginación y menor pegada. En 2018, Pablo Utray -claramente influido por Guerra, Ródenas y Stratós- define en su Libertad de actuar el canarismo como un significante vacío, flotante, que deviene un macrorrelato, el cual, a su vez, permite la existencia de múltiples microrrelatos. Frente al canarismo españolista ofensivo (ultraespañolismo) y el canarismo antiespañolista reactivo (ultracanarismo), es preciso impulsar el canarismo democrático, pluralista, incluyente, mestizo, decolonial, no dependiente, interdependiente y tricontinental. Por si esto fuera poco, tiene delante de sí, la tarea pendiente de entablar el “buen pleito nacional-popular canario”. He aquí una brújula.
Distintas sensibilidades
Avancemos. El periodista Enrique Bethencourt, en largos paseos por Las Canteras, intuye con fino olfato que un ciclo se ha agotado, que se avecina un momento de cambio en lo que se viene llamando “nacionalismo”. Cuando publica en 2020 su Nacionalismo canario 3.0., el autor aventura ya buena parte de las ideas para un nacionalismo distinto, nuevo. Seguramente lleva a Utray en mente. O a Ródenas. En ese mismo volumen, un huidizo y caótico prologuista esboza tímidamente una definición actualizada del canarismo para la etapa venidera: un campo político-electoral, ideológico-cultural y social, que en el eje Canarias-España recoge distintas sensibilidades desde el autonomismo hasta el independentismo estatal; en el eje izquierda-derecha, se ubica desde la socialdemocracia hasta el socioliberalismo. Su proyecto será la articulación del país canario, la defensa de los intereses de la mayoría social, su bienestar y la reivindicación de la canariedad. Este canarismo redefinido debe disputar la centralidad hegemónica como difícilmente podrá hacer por sí sola la izquierda en nuestro país.
Nueve de abril de 2022. V Congreso de Nueva Canarias. Terrero de lucha deconstruido. El partido, mayoritariamente implantado en Gran Canaria, asume el canarismo como su espacio de alianzas natural y necesario, evolución de su propio nacionalismo. Como escribió Borges, “Que la historia hubiera copiado a la historia ya era suficientemente pasmoso; que la historia copie a la literatura ya es inconcebible…”. Declararse canaristas es un movimiento inteligente, ágil y, sobre todo, valiente. Debe ser acompañado ahora por los hechos. El microrrelato del “canarismo progresista” no puede ocultar una evidencia: un espectro de partidos exclusivamente progresistas sería muy coherente pero en Canarias, poco amplio y limitado. Un espectro más amplio y ambicioso debe asumir cierto nivel manejable de disenso y hasta de entropía, que desborde para ser masivo y popular. Se hace preciso llegar a acuerdos, trabar alianzas con otros microrrelatos del canarismo en un ejercicio de seducción inteligente desde la honestidad, que vaya mucho más allá del mero marketing electoral. Dejar de ser lo que se es sin dejar de ser lo que se es. A Canarias no la salvarán los progresistas, la salvará el pueblo, es decir, una ciudadanía democrática, autoconsciente y comprometida. Todas las miradas se fijan ahora en Coalición Canaria y el Partido Nacionalista Canario: ¿asumirán el desafío histórico de contribuir a articular el amplio espectro del canarismo transversal?
José Miguel Martín es coordinador de Canarismo y Democracia.