Espacio de opinión de Canarias Ahora
En Canarias nadie nos peina el viento
En Canarias siempre estamos salvando algo de alguien. Lo escribió, mejor de lo que lo pueda explicar yo, la escritora Andrea Abreu: “En los últimos tiempos no se ha sentido otra palabra que el verbo salvar: salvar La Tejita, salvar Fonsalía, salvar Quintanilla, El Cotillo, Agaete, Tindaya”.
Hay una generación de canarios que crecimos leyendo en las lonas desde la carretera que el pueblo organizado se estaba uniendo contra alguna depredación. Suele tratarse de depredaciones extranjeras con cierta connivencia del poder institucional canario. Los de los parches perpetuos o como los definiría el periodista Adolfo Santana “nuestros rabo vacas”. Unos por acción, otros por omisión y muchos por comisión han patrocinado la destrucción de nuestras costas, que son la puerta a nuestras casas.
Cuando veo lo que han hecho el sur de nuestras islas, siempre pienso en la alegoría de un invitado que llega a tu casa y sin mediar palabra revienta la puerta de una patada y lejos de disculparse o caer sobre su violencia el peso de la ley te explican que le tienes que dar las gracias porque están creando empleo.
El empleo del que hablan los revienta puertas es precario incluso en tiempos de la nueva reforma laboral. Hablamos de la tierra en la se hizo fuerte la lucha de las Kellys, las trabajadoras de hoteles que denunciaron cómo para soportar el dolor del ritmo de trabajo se pinchaban ibuprofeno las unas a las otras. Es la tierra donde las lluvias se comen un trozo de autopista de la Gran Canaria 1 y los trabajadores para llegar al sur se levantan a las 04.30 de la mañana, porque faltar al trabajo no es una opción ni mucho menos perderlo. El empleo no es casi nunca uno que te permite promocionar: no eres quien imparte los cursos, no eres el que dirige el personal, no eres el dueño de la cadena de hoteles ni el promotor de la obra: eres el eterno aprendiz, tercer sector, que da las gracias con nobleza (y con la puerta reventada).
La puerta que quieren reventar ahora, cortesía de los belgas, se encuentra en el suroeste de la isla de Tenerife. Se trata del puertito de Adeje, que contiene, además de su derecho de conservación, dos espacios naturales protegidos: el Sitio de Interés Científico de La Caleta y la Zona Especial Canaria Franja Marina Teno-Rasca. En esta zona tienen previsto los belgas la construcción de un complejo turístico que contaría con 420 residencias de lujo y una superficie de 437.000 m2. Casi 500.000 m2 ajenos a todas las crisis que amenazan el entorno, incluida la hídrica.
Las obras transcurren por encima de los informes negativos que contra el proyecto emitió el Cabildo de Tenerife en los años 2014 y 2017, y también a pesar de que esta obra ya estuvo paralizada ante las denuncias de asociaciones arqueológicas por albergar este espacio posibles restos aborígenes canarios.
Ante este nuevo disparate urbanístico, otra vez, el pueblo al rescate; vecinos y vecinas de Tenerife así como colectivos y organizaciones han puesto literalmente sus cuerpos entre las palas de los tractores y el futuro. Y una vez más la respuesta recibida ha sido violenta física y verbalmente incluso por los principales promotores de la obra, por aquello de la prepotencia, tercer sector.
Pero este pueblo y en concreto esa generación que está acampando en el puertito para velar por la salud de su tierra no se va a rendir. Este pueblo lleva la paciencia en su ADN, porque hay que tener mucha paciencia para ser canario. Ser canario al margen del spot del 30 de mayo es aportar mucha generosidad a los debates que se dan cada día en el resto del Estado: Canarias que decidió hace veinte años que no quería corridas de toros, que dijo no a la OTAN y le plantaron sus bases, Canarias que tuvo en el seno social el debate de los derechos de las personas trans y fue de los primeros parlamentos autonómicos en hacer ley la protección del colectivo, Canarias que no ha dejado que los diputados del odio fascista entren en su gobierno insular, que no les representan, Canarias que dijo no al petróleo del ministro offshore que puso un impuesto al sol. Canarias a la que el Lawfare o acoso judicial le ha arrebatado a dos diputados del parlamento estatal. Esa es la Canarias que está cuidando el Puertito, siempre con un ojo abierto sabedora porque es noble pero es lista, que solo nos tenemos a nosotros y que nadie va a venir a peinarnos el viento.
En Canarias siempre estamos salvando algo de alguien. Lo escribió, mejor de lo que lo pueda explicar yo, la escritora Andrea Abreu: “En los últimos tiempos no se ha sentido otra palabra que el verbo salvar: salvar La Tejita, salvar Fonsalía, salvar Quintanilla, El Cotillo, Agaete, Tindaya”.
Hay una generación de canarios que crecimos leyendo en las lonas desde la carretera que el pueblo organizado se estaba uniendo contra alguna depredación. Suele tratarse de depredaciones extranjeras con cierta connivencia del poder institucional canario. Los de los parches perpetuos o como los definiría el periodista Adolfo Santana “nuestros rabo vacas”. Unos por acción, otros por omisión y muchos por comisión han patrocinado la destrucción de nuestras costas, que son la puerta a nuestras casas.