Espacio de opinión de Canarias Ahora
Candil contra Mauricio
Candil y Mauricio son, en mi opinión, dos personajes completamente antagónicos. Y no se trata solamente de la profunda diferencia generacional que existe entre el candidato de Nueva Canarias-Nueva Gran Canaria y el de ATI-Coalición Canaria. Son muchos los aspectos en que los dos candidatos se diferencian de forma notable.Uno, Candil, es de formación cristiana; el otro, Mauricio, de catecismo comunista de plena guerra fría.Uno representa a la juventud participativa, formada en los movimientos sociales en plena etapa democrática; el otro, es uno de los escasos supervivientes de los que llevan en la política desde la oposición al franquismo, casi cincuenta años en primera fila.Uno entiende la política como servicio a los demás, como defensa del interés general, de respuesta a los problemas de los ciudadanos y ciudadanas; el otro la ha convertido en el arte de la conspiración y la salvaguarda de intereses mucho más particulares.Uno va al Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria con la intención de transformar las cosas; otro confiesa públicamente que lo hace para practicar los más variados y siniestros mercadeos a derecha e izquierda, que hace tiempo que se apuntó al todo vale. Uno aspira a estar por primera vez en la Corporación municipal de Las Palmas de Gran Canaria, con un programa propio, un discurso fresco y una lista renovada; el otro, repite sin el menor rubor, confiando tal vez en la desmemoria ciudadana, tras aquel escandaloso período de los alcaldes a tiempo compartido, de aquel desgobierno del que fue principal protagonista y que sirvió para frenar el desarrollo de la ciudad y para allanar el camino a la llegada triunfal de la derecha, porque la ciudadanía buscaba orden frente a tanto acumulado desmán. Uno defiende a Gran Canaria y cree en una Canarias unida; el otro, lleva mucho tiempo traicionando a Gran Canaria como fiel portavoz de los intereses de ATI en la isla redonda.Uno apuesta por el medio ambiente y el desarrollo sostenible; el otro quedó perfectamente retratado cuando se discutían, en la sociedad y en el Parlamento canario, las directrices de ordenación general y del turismo y él, para llevar la contraria o, más simplemente, para satisfacer a sus amigos, realizaba viajes a Estados Unidos para buscar como cargarse definitivamente Veneguera, que hace tiempo se enamoró, para siempre, de la cultura del cemento y el ladrillo.Uno mira de frente y sabes qué dice y por qué lo dice, estés o no de acuerdo con él; el otro se ha especializado en mirar a la izquierda cuando va a girar a la derecha, y viceversa, y en profetizar cosas Âcomo lo del candidato grancanario a la Presidencia del Gobierno de Canarias, Lobo o Marimar- que casi nunca se cumplen.En fin, uno, Francis Candil, supo renunciar al Poder por sus convicciones, hace ahora tres años; el otro, el camarada Mauricio, hizo justamente el recorrido contrario: renunció a sus convicciones, hace mucho más tiempo, por el Poder.Candil y Mauricio son, sin duda, dos personajes absolutamente antagónicos. Afortunadamente para el primero de ellos.
Enrique Bethencourt
Candil y Mauricio son, en mi opinión, dos personajes completamente antagónicos. Y no se trata solamente de la profunda diferencia generacional que existe entre el candidato de Nueva Canarias-Nueva Gran Canaria y el de ATI-Coalición Canaria. Son muchos los aspectos en que los dos candidatos se diferencian de forma notable.Uno, Candil, es de formación cristiana; el otro, Mauricio, de catecismo comunista de plena guerra fría.Uno representa a la juventud participativa, formada en los movimientos sociales en plena etapa democrática; el otro, es uno de los escasos supervivientes de los que llevan en la política desde la oposición al franquismo, casi cincuenta años en primera fila.Uno entiende la política como servicio a los demás, como defensa del interés general, de respuesta a los problemas de los ciudadanos y ciudadanas; el otro la ha convertido en el arte de la conspiración y la salvaguarda de intereses mucho más particulares.Uno va al Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria con la intención de transformar las cosas; otro confiesa públicamente que lo hace para practicar los más variados y siniestros mercadeos a derecha e izquierda, que hace tiempo que se apuntó al todo vale. Uno aspira a estar por primera vez en la Corporación municipal de Las Palmas de Gran Canaria, con un programa propio, un discurso fresco y una lista renovada; el otro, repite sin el menor rubor, confiando tal vez en la desmemoria ciudadana, tras aquel escandaloso período de los alcaldes a tiempo compartido, de aquel desgobierno del que fue principal protagonista y que sirvió para frenar el desarrollo de la ciudad y para allanar el camino a la llegada triunfal de la derecha, porque la ciudadanía buscaba orden frente a tanto acumulado desmán. Uno defiende a Gran Canaria y cree en una Canarias unida; el otro, lleva mucho tiempo traicionando a Gran Canaria como fiel portavoz de los intereses de ATI en la isla redonda.Uno apuesta por el medio ambiente y el desarrollo sostenible; el otro quedó perfectamente retratado cuando se discutían, en la sociedad y en el Parlamento canario, las directrices de ordenación general y del turismo y él, para llevar la contraria o, más simplemente, para satisfacer a sus amigos, realizaba viajes a Estados Unidos para buscar como cargarse definitivamente Veneguera, que hace tiempo se enamoró, para siempre, de la cultura del cemento y el ladrillo.Uno mira de frente y sabes qué dice y por qué lo dice, estés o no de acuerdo con él; el otro se ha especializado en mirar a la izquierda cuando va a girar a la derecha, y viceversa, y en profetizar cosas Âcomo lo del candidato grancanario a la Presidencia del Gobierno de Canarias, Lobo o Marimar- que casi nunca se cumplen.En fin, uno, Francis Candil, supo renunciar al Poder por sus convicciones, hace ahora tres años; el otro, el camarada Mauricio, hizo justamente el recorrido contrario: renunció a sus convicciones, hace mucho más tiempo, por el Poder.Candil y Mauricio son, sin duda, dos personajes absolutamente antagónicos. Afortunadamente para el primero de ellos.
Enrique Bethencourt