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El caos político euro-británico

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Aristóteles decía que el hombre era un “animal político” (zôion politikón).

Habría que añadir, viendo el panorama de la política nacional e internacional que también, en no pocos casos, “el político es un animal''.

Si en algo están de acuerdo todos los partidos del arco parlamentario español - tanto izquierda como derecha y hasta la extrema derecha - es en el repudio a los últimos gobiernos de Inglaterra, antes y después de la muerte de la reina Isabel II del difuminado Imperio británico.

En toda Europa emergen caóticamente fantasmas políticos casi olvidados como la elección en Italia de un gobierno de derechas que no reniega del fascismo y se elige una señora que valora a Mussolini. Otro fantasma es el de la crisis económica. Y en Hungría el gobierno se niega a sancionar a Putin mientras en otros países claman venganza anti-rusa. Y en Inglaterra se suceden gobiernos que tienen una política anti-europea y que por sus torpezas dimiten en cadena. La más reciente el K.O. técnico de la agresiva Liz Truss. Y en Madrid salen a la calle a protestar por el retraso de la ley trans, mientras que en Alemania aumentan las manifestaciones exigiendo negociaciones por la Paz y contra la carestía.

Boris Johnson escaló el poder con maniobras y mentiras demagógicas que dieron la mayoría parlamentaria conservadora británica que obligó al Reino Des-Unido al Brexit, es decir, abandonar el barco europeo, que no es el Titanic aunque parezca a punto de hundirse. 

Si Johnson se enmascaraba de argumentos moralizantes en el plano internacional acusando a Rusia y a China, esto sin embargo no le valió al descubrirse la mentira definitiva de que mientras obligaba al pueblo a no salir a la calle ni celebrar reuniones y a restricciones severas para combatir el COVID, él y sus amigotes a escondidas festejaban con abundantes bebidas en los salones del gobierno. En diciembre de 2021, la prensa británica desenmascaró al Boris Johnson por haber organizado una fiesta con decenas de personas en el número 10 de Downing Street el día de Navidad del año anterior, a pesar de que su gobierno había prohibido a los británicos asistir a reuniones familiares y funerales. O sea, la ley se hace y aplica al populacho pero no es para el Gobierno.

La prórroga ilegal y antieuropea del Parlamento

Los críticos de Johnson, dentro y fuera de su propio Partido, acusaron al primer ministro de faltarle el respeto a los procedimientos del gobierno y de torcer las reglas cuando le conviene, como cuando pidió a la fallecida reina que prorrogara, o cerrarael Parlamento durante cinco semanas en los momentos clave de crisis política sobre el Brexit.

La monarca aprobó la solicitud de acuerdo con su deber de mantenerse al margen de la política y actuar solo siguiendo el consejo de los ministros.

Pero cuando la Corte Suprema encontró que la prórroga era ilegal, se planteó la incómoda pregunta de si la reina había infringido la ley. El fallo supremo generó acusaciones al gobierno de Johnson por engañó deliberado a la monarca como parte de su estrategia para asegurarse el Brexit.

 El caso es que el cúmulo de errores y mentiras hizo que muchos de su propio Partido dimitieran. Poco antes de dimitir en respuesta a las exigencias de dimisión de la Oposición en el Parlamento, Boris Johnson contestaba tajante: “Aguantar, eso es lo que haré”. Aguantó 24 horas más. Salió de Downing Street rechinando y a regañadientes e imponiendo sus propios ritmos: seguiría al frente del Gobierno hasta otoño, fecha en la que el partido 'Tory' elegiría un nuevo líder. Se ha dicho que lo característico del Gobierno Johnson ha sido: “Escándalo, tras escándalo y negar, mentir, ocultar, indignarse... para terminar reconociendo el error, agachar la cabeza, pidiendo perdón y garantizando (falsamente, claro) que no volvería a ocurrir”. Y, al final, fueron sus mentiras las que sentenciaron a Johnson.

El golpe definitivo llegó cuando se destapó el informe de Sue Gray, vicesecretaria permanente de la Oficina del Gabinete y encargada de la investigación interna, con fama de dura e insobornable. Funcionaria de carrera, Sue Gray, de 65 años, lleva cuatro décadas trabajando para el Gobierno británico. Sue Gray ha sido calificada como “la persona más poderosa del Reino Unido de la que nunca has oído hablar”, según escribió sobre ella la BBC en 2015. La realidad es que anteriores investigaciones de la señora Gray acabaron con carreras de políticos como la del ministro Damien Green, número dos del Gobierno de la entonces todavía no dimitida Theresa May, por un escándalo de pornografía y acoso sexual en 2017. El informe de la Sue Gray demostró que había mentido sobre material pornográfico que la policía había encontrado en su ordenador años atrás. El poderoso Green tuvo que dimitir.

Y el informe sobre el Partygate, el escándalo de la decena de fiestas prohibidas en su residencia oficial de Downing Street durante la pandemia, tuvo conclusiones de la investigación interna decisivas para el futuro político del primer ministro británico, que tuvo que dimitir. Todas las miradas estaban puestas en la discreta Sue Gray, El documento de unas 60 páginas, incluía algunas fotos de las fiestas con “altercados”, “vómitos” y “borracheras”. La investigación señalaba directamente al primer ministro y a otros altos cargos y pedía que se asumieran responsabilidades.

En su discurso de dimisión Johnson se mostró digno imitador de su amigo el ex-presidente Trump, pues resaltó lo que consideraba logros de su Administración. “Estoy inmensamente orgulloso de los logros de este Gobierno, desde lograr el BREXIT hasta fortalecer nuestras relaciones con el continente durante más de medio siglo. Recuperar el poder para que este país haga sus propias leyes en el Parlamento, ayudarnos entre todos a superar la pandemia, ofrecer el lanzamiento de vacunas más rápido en Europa, la salida más rápida del confinamiento y, en los últimos meses, liderar a Occidente en la lucha contra Putin en su agresión contra Ucrania”. De esos supuestos logros el único fue el Brexit pues la campaña contra el COVID no triunfó, el país entraba en el caos económico, y el supuesto liderazgo contra Putin estaba en manos del presidente americano Biden.

El animal político de 58 años se negaba a irse y se aferraba a su puesto, pero su permanencia era insostenible. El pasado 7 de julio aumentaron a 60 las dimisiones entre ministros y legisladores miembros de su Partido.Y tuvo que dimitir. Pero remarcando que dejaba hecho “el mejor trabajo del mundo”, aunque señaló que “nadie es remotamente indispensable”.

Las duras críticas al discurso de Boris Johnson

Tras su intervención televisada desde Downing Street, algunos críticos del todavía primer ministro reprocharon que Johnson hiciera responsable de su salida a la voluntad de los parlamentarios conservadores y no a los escándalos que le retrataron y golpearon la imagen. “Repugnante, carente de humildad, tiros al partido parlamentario, todo muestra que teníamos razón”, dijo uno de los legisladores citados por ‘The Guardian’. Los pronunciamientos en la escena política dentro y fuera de Reino Unido no se hicieron esperar. Una de las primeras en hacerlo fue la entonces ministra británica de Relaciones Exteriores, Liz Truss, que en medio de la cascada de renuncias dijo que ella no renunciaba. Y fue la candidata elegida por los ‘tories’ para sustituir al premier.

Liz Truss, peleando contra los moderados de su Partido como una boxeadora, afirmó entonces que Johnson “ha tomado la decisión correcta. El Gobierno bajo el liderazgo de Johnson tuvo muchos logros, entregar el Brexit, las vacunas (contra el Covid-19) y respaldar a Ucrania. Ahora necesitamos calma y unidad y seguir gobernando mientras se encuentra un nuevo líder”, expresó a través de su cuenta de Twitter. Es decir, la misma melodía adormecedora y triunfalista de Johnson.

Liz Truss: elegida y dimitida en unos 40 días

Elegida, tras asegurar la disminución de impuestos (para los ricos), acometió una serie de medidas que provocaron una caída financiera y política, teniendo que cesar a su ministro de máxima confianza, Kwasi Kwarteng. Los padres Kwarteng eran de Ghana.Tras la elección de Boris Johnson como primer ministro en julio de 2019, Kwarteng fue ascendido a ministro de Estado de Negocios, Energía y Crecimiento Limpio, asistiendo al Gabinete como parte del cargo. Es decir seguía la línea Johnson-Truss fielmente. 

Hay que recordar que el pasado 23 de septiembre Kwasi Kwarteng, presentó de forma triunfalista un mini-presupuesto que no tenía previsión de ingresos ni de gastos con una bajada de impuestos – la mayor en 50 años -de 43.000 millones de libras (unos 58.000 millones de euros). Lo más polémico de su corte neoliberal fue el bajar del 25% al 19% el impuesto de sociedades y abolir el máximo del 45% a los contribuyentes mas ricos en el de la renta. Supuestamente eso dejaría dinero en las manos capaces de ricos y empresarios animándoles a la inversión con un supuesto beneficio para la economía y el empleo.

Es decir, la vuelta al neoliberalismo de la Thatcher, pero olvidando que la Thatcher predicaba la reducción del gasto. Y que la Gran Bretaña, integrada entonces en la Unión Europea, aunque con gesto torcido, tenía un peso politico que desde el Brexit ha perdido.

La teoría es una cosa y la realidad es otra. Es sabido que la solvencia financiera se consigue sólo después de mucho tiempo, pero que se puede destruir en un minuto.

Los mercados no se creyeron las profecías de la Truss y de Kwarteng y los intereses de la deuda británica subieron, la libra esterlina cayó a la altura del dólar, cundió el pánico y el Banco de Inglaterra tuvo que intervenir para sostener la libra comprando deuda inglesa y protegiendo así a los fondos de pensiones que en ella confiaban.

Según explican los expertos, el Banco de Inglaterra para evitar el desastre tuvo que inyectar dinero a la economía lo que era contraindicado debido a la inflación que subía los tipos de interés. El FMI emitió un dictamen, no solicitado, que calificaba el plan de fiscalmente irresponsables y el Banco de Inglaterra anunció que su intervención terminaría el viernes siguiente.

Dicho Viernes la Truss cesa a Kwarteng y lo sustituye con Jeremy Hunt, así salva la señora neoliberal conservadora su propia cabeza, pero por poco tiempo ya que ha tenido que dimitir.

Jeremy Hunt, nuevo ministro de Economía, no dejó pasar ni siquiera 24 horas de su nombramiento para anunciar que tendrá que tomar «decisiones difíciles sobre el gasto público, que no podrá aumentarse como queríamos», y que «la reducción de impuestos no será tan alta como la gente esperaba y algunos tendrán que aumentar». Intenta así calmar la reacción de los mercados de capitales en los próximos días. Y al parecer con relativo éxito.

Pero si a nivel de los accionistas y mercados la libra se estabiliza, a nivel politico el desprestigio conservador puede suponer una avance del Partido Laborista.

El Brexit produjo una momentánea exaltación nacionalista y del conservador moderado que sería Cameron (Aznar dictaminó desde España que había pecado mortalmente con dos referendums, el de Escocia y el Brexit), se dió paso a una Theresa May que también dimitió para aparecer a bombo y platillo el demagogo Boris Jonson.

El salir de la Unión Europea generó inestabilidad en Europa, pero más agudamente en Inglaterra. En la economía capitalista no parece que un país mediano pueda gastar mucho más de lo que recauda sin que los mercados le sancionen. Y el castigo de los mercados, repiten los expertos de economía capitalista, conduce al fracaso político recordándoselo al Feijoo del PP por su cantata sobre los impuestos y al presidente Sánchez por los gastos.

Si al caos que vemos en Inglaterra añadimos la Guerra de tírios y troyanos desatada en la Unión Europea por las sanciones contra Rusia y la negativa a comprarle gas comprándolo a regímenes islámicos nada democráticos mientras los precios del coste de vida suben en todos los niveles, y si continua la inclinación a la derecha nacionalista y racista en toda la Europa que se colocó al lado de un Zelensky con consecuencias económicas y políticas graves, si al caos británico añadimos el caos que ya campea por la Unión Europea se puede hablar de un caos Euro-británico, mientras el Gran Hermano que parece creer recuperado el liderazgo aunque no del todo la hegemonía, se frota las manos al otro lado del Atlántico.

Aristóteles decía que el hombre era un “animal político” (zôion politikón).

Habría que añadir, viendo el panorama de la política nacional e internacional que también, en no pocos casos, “el político es un animal''.