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OPINIÓN | 'En el límite', por Antón Losada

Chivi chana

Carlos Espino / Carlos Espino

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Un puñado de tablas, cuatro cojinetes y apenas un metro de cuerda daban para construir uno de esos carricoches. Para mayor felicidad, nuestras calles bajaban de la ladera hacia el mar con una pendiente manejable, salvo Covadonga, que era empinadísima. Justo en la esquina de Covadonga y Vergara había un poste de teléfono que no logré evitar en una de esas ocasiones en que me tiré a tumba abierta, sin intentar moderar la velocidad de bajada. El golpe fue tremendo pero no tuvo efectos disuasorios y seguí disfrutando de la sensación embriagadora de esos treinta segundos de velocidad y ese cócktel de adrenalina y miedo.

Ahora, cuarenta años después, miro la foto de El País y puedo pararme a pensar en esos cuarenta años de atraso que lleva Cuba. O, siendo más justo, en todas esas décadas de atraso que lleva América Latina, bajo dictaduras de todo signo y sometida a su condición de patio trasero del poderoso vecino norteño.

Pero puedo también, y lo hago, pensar en el vértigo de esos cuarenta años aquí en España. Del enorme acelerón que ha supuesto pasar de una dictadura y de unas condiciones de vida que ya casi ni recordamos, y que desde luego desconocen mis hijos, a una situación homologable a cualquier país del primer mundo.

Tanto crecimos, tanto mejoramos, que las familias ya no trataban de tener una libreta en el Banco Hispano Americano (el Hispano de toda la vida). No, el espejismo nos llevó a dar la entrada para otra vivienda que se iría pagando sola, o a invertir en el último y sofisticado producto financiero que recomendaba “nuestro” director de banco, que algunos hablaban más con el director de “su” banco que con el tutor de los niños.

Al final, como niños, jugábamos. Jugábamos con el futuro, con la economía, como si fueran chivi chanas.

*Carlos Espino es secretario general del PSC en Lanzarote.

Carlos Espino*

Un puñado de tablas, cuatro cojinetes y apenas un metro de cuerda daban para construir uno de esos carricoches. Para mayor felicidad, nuestras calles bajaban de la ladera hacia el mar con una pendiente manejable, salvo Covadonga, que era empinadísima. Justo en la esquina de Covadonga y Vergara había un poste de teléfono que no logré evitar en una de esas ocasiones en que me tiré a tumba abierta, sin intentar moderar la velocidad de bajada. El golpe fue tremendo pero no tuvo efectos disuasorios y seguí disfrutando de la sensación embriagadora de esos treinta segundos de velocidad y ese cócktel de adrenalina y miedo.

Ahora, cuarenta años después, miro la foto de El País y puedo pararme a pensar en esos cuarenta años de atraso que lleva Cuba. O, siendo más justo, en todas esas décadas de atraso que lleva América Latina, bajo dictaduras de todo signo y sometida a su condición de patio trasero del poderoso vecino norteño.