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Opinión - ¡Con los jueces hemos topado! Por Esther Palomera

La condena de Garzón

Sin embargo, si dejamos a un lado a los etarras, sabemos que se han producido escuchas en casos de narcotráfico y que las hubo en el del asesinato de Marta del Castillo. Se trata, pues, de prácticas no tan infrecuentes. Más bien tan habituales que la Policía se atrevió a solicitarlas, la Fiscalía las apoyó, Garzón dio el paso de ordenarlas y con la misma naturalidad las prorrogó el juez que lo sustituyó en la instrucción. Si tanto hicieran respetar la ley en esta materia a nadie se le ocurriría plantear las escuchas sin exponerse como mínimo a una bronca y la Justicia hubiera procedido contra todos ellos, no solo contra Garzón. Cuestión de sentido común. La pregunta de por qué, entonces, lo empapelaron a él y dejaron estar a los demás es un tanto retórica: era la pieza a cobrar para que aprendan los demás jueces que no deben inquietar a los poderosos.

Garzón metió la pata al dejarse llevar por la sospechada rutina de semejantes prácticas que, sin duda, afectan al derecho de defensa. Pero una cosa es una cosa y otra cosa son dos cosas porque la sentencia huele a ensañamiento al dar por sentado que movió a Garzón el deliberado propósito de prevaricar poniéndose por encima de la misma ley: había que justificar la dureza de la sentencia para dejarlo fuera de combate de por vida, ahora que Arias Cañete va a poner en valor las costas. El corporativismo observado en otros asuntos de jueces no ha funcionado aquí ante la necesidad de desembarazarse de tipo tan incómodo. Recordaré, de nuevo, que el propio Tribunal Supremo sentó con Emilio Botín el precedente de no admisión de acusaciones particulares si la Fiscalía no presenta también cargos. La Justicia, que es igual para todos, ya saben.

Ahora está Garzón pendiente del asunto de los crímenes del franquismo. Tiene pinta de que no le irá mejor. Aunque hay quienes piensan que, una vez conseguido quitarlo de en medio y logrado el efecto ejemplarizante sobre los demás jueces, igual lo dejan estar. Pero ocurre que la denuncia es de sectores fascistas que contaron, incluso, con el asesoramiento del juez instructor y no pocas simpatías en sectores conservadores que quieren sangre. Los testimonios escuchados en la sala, entre los que figuró el de una canaria, pusieron voz a las víctimas de aquel genocidio y eso no les ha gustado. Los descendientes de los asesinados dijeron que nadie les hizo caso hasta que dieron con Garzón. No tuvieron respuesta del rey ni de los gobiernos psocialistas ni de la Justicia o la Iglesia, cómplices de la barbarie; ni de los gobiernos peperos por razones obvias. Aunque en lo que se refiere a la Iglesia, valgan verdades, una familia recibió un libro de Rouco Varela exaltando las bondades del perdón. Sigue monseñor sin enterarse de que lo que quieren esas gentes no es una venganza, ya imposible por otro lado, sino enterrar a los suyos; como Dios manda, precisamente.

El tercer proceso contra Garzón es el de los dineros neoyorquinos. Vamos a suponer, cosa que no creo, que las acusaciones son ciertas. ¿Quiere eso decir que se procederá también contra los jueces que dan cursos de preparación a quienes aspiran a entrar en la carrera judicial, cosa que tienen prohibida? ¿O a los que aquí mismo se dirigieron a empresarios para que aportaran dinero para unas jornadas lúdico-profesionales en un hotel de tropecientas estrellas?

Hay más preguntas pero el año tiene muchos días y no conviene gastarlas de una sentada.

Sin embargo, si dejamos a un lado a los etarras, sabemos que se han producido escuchas en casos de narcotráfico y que las hubo en el del asesinato de Marta del Castillo. Se trata, pues, de prácticas no tan infrecuentes. Más bien tan habituales que la Policía se atrevió a solicitarlas, la Fiscalía las apoyó, Garzón dio el paso de ordenarlas y con la misma naturalidad las prorrogó el juez que lo sustituyó en la instrucción. Si tanto hicieran respetar la ley en esta materia a nadie se le ocurriría plantear las escuchas sin exponerse como mínimo a una bronca y la Justicia hubiera procedido contra todos ellos, no solo contra Garzón. Cuestión de sentido común. La pregunta de por qué, entonces, lo empapelaron a él y dejaron estar a los demás es un tanto retórica: era la pieza a cobrar para que aprendan los demás jueces que no deben inquietar a los poderosos.

Garzón metió la pata al dejarse llevar por la sospechada rutina de semejantes prácticas que, sin duda, afectan al derecho de defensa. Pero una cosa es una cosa y otra cosa son dos cosas porque la sentencia huele a ensañamiento al dar por sentado que movió a Garzón el deliberado propósito de prevaricar poniéndose por encima de la misma ley: había que justificar la dureza de la sentencia para dejarlo fuera de combate de por vida, ahora que Arias Cañete va a poner en valor las costas. El corporativismo observado en otros asuntos de jueces no ha funcionado aquí ante la necesidad de desembarazarse de tipo tan incómodo. Recordaré, de nuevo, que el propio Tribunal Supremo sentó con Emilio Botín el precedente de no admisión de acusaciones particulares si la Fiscalía no presenta también cargos. La Justicia, que es igual para todos, ya saben.