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Crimen de lesa canariedad (I) por Antonio Cabrera Cruz

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La vista es, como siempre, espectacular: hacia el Oeste y el Sur se extiende el pinar central de la Isla, aquí llamado Pajonales, allá de Ojeda y en horizonte de Inagua, con el paisaje salpicado de algunas casas en los valles calcinados, campos de cultivo alrededor y algunas laderas cubiertas de almendros. Si no fuera el olor a quemado, se diría que todo sigue ahí, intacto: los roques sagrados, las laderas de los barrancos cubiertas de pinar, las presas llenas de agua, el viento fresco que baja de la Cumbre, la tranquilidad del atardecer que deja entrever la silueta del Teide sobre el horizonte, dando la sensación de paz y armonía. Según me adentro en el camino hacia el sur ando pisando sobre cenizas de pinocha quemada, a ambos lados hay pinos con la corteza humeante todavía, las ramas y las acículas chamuscadas y, al levantar la mirada en derredor, veo la magnitud y los caprichos del fuego. Se observan zonas completamente calcinadas contra los riscos que hicieron de chimenea al lado de zonas intactas, con el verdor glauco de los pinos contrastando con aquellos chamuscados por las lenguas del fuego caprichoso. Se me humedece la mirada cuando llego a la vista del Pino de Pilancones: está intacto. Desde lo alto lo veo destacando sobre el pinar juvenil que lo rodea. El fuego no llegó, afortunadamente, a sus cercanías. Se me va la memoria al momento cuando lo contemplé por primera vez: ocho adolescentes ilusionados, desgarbados y entrelazados no conseguíamos rodear su tronco de gigante ni abarcarlo del todo en una mirada. Es tan grande y tan viejo como una secuoya californiana. Seguro que ha visto pasar en su vida centenaria muchos fuegos y visto como el que fue el pinar más extenso del Archipiélago se ha visto reducido a un tercio de su superficie original en 500 años. Pero él sigue en pie, señalando al cielo que empieza a oscurecer.Me vuelvo a la carretera mientras cae la noche en el pinar, el viento susurra entre las acículas triples y las estrellas iluminan la noche clara. Pienso en el pobre desgraciado que prendió fuego al pinar por garantizarse un contrato de trabajo. No era, quizás, consciente del crimen que estaba cometiendo, ni de la magnitud que iba a adquirir el incendio que hizo salir de sus casas a muchas personas ante el grito ancestral de temor: “¡Fuego pegado en el pinar!”.No era consciente de que una imagen tomada desde un satélite iba a mostrar a todo el mundo las dos islas centrales del Archipiélago ardiendo al mismo tiempo, producto de la inconsciencia. Otro u otros incendiarios también habían prendido fuego a los pinares de la Corona Forestal de Tenerife, causando similares daños a los árboles, terrenos y casas. Uno en mi recuerdo los padeceres de los habitantes de Masca a los de Fataga, los de Santiago del Teide a los de Santiago de Tunte, los de La Plata a los de los Altos de Icod. Respiro el aire cargado de ceniza desde Cruz Grande hasta la base del Teide. Al parecer, los pirómanos de ambas islas han pensado de la misma manera, han actuado y causado perjuicios equiparables en un medio muy parecido. Después de todo, Gran Canaria y Tenerife se parecen más allá de lo que algunos quieren pensar.Hay algunos crímenes que merecen la denominación de delitos de lesa naturaleza, de lesa canariedad, nos atreveríamos a designar. Como tales deberían calificarse los incendios que han asolado a las dos islas centrales. De forma consciente o inconsciente han causado graves daños al patrimonio natural común de todos los canarios. En un territorio natural tan delicado como el nuestro, donde la superficie libre de las especulaciones y de agresiones urbanísticas desciende en cada periodo legislativo, determinadas acciones deberían ser clasificados como delitos contra la canariedad, delitos que lesionan los intereses comunes de los canarios, tanto actuales como futuros.Y no sólo habría que calificar así a los delitos ecológicos. Hay otras acciones y campañas que también merecerían ser calificados como crímenes de lesa canariedad, desde las corrupciones políticas hasta aquellos medios que ejercen feroz campaña para denigrar o vilipendiar a otras islas distintas a donde publican y venden sus ediciones.Existen en Canarias, desafortunadamente, no sólo pirómanos asociales o políticos corruptos sino determinados medios periodísticos que basan desde hace muchos años su línea editorial en el discurso incendiario en contra de una isla, sin darse cuenta (o quizás sí) que están cuestionado la unidad al cuestionar a una de las partes del todo. Están prendiendo fuego a un árbol sin ser conscientes que pueden acabar con todo el bosque; y quizás sólo para conseguir vender un par de ejemplares más o servir a oscuros intereses. ¿Quién va a replantar la unidad del Archipiélago si se consigue humillar a una isla, a cambiar su nombre, a reescribir la historia, alterándola, a quemar –en suma- la realidad? ¿Merece la pena la política de la tierra quemada?

Antonio Cabrera Cruz

La vista es, como siempre, espectacular: hacia el Oeste y el Sur se extiende el pinar central de la Isla, aquí llamado Pajonales, allá de Ojeda y en horizonte de Inagua, con el paisaje salpicado de algunas casas en los valles calcinados, campos de cultivo alrededor y algunas laderas cubiertas de almendros. Si no fuera el olor a quemado, se diría que todo sigue ahí, intacto: los roques sagrados, las laderas de los barrancos cubiertas de pinar, las presas llenas de agua, el viento fresco que baja de la Cumbre, la tranquilidad del atardecer que deja entrever la silueta del Teide sobre el horizonte, dando la sensación de paz y armonía. Según me adentro en el camino hacia el sur ando pisando sobre cenizas de pinocha quemada, a ambos lados hay pinos con la corteza humeante todavía, las ramas y las acículas chamuscadas y, al levantar la mirada en derredor, veo la magnitud y los caprichos del fuego. Se observan zonas completamente calcinadas contra los riscos que hicieron de chimenea al lado de zonas intactas, con el verdor glauco de los pinos contrastando con aquellos chamuscados por las lenguas del fuego caprichoso. Se me humedece la mirada cuando llego a la vista del Pino de Pilancones: está intacto. Desde lo alto lo veo destacando sobre el pinar juvenil que lo rodea. El fuego no llegó, afortunadamente, a sus cercanías. Se me va la memoria al momento cuando lo contemplé por primera vez: ocho adolescentes ilusionados, desgarbados y entrelazados no conseguíamos rodear su tronco de gigante ni abarcarlo del todo en una mirada. Es tan grande y tan viejo como una secuoya californiana. Seguro que ha visto pasar en su vida centenaria muchos fuegos y visto como el que fue el pinar más extenso del Archipiélago se ha visto reducido a un tercio de su superficie original en 500 años. Pero él sigue en pie, señalando al cielo que empieza a oscurecer.Me vuelvo a la carretera mientras cae la noche en el pinar, el viento susurra entre las acículas triples y las estrellas iluminan la noche clara. Pienso en el pobre desgraciado que prendió fuego al pinar por garantizarse un contrato de trabajo. No era, quizás, consciente del crimen que estaba cometiendo, ni de la magnitud que iba a adquirir el incendio que hizo salir de sus casas a muchas personas ante el grito ancestral de temor: “¡Fuego pegado en el pinar!”.No era consciente de que una imagen tomada desde un satélite iba a mostrar a todo el mundo las dos islas centrales del Archipiélago ardiendo al mismo tiempo, producto de la inconsciencia. Otro u otros incendiarios también habían prendido fuego a los pinares de la Corona Forestal de Tenerife, causando similares daños a los árboles, terrenos y casas. Uno en mi recuerdo los padeceres de los habitantes de Masca a los de Fataga, los de Santiago del Teide a los de Santiago de Tunte, los de La Plata a los de los Altos de Icod. Respiro el aire cargado de ceniza desde Cruz Grande hasta la base del Teide. Al parecer, los pirómanos de ambas islas han pensado de la misma manera, han actuado y causado perjuicios equiparables en un medio muy parecido. Después de todo, Gran Canaria y Tenerife se parecen más allá de lo que algunos quieren pensar.Hay algunos crímenes que merecen la denominación de delitos de lesa naturaleza, de lesa canariedad, nos atreveríamos a designar. Como tales deberían calificarse los incendios que han asolado a las dos islas centrales. De forma consciente o inconsciente han causado graves daños al patrimonio natural común de todos los canarios. En un territorio natural tan delicado como el nuestro, donde la superficie libre de las especulaciones y de agresiones urbanísticas desciende en cada periodo legislativo, determinadas acciones deberían ser clasificados como delitos contra la canariedad, delitos que lesionan los intereses comunes de los canarios, tanto actuales como futuros.Y no sólo habría que calificar así a los delitos ecológicos. Hay otras acciones y campañas que también merecerían ser calificados como crímenes de lesa canariedad, desde las corrupciones políticas hasta aquellos medios que ejercen feroz campaña para denigrar o vilipendiar a otras islas distintas a donde publican y venden sus ediciones.Existen en Canarias, desafortunadamente, no sólo pirómanos asociales o políticos corruptos sino determinados medios periodísticos que basan desde hace muchos años su línea editorial en el discurso incendiario en contra de una isla, sin darse cuenta (o quizás sí) que están cuestionado la unidad al cuestionar a una de las partes del todo. Están prendiendo fuego a un árbol sin ser conscientes que pueden acabar con todo el bosque; y quizás sólo para conseguir vender un par de ejemplares más o servir a oscuros intereses. ¿Quién va a replantar la unidad del Archipiélago si se consigue humillar a una isla, a cambiar su nombre, a reescribir la historia, alterándola, a quemar –en suma- la realidad? ¿Merece la pena la política de la tierra quemada?

Antonio Cabrera Cruz