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Cs: y lo sigue haciendo mal

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Nos lo vendieron como un grupo de profesionales al servicio de la ciudadanía, como un partido que no habla de rojos y azules y que presenta propuestas y soluciones, gobierne quien gobierne. Nos ilusionaron con hacer política para las personas. Éramos centro, un partido que podría ejercer el control a la vieja política, con un ideario que me conquistó. Pero, al final, las palabras se las lleva el viento y los egos prevalecen sobre los proyectos. Una pena.

Entré en política por las razones antes expuestas, di un paso adelante y me ilusioné con un proyecto en el que me encontré a un grupo de personas de ideologías tradicionales diversas, gente desilusionada con la derecha y con la izquierda, gente con ganas de cambiar la política de este país. 

Anteponíamos el servicio al ciudadano al sillón. Recuerdo, cuando en la presentación de mi candidatura en el 2015, dije que no haríamos pactos, me cayeron encima muchos compañeros y, cuando Rivera vino a Las Palmas de Gran Canaria, le pregunté si había metido la pata. Me contestó que no, que todavía no estábamos preparados para gobernar, que desde la oposición, podíamos aprender mucho, y yo le creí.

Pero todo cambió, y cuando se vio cerca la posibilidad de coger asiento en gobiernos, la ambición y los egos saltaron a un primer plano; comenzaron las guerras de poder, el todo vale para llegar. En ese momento ya no éramos de centro. Cs se escoró hacia la derecha y permitió que el PSOE gobernara con los independentistas y partidos nos constitucionales. Nunca entendí esto. Si unos meses antes Rivera y Sánchez consiguieron pactar un proyecto común, ¿qué es lo que había cambiado para que ya no fuera viable? Con esto se consiguió pasar de la posibilidad de formar parte de un gobierno con el PSOE y 51 diputados, a quedarte con 10 y no pintar nada en el panorama político nacional.

Rivera se fue, y lo que se construyó en 5 años, su ego se lo cargó en un par de meses. Y aquí comenzó la debacle.

Con Arrimadas, más de lo mismo, aunque creo que su mayor problema han sido las personas de las que se rodeó: José María Espejo y Carlos Cuadrado, los que promovieron la moción de censura en Murcia, que propició la caída de Ciudadanos. Aquí intentaron un vuelco hacia la izquierda y les salió mal, tan mal que también perdieron Madrid y Andalucía.

El mayor problema que veo es que no supieron mantener el centro, el objetivo no era escorarse a derecha o izquierda, el objetivo, bajo mi punto de vista, era asumir que éramos un partido bisagra, un partido que no iba a gobernar en solitario, por ahora, pero que podía poner encima de la mesa propuestas y proyectos para mejorar la sociedad española. Y esto se podía conseguir sin definirnos en ningún espacio político tradicional, simplemente siguiendo el ideario original de ser un partido que hace política para las personas.

Y ahora que son pocos, lo siguen haciendo mal. Comienzan las luchas de poder entre Bal y Arrimadas, y lo hacen públicamente. Esa política tradicional, que tanto criticó Cs en sus inicios, se ha consolidado dentro del partido y un señor (Edmundo Bal) que no consiguió ni un escaño en la comunidad de Madrid, pretende liderar el partido a nivel nacional.

Ciudadanos está muerto y no ha sido asesinado, se ha suicidado políticamente por la mala organización, por los nefastos asesores y por desviarse de su ideario original.

Y la muerte de Cs deja muchos votantes huérfanos, sin tener a quién votar. Yo me incluyo dentro de este grupo. No sé lo que haré en las próximas elecciones, ¿a quién voto?

Lo único que tengo claro es que mi etapa dentro de la política termina el próximo mes de mayo, ese fue mi compromiso y lo cumpliré, pero me deja con la incertidumbre de no tener ningún referente válido para ejercer mi derecho al voto.

Nos lo vendieron como un grupo de profesionales al servicio de la ciudadanía, como un partido que no habla de rojos y azules y que presenta propuestas y soluciones, gobierne quien gobierne. Nos ilusionaron con hacer política para las personas. Éramos centro, un partido que podría ejercer el control a la vieja política, con un ideario que me conquistó. Pero, al final, las palabras se las lleva el viento y los egos prevalecen sobre los proyectos. Una pena.

Entré en política por las razones antes expuestas, di un paso adelante y me ilusioné con un proyecto en el que me encontré a un grupo de personas de ideologías tradicionales diversas, gente desilusionada con la derecha y con la izquierda, gente con ganas de cambiar la política de este país.