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La Cumbre del Clima en Bali

La ministra española de Medio Ambiente, Cristina Narbona consideró “histórico” el texto final aprobado en la conferencia. Excesivo halago, sobre todo porque nuevos atrasos tampoco garantizan una actitud distinta de algunos países que se resisten a precisiones y compromisos verificables o confían en la mano invisible del sacrosanto mercado para frenar el cambio climático y sus consecuencias con energías limpias alternativas. Lo que sólo puede caracterizarse como una temeridad. Hasta aquí hemos llegado, entre otras razones, por esa actitud. Como dijo George Walker Bush en su día, “no vamos a perjudicar a nuestras empresas”. Casi todos los países coinciden ya en la necesidad de una actuación directa de la comunidad internacional (decisiones políticas que obliguen a todos) ante el deterioro creciente. Y a nadie se le ocurre argumentar, cosa que sí ocurría hasta hace poco, que faltaban las pruebas científicas para demostrar la relación entre la emisión de gases y sus consecuencias en el clima. O ignorar que la deforestación masiva de países como Indonesia o Brasil es la causante del 20% de las emisiones de efecto invernadero.

¿Exageraron los científicos con sus urgencias o los medios de comunicación que cada día conceden más importancia a los cambios en el clima? Oxfam señaló que la ola de desastres naturales a consecuencia del cambio climático se cuadruplicó en las dos décadas pasadas. En 2007 un 20% más que en 2006. La Cruz Roja cifró en 427 los desastres naturales sufridos el año pasado. Durante la década que va de 1987 a 1996 hubo 600.000 víctimas mortales; de 1997 a 2006, un millón doscientas mil. Los síntomas sobre un cambio de tendencia no aparecen.

El Panel Intergubernamental de la ONU, ganador junto a Al Gore del Premio Nobel, fue categórico en su último informe, definido por la revista Time como la “ultima advertencia a la humanidad”. Ese organismo consideró que el calentamiento del planeta es un hecho presente imposible de esconder y sólo podremos contener sus efectos más catastróficos cortando las emisiones entre el 25% y el 40% (respecto a 1990) antes del año 2020. Con Estados Unidos a la cabeza, esta propuesta asumida por la Unión Europea fue rechazada. La más apremiante o directamente imprescindible según el Panel Intergubernamental de la ONU. Conformarse con una referencia a esta necesidad urgente a pie de página en la declaración final de la conferencia sigue sin obligar a nadie. Quizá el consenso de Bali pase a la historia, como pretende Narbona, pero por haber perdido otra oportunidad. En Bali negociaron cómo seguir negociando.

Rafael Morales

La ministra española de Medio Ambiente, Cristina Narbona consideró “histórico” el texto final aprobado en la conferencia. Excesivo halago, sobre todo porque nuevos atrasos tampoco garantizan una actitud distinta de algunos países que se resisten a precisiones y compromisos verificables o confían en la mano invisible del sacrosanto mercado para frenar el cambio climático y sus consecuencias con energías limpias alternativas. Lo que sólo puede caracterizarse como una temeridad. Hasta aquí hemos llegado, entre otras razones, por esa actitud. Como dijo George Walker Bush en su día, “no vamos a perjudicar a nuestras empresas”. Casi todos los países coinciden ya en la necesidad de una actuación directa de la comunidad internacional (decisiones políticas que obliguen a todos) ante el deterioro creciente. Y a nadie se le ocurre argumentar, cosa que sí ocurría hasta hace poco, que faltaban las pruebas científicas para demostrar la relación entre la emisión de gases y sus consecuencias en el clima. O ignorar que la deforestación masiva de países como Indonesia o Brasil es la causante del 20% de las emisiones de efecto invernadero.

¿Exageraron los científicos con sus urgencias o los medios de comunicación que cada día conceden más importancia a los cambios en el clima? Oxfam señaló que la ola de desastres naturales a consecuencia del cambio climático se cuadruplicó en las dos décadas pasadas. En 2007 un 20% más que en 2006. La Cruz Roja cifró en 427 los desastres naturales sufridos el año pasado. Durante la década que va de 1987 a 1996 hubo 600.000 víctimas mortales; de 1997 a 2006, un millón doscientas mil. Los síntomas sobre un cambio de tendencia no aparecen.