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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Davos, a plena luz del día por Francisco Morote

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El Foro Económico Mundial de Davos es el lugar de encuentro más concurrido y transparente de cuantas ocasiones de cita programan anualmente las élites financieras, empresariales y políticas del planeta, partidarias no sólo de dar rienda suelta al capital para moverse libremente por el ancho mundo en pos del máximo beneficio posible, sino también y, consecuentemente, de reducir a la mínima expresión el papel de los estados como reguladores de la actividad financiera y promotores del bienestar social (Estado del Bienestar).

La función de Davos consiste en fijar el rumbo, la dirección por la que transite exitosamente la carrera que permita seguir haciendo suyo, a los que tienen por divisa “Todo para nosotros, nada para los demás” (que dijera el mismísimo A. Smith), el planeta en el que deberíamos poder vivir dignamente todos los seres humanos.

El propio Foro Económico Mundial de Davos es, en sí mismo, la prueba del carácter antidemocrático y oligárquico de quienes lo conciben y de quienes participan en él. Un abismo económico separa a los asociados del Foro, fundamentalmente las 100 grandes empresas multinacionales y sus multimillonarios propietarios y ejecutivos que lo financian con decenas de millones de francos suizos (sólo los asociados industriales y estratégicos pagan una cuota anual de 250.000 francos suizos y de 500.000 francos suizos, respectivamente), y los simples mortales que jamás podremos acceder a estas exclusivas cumbres de la plutocracia mundial.

Históricamente Davos ha sido sobre todo el mentor, el defensor y propagador de la idea de la globalización (allí prácticamente se consagró el término) y sus bondades. Lo malo es que, como alguien ha observado, en las últimas décadas ha habido realmente no una sino dos globalizaciones, la del enriquecimiento de los menos y la del empobrecimiento de los más.

En fin, un año más, como de costumbre a finales de enero de 2012, se reúne en Davos el Foro Económico Mundial de las élites del dinero (“En cuestiones de dinero, todos somos de la misma religión”, decía Voltaire) y de quienes les rinden pleitesía.

Esta temporada toca hablar de: “La gran transformación, diseñar nuevos modelos” que, a buen seguro, ni abordará seriamente el problema ecológico ni, sobre todo, la flagrante injusticia del reparto de la riqueza mundial. La cita, al parecer, estará más concurrida que nunca.

Para quienes no compartimos la visión del mundo de las élites que en el Foro Económico Mundial de Davos siguen empujando al planeta hacia el desastre ecológico y a la humanidad hacia una división mucho mayor entre ricos, los menos, y pobres, los más, ha llegado la hora de manifestar una vez más la reprobación y la repugnancia que estas citas nos merecen.

El Foro Económico Mundial de Davos es el lugar de encuentro más concurrido y transparente de cuantas ocasiones de cita programan anualmente las élites financieras, empresariales y políticas del planeta, partidarias no sólo de dar rienda suelta al capital para moverse libremente por el ancho mundo en pos del máximo beneficio posible, sino también y, consecuentemente, de reducir a la mínima expresión el papel de los estados como reguladores de la actividad financiera y promotores del bienestar social (Estado del Bienestar).

La función de Davos consiste en fijar el rumbo, la dirección por la que transite exitosamente la carrera que permita seguir haciendo suyo, a los que tienen por divisa “Todo para nosotros, nada para los demás” (que dijera el mismísimo A. Smith), el planeta en el que deberíamos poder vivir dignamente todos los seres humanos.