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OPINIÓN | 'En el límite', por Antón Losada

Cuando los derechos devienen en privilegio

Al conflicto creado por los estibadores hay que suponerle una complejidad inaccesible, en su mayor parte, para una opinión pública que se alimenta de datos oficiosos y testimonios informativos que no siempre están respaldados por la calidad y transparencia ajustadas a la realidad.

Conviene no radicalizar criterios personales para respetar a los potenciales receptores del mensaje emitido desde los medios de divulgación o en simples comentarios, columnas, tertulias o artículos, donde puede adolecerse de la falta de información suficiente para incurrir en errores que contaminen consciencias externas.

Sin incidir en conceptos técnicos, como corresponde a la ausencia de conocimiento en profundidad de las raíces y desarrollo del conflicto, procede compartir ciertas reflexiones que no impliquen dogma ni compromiso.

Comencemos por reconocer la legitimidad reivindicativa de unos trabajadores que exigen respeto a sus derechos laborales, consolidados a través de los años con el respaldo legal de sus convenios colectivos, al amparo del entonces estatuto de los trabajadores. Están en su derecho y deben luchar por ello.

En la otra mano, el presente contexto laboral en su realidad actual gestada a lo largo de los últimos diez años, durante los que una reforma ignominiosa dio al traste con el concepto de trabajo digno/salario digno. Se liquidó el pretendido “estado de bienestar”, solo aplicable a una reducida y privilegiada minoría, y se instituyó la precariedad generalizada como indigno patrón de supervivencia.

Por tanto, no parece viable ni presentable que un solo colectivo pueda enfrentarse al resto de la población, en nombre de unos derechos adquiridos en décadas pretéritas, cuando sueldos excesivos y una endogamia abusiva podían aceptarse con cierta resignación por una sociedad menos vapuleada que la actual.

Otro matiz es el entorno político en el que mueve la confrontación de intereses. Tras la última votación en el Congreso, solo Podemos y algunos sindicatos han quedado adheridos a estos selectos trabajadores. No parecen compañías adecuadas, pues la inoperancia a que se han visto abocadas las formaciones sindicales desde la implantación de la reforma laboral, las ha convertido en pólvora mojada y en un gasto superfluo, por cuanto se nutren de fondos públicos a través de un aberrante sistema de subvenciones. Ya no sirven de nada para nadie…

Y los fumigadores de plagas corruptas han encontrado un nuevo argumento para significarse, una vez más, con el ceño fruncido y el colmillo escondido detrás de su media sonrisa, sardónica y maquiavelada. No es creíble que una situación laboral de tan elevado rango coincida con el credo y doctrina de quienes hoy se ofrecen a defenderla. Como cuando les toca ensalzar a la Guardia Civil, cuando lo habitual en ellos es denigrarla. En fin, cuestión de credibilidad y de principios democráticos (????).

Lo ideal sería el diálogo. Pero no nos dejemos engañar: el poder nunca negocia, aunque siempre aparenta su buena voluntad. Cierto que esta situación requiere soluciones de urgencia, pues se ha dejado pasar demasiado tiempo de desidia apoltronada, que ha hecho perentorio el cumplimiento vinculante con la normativa europea al respecto. Y lo que es mucho más grave: ejercer el respeto que merece el pueblo soberano, para el que sería un agravio discriminatorio que tuviera que pagarse la multa europea con fondos públicos y que, con lo que sobrase, se cubrieran gravosas jubilaciones anticipadas. Sangrante sería para cualquier trabajador de cualquier empresa, pública o privada, que un colectivo consiguiera, en este caso mantuviera, una garantía oficial del mantenimiento de los puestos de trabajo; en un país donde la reforma laboral ha propiciado la precariedad en el empleo y el casi despido libre.

Los estibadores tendrán que adaptarse a la realidad con pragmatismo y sentido común, e intentar minimizar el control de daños en favor suyo. Lo contrario, provocaría la animadversión generalizada y el rechazo de una sociedad que pronto se vería influenciada por una campaña mediática de desprestigio demoledora e inhumana, según está estratégicamente diseñado cuando se trata de destruir a un colectivo.

De momento, ustedes están siendo bastante bien tratados por los medios. Cuanto menos, se les da voz en varios foros y todavía no se ha puesto en marcha la maquinaria destructiva. Les deseo suerte pero no confundan, es esta lamentable época, la dignidad de un puesto de trabajo con los emolumentos percibidos.

Al conflicto creado por los estibadores hay que suponerle una complejidad inaccesible, en su mayor parte, para una opinión pública que se alimenta de datos oficiosos y testimonios informativos que no siempre están respaldados por la calidad y transparencia ajustadas a la realidad.

Conviene no radicalizar criterios personales para respetar a los potenciales receptores del mensaje emitido desde los medios de divulgación o en simples comentarios, columnas, tertulias o artículos, donde puede adolecerse de la falta de información suficiente para incurrir en errores que contaminen consciencias externas.