Espacio de opinión de Canarias Ahora
La docencia de la decencia
La educación es un derecho fundamental recogido en nuestro marco constitucional y lo es porque no es posible un estado democrático sin la participación activa de todos sus miembros. Esta premisa nos impulsa a los docentes a reflexionar acerca del valor de la enseñanza, es decir, qué es lo que nuestros estudiantes deben aprender y cuál es el objetivo de los contenidos que cada año trabajamos en las aulas.
Si en épocas pasadas la tasa de analfabetismo nos dibujaba un panorama desolador, hoy en día, gracias a la obligatoriedad de la enseñanza, podemos afirmar que prácticamente es testimonial el número de los que no dominan la lectoescritura. Hecha esta tarea, nos queda otra mucho más compleja: no basta con leer y escribir, es preciso instruir en la interpretación de los textos. La lectura crítica de las informaciones que circulan sin pausa en la sociedad es el ejercicio que podrá garantizar esa libertad tan publicitada por todos y tan poco trabajada desde las mismas instancias que se encargan de pregonarla. Esta masiva difusión de noticias falsas y la impunidad con la que sus orfebres construyen una realidad que encaja en sus intereses son posibles porque no existe en nuestra sociedad un compromiso firme con la crítica juiciosa, capaz de anular el engaño y de invalidar lo falso, al subrayar las manipulaciones que se ocultan, con independencia de si los afectados comparten nuestra visión del mundo o no.
No hay que irse muy lejos para ilustrar esta idea: una juez ve su carrera amputada por el rencor de un colega, amparado en sus injurias por distintos medios de comunicación, voceros de sus fechorías sin necesidad de comprobar la falsedad de lo denunciado; un goteo de políticos acusados de los más variopintos delitos, inventados para anular el valor de su ejercicio; unos científicos que han de ocupar el ágora para defender sus investigaciones de aquellos que ningunean su esfuerzo cuando este no encaja en sus intereses. No hay profesión que se libre de la inquina del bulo. En una sociedad que padece una bulimia informativa, lo falso y lo verdadero se presentan amalgamados en una masa informe de difícil digestión. Un pequeño dato veraz y descontextualizado es suficiente para armar la manipulación del titular, alimento listo para la jauría ahíta de justificaciones que encajen en su tergiversada manera de entender el mundo mientras, los que se nutren de dichos detritus engrosan su cuenta de beneficios.
La decencia, queridos, se cocina a ritmo lento, a golpe de compromiso con esa humanidad que nos permitió idear un mundo para el que todos debían ser formados. Es esta decencia la arrinconada cada vez que difundimos falsas, fáciles y envenenadas noticias que no han sido filtradas por el razonamiento honesto y crítico. Sin esa decencia es imposible cumplir con nuestro maravilloso dictado constitucional de una educación para todos. Esa es la enseñanza más urgente que debemos trabajar los que nos dedicamos a la docencia.
La educación es un derecho fundamental recogido en nuestro marco constitucional y lo es porque no es posible un estado democrático sin la participación activa de todos sus miembros. Esta premisa nos impulsa a los docentes a reflexionar acerca del valor de la enseñanza, es decir, qué es lo que nuestros estudiantes deben aprender y cuál es el objetivo de los contenidos que cada año trabajamos en las aulas.
Si en épocas pasadas la tasa de analfabetismo nos dibujaba un panorama desolador, hoy en día, gracias a la obligatoriedad de la enseñanza, podemos afirmar que prácticamente es testimonial el número de los que no dominan la lectoescritura. Hecha esta tarea, nos queda otra mucho más compleja: no basta con leer y escribir, es preciso instruir en la interpretación de los textos. La lectura crítica de las informaciones que circulan sin pausa en la sociedad es el ejercicio que podrá garantizar esa libertad tan publicitada por todos y tan poco trabajada desde las mismas instancias que se encargan de pregonarla. Esta masiva difusión de noticias falsas y la impunidad con la que sus orfebres construyen una realidad que encaja en sus intereses son posibles porque no existe en nuestra sociedad un compromiso firme con la crítica juiciosa, capaz de anular el engaño y de invalidar lo falso, al subrayar las manipulaciones que se ocultan, con independencia de si los afectados comparten nuestra visión del mundo o no.