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Sobre este blog

Lo que yo quiero

El virus más peligroso en estos momentos no es el ébola, es otro igualmente infeccioso y dañino que se propaga sin remedio ni control alguno por las redes y las ondas, falseando la verdad, inventando historias para no dormir, contagiándonos el pánico, alentando reacciones irracionales y comportamientos suicidas. Vivimos en una sociedad abierta, cuyo éxito principal es haber embridado las esencias destructivas del hombre y controlado las leyes de la selva.

El miedo –miedo al contagio, pero sobre todo miedo irracional a todo lo nuevo, a lo que no conocemos, a lo que ignoramos- se está apoderando de centenares de miles de personas. Estoy harto de leer en las redes argumentos fascistas sobre lo que debe hacerse con quienes tienen ébola o con quienes podrían tenerlo, categoría que algunos identifican con un color de piel o una concreta procedencia. No aguanto más conversaciones de bar en las que algún imbécil indocumentado seduce a un corro de aficionados a las películas de zombis con propuestas de leprosería. No soporto que hayamos convertido esta crisis en un circo de tres pistas.

Quiero –para variar- escuchar a quienes sostienen nuestro sistema de salud –médicos, enfermeros, gestores sanitarios- hablar como científicos, no como vendedores o como sindicalistas, y quiero que los políticos asuman los riesgos y responsabilidades que hay que asumir en momentos de crisis, para hablarle sin miedo a una sociedad madura. Quiero que el ébola se trate como un problema de salud pública, importante pero menor –eso es exactamente lo que es- y no como un asunto político o un gigantesco show mediático. Quiero cifras y datos, análisis y comparaciones, quiero historias de valor y de sacrificio, que son las que de verdad nos sirven detrás de todo esto, quiero una sociedad solidaria que mire hacia África y quiero un gobierno que abra las puertas a la colaboración, que autorice de una vez a usar Gando y Morón -y lo que haga falta- para ayudar a los que de verdad se la juegan todos los días allá enfrente en la pelea contra el olvido y la muerte. Y también quiero un poco de respeto a la intimidad de los pacientes y de sus familias. Y quiero que se hable menos del perro Excalibur y más de los hospitales abandonados en el continente vecino. Y quiero que perdamos de una vez este miedo idiota que tiene Occidente a todos los riesgos -por mínimos que sean-. Y sobre todo quiero que entendamos que lo único que debe darnos miedo hoy es el miedo mismo…

El virus más peligroso en estos momentos no es el ébola, es otro igualmente infeccioso y dañino que se propaga sin remedio ni control alguno por las redes y las ondas, falseando la verdad, inventando historias para no dormir, contagiándonos el pánico, alentando reacciones irracionales y comportamientos suicidas. Vivimos en una sociedad abierta, cuyo éxito principal es haber embridado las esencias destructivas del hombre y controlado las leyes de la selva.

El miedo –miedo al contagio, pero sobre todo miedo irracional a todo lo nuevo, a lo que no conocemos, a lo que ignoramos- se está apoderando de centenares de miles de personas. Estoy harto de leer en las redes argumentos fascistas sobre lo que debe hacerse con quienes tienen ébola o con quienes podrían tenerlo, categoría que algunos identifican con un color de piel o una concreta procedencia. No aguanto más conversaciones de bar en las que algún imbécil indocumentado seduce a un corro de aficionados a las películas de zombis con propuestas de leprosería. No soporto que hayamos convertido esta crisis en un circo de tres pistas.