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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

El efecto perverso

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Una vez que bajamos de los árboles y conseguimos espantar a nuestros depredadores a través de la domesticación del fuego, empezamos a pintar fronteras y en crear los mapas a la vez de hacernos con la propiedad de los diferentes elementos que la naturaleza ofrece. La rivalidad por el espacio productivo, por los lugares estratégicos, por los afluentes de riqueza, se conformó como el orden social regulatorio. El transcurso de los movimientos nómadas al sedentarismo a través de la fijación de la residencia conformó el germen de un establecimiento social que terminaría apostando por la especialización.

Aparecieron banderas y países. De repente, se pensó que la unión hacía la fuerza y empezaron a colocarse varias regiones bajo una imagen común, quedando oculta la propia idiosincrasia de los pueblos. Para evitar tal circunstancia, se generaba la recomendación de apostar por una disposición de las regiones lo suficientemente flexible para dejar que las partes se vean identificadas con las diferencias. Por ello, el marco teórico resultante debía evaluar la organización y el funcionamiento de la sociedad. La cara opuesta sería el de la instauración de un régimen dictatorial en donde el pensamiento único sería el signo de identidad primordial. Sí. Sorpresa. En algunos lugares se ha podido hacer, incluso, en medio de un sistema que se autodenominan democráticos.

Mientras que algunas regiones del mundo han generado un proceso descentralizador con rapidez, otras han querido aislarse. Tal vez sea la evolución de un proceso realizado a través de la clave política, y no a través de la eficiencia como criterio en la transferencia de competencias. Y, como la abundancia todo lo tapa, y cuando hay escasez, las desvergüenzas se desnudan, hay que apostar por la estabilidad de las organizaciones para que generen, y no se castiguen, los procesos de cohesión dentro de los parámetros de un crecimiento sostenido. Eso sí, respetando lo distinto sobre cosas distintas.

De esta forma, cualquier ordenamiento debe apostar por una correcta asignación de recursos y distribución de la renta mediante la descentralización de las actuaciones de forma casi personalizada sobre la ciudadanía, tanto desde la perspectiva pública como privada, debido a que la estructura tiene importancia en la medida en que afecta la adaptación de la provisión de los bienes y servicios a las preferencias. La diferencia relevante es, precisamente, la que hay entre la mera delegación de competencias y la atribución constitucional expresa a otros niveles. Por ello, cuando se manifiesta la voluntad de las partes, hay que alejar el miedo a la catástrofe. Las sociedades son y se muestran dinámicas y lo único que demandan es respeto. 

Y esta reflexión sirve tanto para el seno de una empresa, un gobierno o una asociación de vecinos, porque puede que la oferta conozca los detalles de los bienes, servicios u horas de trabajo que presenta, pero muchas veces desconocen a quiénes van dirigidos. Ese desacoplamiento entre necesidades genera fractura si no se tiene un proceso de intermediación eficaz que adapte a ambos lados. De esta forma, existe la generación de valor a través de la labor de promoción. Así se absorbe el riesgo, elevando la rentabilidad de las actuaciones. Buscar juegos de suma cero genera, al final, estrategias que apuestan por el “ojo por ojo”. No obstante, se debe avisar que el efecto perverso que se genera es que, como resultado final, todas las partes se quedarán tuertas.