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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Egipto, el mono y el pez

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El equivocado camino conduce a situaciones esperpénticas , contradictorias, e injustas asimetrías de satisfacción. ¿Primavera árabe?

Todas las estaciones tienen su encanto y puede que la primavera sea el comienzo de la nueva vida, el renacimiento del esplendor de la hierba. Tal cual la verdad emerge sobre su verde fragilidad cuando el calor del sol pone de manifiesto su debilidad superficial y la espesura de sus raíces hundidas en la tierra. Debilidad y fortaleza ocultas por la nieve del invierno.

La transición natural de las estaciones tiene su tempo, su ritmo que, a golpe de machete, se interrumpe. La gravedad de ver humillada la vida, arrodillada ante una bala equivocada o intencionadamente dirigida es el espectáculo que nos ofrece, una vez más, este mundo árabe, castigado por los embates violentos de los vientos que levantan sin piedad la arena del desierto de los faraones.

No es casual ni anecdótico el grave clima de violencia que azota a Egipto. Una nación más en el cómputo de la primavera árabe que se lleva por delante los gritos de libertad y embadurnan de sangre la puerta de los inocentes.

El aplauso y los vítores ensalzando a los mismos que han sido y son custodios de una feroz represión sostenida durante décadas es anzuelo para el pez de andares ligeros y sinuosos ademanes. Ven a mí, a lo que ofrezco para ti, un amasijo de sangre y arena. Militares al poder.

La mecha prendida en el polvorín de un pueblo anhelante de libertad corre devorando cuerpos, masacrando vidas. El pueblo ha hablado pero dividido; no parece que sea la recta intención de sus mandatarios finiquitar esta situación y cada cual se empecina en que la razón es suya.

Las lecciones de democracia no se pueden llevar a pueblos que no tienen la base social y educativa suficientes; conducen a discusiones interminables entre los humos del arguile y la negrura del café. No se puede ni se debe injertar piezas en el rompecabezas de Oriente Medio que no cuadran. Las consecuencias son evidentes, por desgracia, y nada contenta a unos ni a otros.

Los vencedores en las democráticas elecciones de Egipto o de Palestina se ven reducidos a expedientes de liberticidas unos o de terroristas otros. Queremos que ganen los nuestros, y ¿quiénes son los nuestros? ¿a qué rey habrá que destronar para que reine otro?.

La interpretación fraudulenta de los resultados electorales tiene amargas y sangrientas consecuencias y es sabido que no se puede dar una patada al perro que te muerde. El círculo vicioso de violencia sobre violencia es el rito de nunca acabar.

Y mientras estos sucede en Irak, Palestina, Túnez, Libia, Egipto, Siria, alguien está frotándose las manos; es evidente que hay terceros en la dirección de estos gravísimos conflictos cuyos bastardos y espurios intereses están en la sombra de las tinieblas. Y no son ni uno ni dos sino miles de fantasmagóricas leyendas, maestros de la hipocresía, asesinos de las libertades que preconizan, faros engendrados para contener la llamada “barbarie árabe”.

Se combate con el aprendizaje, con la cultura asentada en bases sólidas, marcando los tempos que cada pueblo tenga en su genoma, educando en parámetros ajenos a la licenciosa vida corrupta que pretenden colocar como paradigma.

No es cuestión de una revolución sino de una transformación pausada que sea capaz de llevar aceite a la aceitera y agua a la botella.

Es un gravísimo error pretender al amparo de la legitimidad de unas elecciones ganadas proveerse de garantías personales para perpetuarse en el poder. Quien deba llevar el peso del gobierno lo ejercerá buscando lo mejor y más justo para los suyos. Y es al pueblo soberano al que corresponde enderezar y reconducir el rumbo del gobierno sin generar estallidos de violencia cuyo círculo es bien conocido. Los pasos hay que medirlos bien para no caer en el hoyo y no conviene arrancar pelos a los gorilas.

No es bueno fomentar el derribo de quién está legitimado para gobernar y quienes tienen la facultad/poder de corrección deberían ayudar a rectificar rumbos y conductas. No exterminas ideas asesinando personas. Pero es precisamente lo contrario lo que vemos, los extraños regalan soberanía a quienes son soberanos, al pueblo mismo,- coronar al coronado-, para masacrarlo después. Cuando los ríos llevan sangre los maestros del arte de la violencia se esconden en sus carcajadas.

¿Qué han hecho en Egipto, qué hacen en Siria, en qué han convertido a Irak, en que gravísima injusticia histórica se perpetúa el despectivamente llamado “asunto palestino”?

Un pueblo único, con una cultura, lengua y religión comunes, con el tesoro de su historia y el negro petróleo en sus arenas, no puede nunca constituirse como nación de naciones. Es imposible sacar la cabeza para respirar los aires de libertad, en este status quo actual, herencia de los acuerdos y tratados internacionales del siglo pasado.

¿A quién hemos de adorar, al buey Apis o a las tablas emanadas del orden natural, las que nos trajo Moisés, el mandamiento nuevo de Jesús o al dictado de Gabriel?

Puede que no sean tan complicadas las situaciones, antes al contrario, las hemos hecho complejas. Cuanto peor, mejor.

La educación en valores, inculcando la positividad de los mismos, desechar la violencia como solución, es cuestión de tiempo, de largos años, puede que de siglos pero los objetivos no deben ser cortoplacistas. Alto y a lo lejos habrá que apuntar para ganar la pieza.

“¿Qué demonios estás haciendo?”

le pregunté al mono cuando le vi sacar

un pez del agua y colocarlo

en la rama de un árbol.

“Estoy salvándole de perecer ahogado>”,

me respondió

Lo que para uno es comida, es veneno para otro. (cfr. pág. 21, El Canto del Pájaro, Anthony de Mello, s.j. Editorial Sal Terrae).

El equivocado camino conduce a situaciones esperpénticas , contradictorias, e injustas asimetrías de satisfacción. ¿Primavera árabe?

Todas las estaciones tienen su encanto y puede que la primavera sea el comienzo de la nueva vida, el renacimiento del esplendor de la hierba. Tal cual la verdad emerge sobre su verde fragilidad cuando el calor del sol pone de manifiesto su debilidad superficial y la espesura de sus raíces hundidas en la tierra. Debilidad y fortaleza ocultas por la nieve del invierno.