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De la emergencia climática a la emergencia turística

Hoy día son raros, casi milagrosos, los lugares donde el turismo es algo imperceptible, donde el visitante pueda circular cómodamente por el espacio vital de la población local sin alterar su actividad cotidiana. Nada que ver cuando en los comienzos del 'grand tour' de la época del romanticismo, los turistas eran personas solitarias, o grupos reducidos en busca de la belleza, la salud o la respuesta a las tribulaciones del ser humano. Y así fue durante siglos hasta este arranque del XXI.

Una utopía, a la vista de las noticias que nos llegan de todos los rincones del planeta. Colas en la cima del Everest, en la manzana que rodea el Cristo velado en Nápoles (miles de visitas y el edificio en un estado de suciedad lamentable), en los canales de Venecia que se ahoga entre gigantescos cruceros con miles de visitantes que se mueven como una horda, o las interminables caravanas de coches en el acceso al Parque Nacional de Timanfaya...

Nadie se atreve a poner freno a este despropósito en el que la lógica no tiene cabida. Las empresas que mueven esas masas con resultados devastadores sólo se preocupan de obtener el beneficio económico de quienes están dispuestos a pagar aunque el sueño o la publicidad engañosa de una experiencia inolvidable se convierta en una pesadilla. Y todavía hay quien se alegra de que el crecimiento del número de turistas en su territorio no pare, cuando cada turista que llega es un metro cuadrado menos de espacio vital y unas infraestructuras que colonizan el paisaje y un beneficio económico que se queda, mayoritariamente, fuera del destino. Siempre bajo la coacción de que nos dejen sin la corriente humana que llena los alojamientos y restaurantes, hasta que se cansen del destino o encuentren otro más barato y por conocer.

Es el momento de la emergencia climática, pero también es el momento de la emergencia turística y revisar todas las políticas de promoción del destino (que actualmente pagan las instituciones -nosotros todos-, en el caso de Canarias), e incluso poner fin al tabú y debatir si el futuro turístico de Gran Canaria ha de girar en torno a más camas y, por tanto, más masificación, o más actividades y, por tanto, más renta en el destino... Pero claro, para ello, algunos deben olvidar el bloque y los centros comerciales, playas artificiales y colchones a payoyo, y pensarse bien en qué producto turístico es rentable... O eso o seguiremos siendo un títere en manos de quienes mueven a los turistas a su capricho y beneficio mientras crecen las incertidumbres y la turismofobia.

Este artículo fue publicado en el blog Islas Bienaventuradas.

Hoy día son raros, casi milagrosos, los lugares donde el turismo es algo imperceptible, donde el visitante pueda circular cómodamente por el espacio vital de la población local sin alterar su actividad cotidiana. Nada que ver cuando en los comienzos del 'grand tour' de la época del romanticismo, los turistas eran personas solitarias, o grupos reducidos en busca de la belleza, la salud o la respuesta a las tribulaciones del ser humano. Y así fue durante siglos hasta este arranque del XXI.

Una utopía, a la vista de las noticias que nos llegan de todos los rincones del planeta. Colas en la cima del Everest, en la manzana que rodea el Cristo velado en Nápoles (miles de visitas y el edificio en un estado de suciedad lamentable), en los canales de Venecia que se ahoga entre gigantescos cruceros con miles de visitantes que se mueven como una horda, o las interminables caravanas de coches en el acceso al Parque Nacional de Timanfaya...