Canarias Ahora Opinión y blogs

Sobre este blog

La portada de mañana
Acceder
Puigdemont estira la cuerda pero no rompe con Sánchez
El impacto del cambio de régimen en Siria respaldado por EEUU, Israel y Turquía
OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Ser enfermera por Carmen Perdomo García

0

Con esta excusa, si me lo permiten, les hago llegar una serie de reflexiones sobre la profesión que elegí hace 14 años.

Si se paran a analizar, no encontrarán un momento en sus vidas en el que no haya estado presente de alguna manera la labor enfermera. Desde nuestro nacimiento, hasta el inevitable momento de la muerte, la presencia de los cuidados enfermeros es una constante. A veces con uniforme y en un ámbito hospitalario y otras con ropa de calle, junto a la mesa de noche o en la cocina de cualquier hogar.

Se llega a enfermero tras realizar una diplomatura universitaria y después de años de experiencia y formación, como en cualquier otra profesión.

El enfermero está para responder a necesidades humanas y para prestar los cuidados necesarios hasta que éstas se ven resueltas. En cualquiera de las épocas de la vida y en cualquier situación de dependencia, sea crónica o aguda, el cuidado enfermero se hace presente.

El trabajo hospitalario, que es el que mejor conozco, está influido por múltiples factores, muchos se nos pueden escapar cuando estamos en una cama y esperamos que se nos resuelva, como es lógico, nuestra situación puntual. Enfermería tiene como escenario habitual aquellos momentos de la vida en los que el estrés, el dolor, lo inesperado, lo desconocido, el sufrimiento, la dependencia no deseada, la angustia, la duda, el sentirse indefenso o vulnerable, son constantes protagonistas.

El profesional, para llevar a cabo su tarea, tiene en su mano una serie de herramientas: su experiencia, su formación, su intuición, el tiempo, los recursos materiales y humanos...

A veces, aquellos que no dependen estrictamente de él como pueden ser los recursos y el tiempo influyen negativamente en su capacidad y negativamente repercuten en el fin último que es el usuario, que por su situación no está para entender nada que no sea que se resuelva su necesidad lo antes posible. Esto también lo debe gestionar el enfermero, que no puede permitirse perder la confianza de su interlocutor.

El profesional es un ser humano, no hace falta explicar que sujeto a influencias de orden personal, familiar, sociolaboral... En este sentido, como a cualquier trabajador, le influyen cuestiones como carga de trabajo, horarios, remuneración, capacidad de promoción...

A los enfermeros, nos gusta nuestra profesión pero también miramos hacia los lados y no podemos dejar de compararnos y de ver desigualdades o desórdenes que nos afectan gravemente. Si, por ejemplo, nos comparamos con la noble y, admirada por mí, profesión de maestro nos encontramos con que, a igual nivel académico y siendo también personal público, nuestros sueldos quedan casi equiparados a pesar de que ellos no tienen que abrir los colegios toda la noche, ni los domingos, ni los sábados por la tarde. Pero no es sólo cuestión de dinero, que también. El desaire viene en forma de muchos años de ninguneo, de invisibilidad, de desórdenes en las contrataciones, de nula capacidad de promoción, de no convocatoria de plazas o de resolución de éstas a los tres años de la fecha del examen. En definitiva, de falta de respeto hacia un colectivo grande y con una labor intensa y constante en nuestra sociedad.

Me alejo de la política y vuelvo a lo que es mi profesión que, a pesar de estas diatribas, es la mía, me ha dado muchas cosas buenas y me sigue gustando a pesar de las dificultades.

Cualquier lector habrá tenido en su vida experiencias en las que ha intervenido una enfermera-o, serán más positivas o negativas, pero las tendrán. Habrán conocido entonces en qué medida la actuación de este profesional les ha influido y de qué manera.

Somos la figura más cercana, inmediata y permanente junto a su cama. Somos el enlace, el radar, la alarma que debe saltar a tiempo para que la situación se encamine cuando algo va mal.

Solemos ser el parachoques de su enfado, de su angustia, de su dolor, de sus lágrimas y también de su grandeza. Todo forma parte del ser enfermero-a y es nuestra misión diaria. Algunas veces la desempeñaremos mejor y otras peor.

Nuestro día a día es el contacto directo con la vida, quizá en los momentos más reales e intensos de ésta.

Aunque su mirada cómplice, su gesto de reconocimiento, su mejoría y su adiós es nuestra mayor recompensa también tenemos que aspirar a que se mejoren nuestras condiciones laborales y a que aumente el respeto hacia nuestro colectivo.

Y es por ello por lo que apelamos a su comprensión y apoyo.

*Enfermera

Carmen Perdomo García*

Con esta excusa, si me lo permiten, les hago llegar una serie de reflexiones sobre la profesión que elegí hace 14 años.

Si se paran a analizar, no encontrarán un momento en sus vidas en el que no haya estado presente de alguna manera la labor enfermera. Desde nuestro nacimiento, hasta el inevitable momento de la muerte, la presencia de los cuidados enfermeros es una constante. A veces con uniforme y en un ámbito hospitalario y otras con ropa de calle, junto a la mesa de noche o en la cocina de cualquier hogar.