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El entierro de la sardina

Una vez culminada la fiesta de carnavales toca colgar los disfraces. Y ahora queda el glorioso recuento de votos que las matemáticas son incapaces de asimilar.

Dos más dos va a resultar que no son cuatro y que la tan cacareada ley electoral canaria permite que el voto de un canario valga más o menos en consonancia con su lugar de residencia y de este modo, con menos resulta que son más.

El cumplido lector que a estas letras se acerca sabe de sobra a que me refiero y a tan buen entendedor pocas palabras bastan. No obstante lo dicho, por ser conciso, véase el número de escaños que obtiene una pequeña demarcación electoral como la Gomera, y compárese con los escaños obtenidos por los demás canarios.

El grado de irritación sube a medida que los comentarios acerca de esta perpleja situación son la comidilla de informales conversaciones. Hasta el ínclito presidente de Canarias, en funciones, ha dicho que hay que reformar la ley electoral canaria, con sus matices; bueno fuera que lo dijera con claridad el que ha tenido en sus manos la modificación de dicha ley ajustándola a un mero criterio de justicia equitativa. Después de mí Noemí o tararí que te ví.

Vengo en decir que si una lista (electoral, se entiende) es la más votada, asunto de qué se tienen que sumar las otras listas (electorales, por supuesto) para impedir que gobierne la mayoría. Y asunto de qué se tiene que dar por supuesto que todas las perdedoras tienen ahora un sentimiento común y unos principios similares; pues para eso era más sencillo y simple que se presentaran todas ellas aunadas en unas mismas siglas.

Entiendo, y es mi parecer, que se está en la oposición para evitar los dislates y que llegado el caso, sumen sus fuerzas para evitarlos, y si es uno de antológica dimensión se presenta una moción de censura, y si el gobernante tiene dudas presentará una moción de confianza. Me cuestiono acerca del miedo a gobernar en minoría mayoritaria.

Y es perezoso pensar la divergente conducta que se muestra en nuestros Cabildos en los que el Presidente es el cabeza de la lista más votada. En unos sí y en otros no. ¿Por qué no se aplica el mismo rasero en todas las instituciones?

Me parece honesto y congruente que quienes no han alcanzado la mayoría no gobiernen. Mejor prestar apoyos puntuales para asuntos puntuales.

La izquierda se ha presentado disgregada y habrá votantes que les gusta una opción u otra de ese espectro político al igual que puede ocurrir con la derecha,- que parece estar menos disgregada-, y puede que sea el momento de unificar a los votantes de izquierdas o de derechas en sus propias plataformas y presentar ante el electorado una opción clara y diáfana. Claro que, en esa hipótesis, se acaban los Carnavales.

O sea, si la suma de los partidos minoritarios es superior a la mayoritaria no sorprende la diarrea mental de la Condesita en Madrid, el silencio del seis escalones o “dónde dije digo, digo Diego”.

Este es el entierro de la sardina. Que poco dura la alegría de las fiestas carnavaleras.

Una vez culminada la fiesta de carnavales toca colgar los disfraces. Y ahora queda el glorioso recuento de votos que las matemáticas son incapaces de asimilar.

Dos más dos va a resultar que no son cuatro y que la tan cacareada ley electoral canaria permite que el voto de un canario valga más o menos en consonancia con su lugar de residencia y de este modo, con menos resulta que son más.