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Las espirales en la Fundación Martín Chirino

Teo Mesa

Las Palmas de Gran Canaria —

Entre los vetustos muros del castillo de La Luz, se instala la modernidad de las piezas escultóricas de Martín Chirino. La histórica fortaleza es la más veterana de Canarias (1494), mandada a edificar por el conquistador Juan Rejón, quien hizo ejecutar primeramente la construcción de una torre madera, para proteger la recién fundada Villa El Real de Las Palmas, en 1478 (primera ciudad instaurada por los Reyes Católicos en su futuro impero de Ultramar) y la isla, de las piraterías que la asediaban impunemente los ingleses y holandeses. Más tarde se rehízo la primera obra para ser reconstruida otra torre en piedras, por orden del primer gobernador de la isla, Alonso Fajardo, al haber sido incendiada por la irrupción de las bárbaras tropas del holandés Pieter van der Does, en 1599. Restaurado hace pocos años, alberga ahora, como arcaico continente, parte de las obras del memorable escultor canario.

Son 25 obras las que conforman el conjunto de esculturas, las que dan sustento plástico —al margen de otros proyectos culturales proyectados—, a la Fundación de Arte y Pensamiento Martín Chirino, en el castillo de La Luz, hoy convertido en espacio expositivo de cualitativo formato estructural. Así también, lo remodeló y reconvirtió en museo, en los inicios de los años treinta, el pintor Néstor, en su propuesta, entre otras aluciones turísticas para la ciudad grancanaria, que las instalaciones del Castillo fuera destinado a Museo.

Las piezas han sido realizadas por este maestro de la escultura contemporánea, y genial artífice de la rediviva espiral universal, como embrión de gran parte de sus obras, desde hace un cúmulo de años, que tiene como epicentro este abstracto simbolismo primitivista, para dar originalidad a sus eurítmicas grafías espirales en su conceptual arte de vanguardia. (Espiral que debía haber tenido un significado para la cultura prehistórica mundial y prehispánica canaria).

El artista escultor ve cumplido un propósito en su devenir vocacional, con esta Fundación hecha realidad. Objetivo que persiguió en su larga trayectoria de creación y realización artística, que en su fértil longevidad puede ver cumplido el deseo de instituir una Fundación propia de sus piezas más logradas. Pero sobremanera, para que sus piezas únicas, que hallaron bajo sus inapelables criterios de raciocinio y acuidad artística unipersonal, el mejor resultado en sus pretensiones estéticas y sinestesia. Y que ésta tenga las puertas abiertas a la cultura plástica en general, es su propósito como humanista.

Todas las unidades volumétricas existentes en la Fundación MCh., fueron acumuladas como origen del místico celo y profundo interés que los artistas ponen en sus obras durante su proceso creador. Duda persistente que, como en todo arte, en la incertidumbre labor creacional intrínseca en los artistas, nunca se sabe el resultado final de cada pieza, y que al dar por finalizada la misma (si bien una obra de creación jamás está finiquitada), su encuentro ha sido de plena satisfacción en el planteamiento estético prefijado, o encontrado, durante el proceso.   

Es todo un magno evento cultural para la ciudad e isla, como otra oferta cultural de arte. Máxime lo es para el artista, cuando este proyecto museístico tiene su idea y fundamento cultural en su ciudad natal, y próximo, a los rudimentarios astilleros que palpó en su niñez, en el puerto de La Luz, donde descubrió el hierro y la forja, que años después le serían de muy valiosa pedagogía indirecta, para construir sus acerados hierros (primero, de su mano en fragua artesanal; y luego, por la industrial) en artísticas Espirales, Vientos, Raíces, Aeróvoros, Afrocanes, Collages, etc. Es la natalicia ciudad laspalmeña, que le dio vida y exquisita sensibilidad, en la que concibió los primeros despertares a la práctica de las artes.

 Y mismamente, junto a otro artista y poeta de nuestra urbe atlántica: Manolo Millares y Manolo Padorno, con los que se aventuró ir a Madrid a mitad de los cincuenta, para redescubrir en vivo el arte contemporáneo de los osados renovadores españoles, que ya habían comenzado el arte moderno en España. Y fue en la capital matritense donde se encumbraron, por mor de sus talentos, sus perseverados trabajos y relaciones culturales y artísticas. Junto a Millares —y otros destacados creadores del arte—, se integró en las filas del importante grupo de vanguardia El Paso, en 1957.                  

Este es el culmen con estas obras de Martín Chirino, que amante protector de éstas: sus preferidas 25 piezas, colmaron su sentir y su particular sensibilidad estética. Armonía expresión y conjunción estilística de todas las formas escultóricas que le definen. Es el enlace de esa “cosa mentale” —según Da Vinci—, de todos los elementos complementados que el autor perseguía en sus originales piezas preferidas, hoy expuestas.

Las piezas son para Chirino, y así las ha conservado, como unidades ‘perfectas sinergias’ de su creación. Es el grito de ¡Eureka!, de todo creador exaltando sus emociones anímicas. Este gesto de acumular obras ‘bien hechas’ a los ojos del artista de la plástica, fue una las manías coleccionistas del genial Picasso, cuyas obras no vendía y quedaban en su estudio, para satisfacer ser contempladas en su complacencia, egoístamente solo por él.

En su pensamiento artístico o filosofía de elaboración creativa, Martín alude: “He trabajado siempre bajo dos principios: que menos siempre ha sido más y que la universalidad se consigue desde lo más local y lo más primitivo”. El primer argumento teórico llevado a práctica en todas sus obras artísticas, tiene su origen en el arquitecto Mies van der Rohe, quien aplicó este concepto a sus construcciones, predicando su  máxima: “Menos es más”. O sea, eliminando todo elemento decorativo y superfluo de las edificaciones. Y a raíz de este principio, se creó el movimiento Minimalista, del cual Chirino no está muy distante en sus abreviadas y muy simplificadas formas y volúmenes de sus piezas. Y el segundo, por la espiral primitivista canaria.

La espiral fue el argumento o tema iconográfico esencial, en el que mayormente expresa el artista sus búsquedas abstractas, la emoción de la forma, la fruición y lenguaje en muchas de sus piezas escultóricas representativas. En ella encontró el formulario estético personal, con la que podría manifestar su estilo y animosidad volumétrica en su arte durante varias décadas, en su muy activo pragmatismo. La espiral es un geometrismo primitivista universal, y Martín encontró su musa en los petroglifos aborígenes canarios, existente en la cueva de Belmaco, en la isla palmera y en los grabados de El Julan, en El Hierro.

Al igual que este autor, también recurrieron a ese manantial de vínculos vernáculos del pasado canario, en su encuentro inspirativo y que fueron retomados como elementos de modernidad en la plástica de las vanguardias europeas —siendo una manifestación plástica en boga en las décadas cincuenta y sesenta—, como Felo Monzón, Plácido Fleitas, Manuel Millares, Antonio Padrón, Pepe Dámaso, etc.

Martín Chirino ha conseguido que su memoria y pensamiento artístico, rezumado en sus ingente y cualitativas obras, le sobrevivan. Ver in situ este compendio de obras escultóricas, creadas a lo largo de distintas etapas en sus dilatados 75 años, de investigación y experimentación en ideas y oficio, nos ofrece la contemplación y complacencia en la Fundación MCh., por las distintas etapas de su arte y vida, dedicadas a esta noble vocación, en la que Chirino ha sacerdotado su devoción en pro de una fe en sí mismo y obsesionado por la escultura. Y con este magno arte, ha resarcido el pasar en el tiempo de su existencia.

En esta digna Fundación de Arte y Pensamiento MCh., con una remodelación del recinto en grado de muy notable, a pesar de no haber tenido en su proyecto inicial tal designación, se satura de espirales y otras obras de su creación, que es todo un acertado emporio escultórico y cultural para complacer el arte de un hijo de la tierra.

Finalmente se genera otra espiral: la del pago del mantenimiento de unos 600.000 euros; más 100.000 euros anuales, por la compra al artista de estas obras, que sufragarán tanto el Ayuntamiento capitalino como el Cabildo Insular (con la deplorable deserción del Gobierno Canario, en su obligación de generar cultura en todo el Archipiélago, no sólo en sus arbitrarias decisiones, y sí con los obligados derechos de cumplir con todos los isleños).

Entre los vetustos muros del castillo de La Luz, se instala la modernidad de las piezas escultóricas de Martín Chirino. La histórica fortaleza es la más veterana de Canarias (1494), mandada a edificar por el conquistador Juan Rejón, quien hizo ejecutar primeramente la construcción de una torre madera, para proteger la recién fundada Villa El Real de Las Palmas, en 1478 (primera ciudad instaurada por los Reyes Católicos en su futuro impero de Ultramar) y la isla, de las piraterías que la asediaban impunemente los ingleses y holandeses. Más tarde se rehízo la primera obra para ser reconstruida otra torre en piedras, por orden del primer gobernador de la isla, Alonso Fajardo, al haber sido incendiada por la irrupción de las bárbaras tropas del holandés Pieter van der Does, en 1599. Restaurado hace pocos años, alberga ahora, como arcaico continente, parte de las obras del memorable escultor canario.

Son 25 obras las que conforman el conjunto de esculturas, las que dan sustento plástico —al margen de otros proyectos culturales proyectados—, a la Fundación de Arte y Pensamiento Martín Chirino, en el castillo de La Luz, hoy convertido en espacio expositivo de cualitativo formato estructural. Así también, lo remodeló y reconvirtió en museo, en los inicios de los años treinta, el pintor Néstor, en su propuesta, entre otras aluciones turísticas para la ciudad grancanaria, que las instalaciones del Castillo fuera destinado a Museo.