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Fábula del zorro y el erizo
Visto así, aparentemente, el zorro ganaría la batalla al erizo. No sé lo que pensaba Arquíloco de este tema, se murió el hombre hace tantos años que no me dio tiempo de preguntárselo. Sin embargo en este país que me tocó vivir los poderes económicos y políticos se dejaron seducir durante muchos años por el zorro. El zorro valía para la política, lo fichaban los grandes partidos, lo ponían en sus listas, lo dejaban hablar en el Parlamento. El zorro valía para las empresas, le permitían liderar los poderes económicos, lo recibían en los salones dorados, lo visitaban a su guarida. Lo aclamaban los poderes espirituales, lo abrazaban los hermanos masones, le dejaban la llave de los templos.
A nosotros, los erizos, seres simples que apenas nos asomamos a la puerta de nuestras guaridas, nadie nos hacía caso. A los poderes les molestaba nuestra tendencia a pinchar, nuestras púas antiestéticas. Éramos animalitos arrastrados y sin prestigio. Nos daban por todos los lados, apenas podíamos reaccionar mostrando una púa, pero reprimiendo nuestras ganas de pinchar al fondo.
Pero, ya ven, tuvo que venir un erizo de fuera para poner a nuestra especie en su sitio. El zorro trató al erizo con el desprecio habitual que trataba a todo el mundo. Se sentía superior y tenía sus razones. Acostumbrado a conquistar a tirios y troyanos, a ganar todas las batallas, a desafiar las leyes de la gravedad y las otras, a inventar empresas y fábulas. Acostumbrado a eso que llaman éxito social, el zorro se planteó la conquista del erizo como las anteriores. Ofreció al erizo su madriguera, sus tesoros, sus parras y sus cabezas de ganado.
Pero la luna de miel entre especias tan diferentes no podía ser eterna. No sabemos lo que pasó antes, nos enteramos de la batalla en los últimos minutos. El erizo quiso abandonar la madriguera, el zorro se puso nervioso pensando en las fortunas que podía perder. La batalla se transformó en espectáculo. Estos días se están publicando nuevos capítulos de esa guerra. Volvamos a Arquílogo, nos decía que el erizo sólo sabía una cosa, y esa cosa le bastó para ganar la primera gran batalla. Los compatriotas de Arquílogo, los griegos, fueron dados a las fábulas y a los proverbios: “ Al amor, como a una cerámica, cuando se rompe, aunque se reconstruya, se le conocen las cicatrices.” Sé que no pega al final de tanta fábula y tras la alusión a un poeta, pero estos días en muchas esquinas hay gente honrada que grita: “ que se joda el zorro”.
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Juan GarcÃa Luján
Visto así, aparentemente, el zorro ganaría la batalla al erizo. No sé lo que pensaba Arquíloco de este tema, se murió el hombre hace tantos años que no me dio tiempo de preguntárselo. Sin embargo en este país que me tocó vivir los poderes económicos y políticos se dejaron seducir durante muchos años por el zorro. El zorro valía para la política, lo fichaban los grandes partidos, lo ponían en sus listas, lo dejaban hablar en el Parlamento. El zorro valía para las empresas, le permitían liderar los poderes económicos, lo recibían en los salones dorados, lo visitaban a su guarida. Lo aclamaban los poderes espirituales, lo abrazaban los hermanos masones, le dejaban la llave de los templos.
A nosotros, los erizos, seres simples que apenas nos asomamos a la puerta de nuestras guaridas, nadie nos hacía caso. A los poderes les molestaba nuestra tendencia a pinchar, nuestras púas antiestéticas. Éramos animalitos arrastrados y sin prestigio. Nos daban por todos los lados, apenas podíamos reaccionar mostrando una púa, pero reprimiendo nuestras ganas de pinchar al fondo.