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Felipe y José Luis

20 de marzo de 2024 21:02 h

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Desde el día que se asumió en España que los militantes del Partido Popular y del Partido Socialista debían elegir en unas primarias a quien tarde o temprano era casi seguro que iba a ser presidente del Gobierno, al tiempo que nos llenábamos de democracia, inaugurábamos el juego con la ruleta rusa. Los militantes de esos partidos limitan el menú y marcan las cartas con dos candidatos y los españoles deciden si votan a Juana o a su hermana.

Zapatero afloró cuando todos esperaban a Bono; Borrell apareció cuando a quien se esperaba era a Almunia. Ni les cuento de Casado, que se coló, aún nadie lo entiende, cuando la llamada era Soraya. Sánchez lo hizo contra pronóstico a costa de Susana.

Felipe y Zapatero estuvieron con Évole hace pocos días. Zapatero con una entrevista actual y Felipe en un encuentro enlatado dos años. Tienen 82 y 63 años y eso no se escapa a ninguna mirada. En realidad, están adscritos a dos generaciones distintas. Zapatero milita en el Partido Socialista de ahora y Felipe en el Partido Socialista de ayer.

Un expresidente sabe que su grandeza pasada se debió fundamentalmente a comunicar la verdad. Colinda con el carisma. Pero sabe que su tamaño actual depende del caudal de convicción con el cual hoy transmite lo que puede decir. Fui felipista en mucha mayor medida que zapaterista. Felipe era más real y eficaz. Hoy las tornas se han invertido y Zapatero resulta ser el expresidente que menos imposta al hablar pues habla con su propia voz.

Azaña se autodefinía como un intelectual, un liberal y un burgués. Son tres varas para medir. Felipe es un punto más intelectual y creo que también liberal y burgués, aunque esto le venga dado por la edad. El mayor es humanista de pensamiento y el joven es humanista de corazón.

La ternura común por la cosa es concepto hegeliano que intenta superar las contradicciones y si no se pueden superar transferirlas a buen puerto. Zapatero transfiere las contradicciones al expediente democrático pues entiende que solo la democracia tiene argumentos para superar todas las contradicciones y tiene soluciones para todo. Felipe tiene una mirada historicista, los conflictos son reales e hijos del momento. Otro momento las superará. Con la medida del “Cándido” de Voltaire, Jose Luis es Pangloss y Felipe es Martín. Zapatero cree que hubo más crispación con Aznar, váyase Sr. Gonzalez, que ahora con Feijoó.

Zapatero puede ser hoy cabeza de mitin sanchista, a Felipe no le alcanza porque tampoco quiere. Aquí nadie llega según el orden natural de la alternancia. Algo tiene que haber pasado. El 23-F aupó a Felipe y los gales empujaron a Aznar. El yihadismo llevó en volandas a Zapatero que decayó por la crisis a manos de Rajoy que desapareció por la Gürtel.

Uno y otro son personajes del régimen del 78 y de ahí su lealtad con la corona, también con el llamado rey emérito. José Luis es platónico, vive con las ideas y Felipe es aristotélico y convive con sus razonamientos. No fue Zapatero a la Academia para así ser discípulo de Felipe. Ambos tuvieron mucho poder, pero Felipe dispuso del paraguas protector del partido, del que no dispuso José Luis, que ya había convertido la mediocridad en santo y seña del partido con la secuela de la falta de debate y contestación. A Felipe, como a Ortega, le fascinaba Alemania y a José Luis, como a Unamuno, le gustaba Francia y en España, también Cataluña.

Uno es de trato agradable y el otro es de agradable trato, Zapatero moralista y Felipe psicólogo. Si la experiencia es el nombre que damos a nuestros errores, uno y otro tienen experiencia. Felipe vio pasar delante suya al gal y a casos puntuales de corrupción. José Luis no pudo reaccionar ante la crisis que se traducía en su arista más cruel en desahucios masivos y pobreza.

Desde el día que se asumió en España que los militantes del Partido Popular y del Partido Socialista debían elegir en unas primarias a quien tarde o temprano era casi seguro que iba a ser presidente del Gobierno, al tiempo que nos llenábamos de democracia, inaugurábamos el juego con la ruleta rusa. Los militantes de esos partidos limitan el menú y marcan las cartas con dos candidatos y los españoles deciden si votan a Juana o a su hermana.

Zapatero afloró cuando todos esperaban a Bono; Borrell apareció cuando a quien se esperaba era a Almunia. Ni les cuento de Casado, que se coló, aún nadie lo entiende, cuando la llamada era Soraya. Sánchez lo hizo contra pronóstico a costa de Susana.