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Para que la gente lo entienda…

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Si tuviéramos que elegir un pilar fundamental en cualquier pacto social, este se basaría en la confianza. No obstante, se percibe una quiebra entre el deseo ciudadano y las aparentes soluciones que se plantean para la resolución de los problemas por parte de las instituciones, detectándose una preocupante tendencia que termina por desembocar en una baja participación en los diferentes procesos electorales, siendo claro que las razones proceden desde unas raíces profundas y multifacéticas, sabiendo que una alta confianza institucional promueve la estabilidad y el cumplimiento de las obligaciones, mientras que la desconfianza puede llevar al escepticismo, el cinismo y la desobediencia civil.

Lo primero que hay que tener claro es que, la confianza en las instituciones se configura en la percepción pública de la eficacia, honestidad y justicia de entidades, incluyendo el poder ejecutivo, legislativo, judicial, fuerzas de seguridad, medios de comunicación, organizaciones no gubernamentales, así como las que representan a la población trabajadora y a las empresas. Y lo contrario a la honestidad, es el engaño. Por esa razón, uno de los factores primordiales que contribuyen a la desconfianza en las instituciones es la corrupción. Cuando la ciudadanía percibe que las organizaciones parece que muestran un mayor interés hacia los beneficios personales en lugar que al bienestar colectivo, la credibilidad se erosiona rápidamente. Y no hace falta serlo, simplemente parecerlo. Pero sea como fuere, la fe en el sistema termina por socavarse, al ofrecer una cierta percepción de impunidad frente al incumplimiento porque nunca pasa nada.

Otro de los aspectos que alejan a la población de las instituciones que aparentemente le representa, es la ineficacia. La burocracia excesiva que, en aras de la seguridad jurídica termina por promover el inmovilismo, la falta de respuesta ante las necesidades básicas de la población y la incapacidad para solucionar problemas urgentes, debilitan la legitimidad de las instituciones debido a que, cuando no se perciben resultados tangibles, la desilusión crece y la disposición a apoyar y participar en el sistema disminuye o, si aumenta, es hacia los planteamientos populistas, no tanto porque den con la sencilla y rápida solución, sino porque el tradicionalismo no ha sabido/querido/podido dar respuesta a los problemas declarados.  También, claro está, la globalización tecnológica que promueve el acceso a “información” ilimitada, terminándose por convertir en desinformación, haciendo que cada cual crea en lo que quiera creer, buscando solo el soporte que le acredite sus convicciones hasta alcanzar una narrativa basada en los complots generalizados.

Pero todas estas razones quedarían huérfanas si no se aplican en un contexto de polarización. De hecho, la política se ha vuelto divisiva, creando un entorno en el que la ciudadanía se identifica fuertemente con una ideología irreconciliable con el resto, viendo al oponente como una amenaza existencial, reduciendo la capacidad para alcanzar consensos y soluciones constructivas, haciendo que se pierda la fe en la capacidad del sistema democrático para resolver conflictos y representar sus intereses de manera justa y efectiva. Ahora bien, si algo desagrada de sobremanera a la ciudadanía es que la tomen por tonta, necia, estúpida e inmadura. De hecho, hay una frase que molesta mucho que es “para que la gente lo entienda”, sabiendo que la gente lo entiende todo, lo que pasa es que puede que no esté de acuerdo y, en consecuencia, proteste.

Si tuviéramos que elegir un pilar fundamental en cualquier pacto social, este se basaría en la confianza. No obstante, se percibe una quiebra entre el deseo ciudadano y las aparentes soluciones que se plantean para la resolución de los problemas por parte de las instituciones, detectándose una preocupante tendencia que termina por desembocar en una baja participación en los diferentes procesos electorales, siendo claro que las razones proceden desde unas raíces profundas y multifacéticas, sabiendo que una alta confianza institucional promueve la estabilidad y el cumplimiento de las obligaciones, mientras que la desconfianza puede llevar al escepticismo, el cinismo y la desobediencia civil.

Lo primero que hay que tener claro es que, la confianza en las instituciones se configura en la percepción pública de la eficacia, honestidad y justicia de entidades, incluyendo el poder ejecutivo, legislativo, judicial, fuerzas de seguridad, medios de comunicación, organizaciones no gubernamentales, así como las que representan a la población trabajadora y a las empresas. Y lo contrario a la honestidad, es el engaño. Por esa razón, uno de los factores primordiales que contribuyen a la desconfianza en las instituciones es la corrupción. Cuando la ciudadanía percibe que las organizaciones parece que muestran un mayor interés hacia los beneficios personales en lugar que al bienestar colectivo, la credibilidad se erosiona rápidamente. Y no hace falta serlo, simplemente parecerlo. Pero sea como fuere, la fe en el sistema termina por socavarse, al ofrecer una cierta percepción de impunidad frente al incumplimiento porque nunca pasa nada.