Espacio de opinión de Canarias Ahora
El hotel-torre para Kiessling en medio del Istmo
Desde hace muchos años, el litoral de Las Palmas situado al naciente de Las Canteras, en concreto desde el muelle de Santa Catalina hasta el Sanapú, constituye el mayor objeto de deseo de la isla de Gran Canaria. Y es que se trata del panal de rica miel. Nada menos que del Istmo, de esa línea sutil de paisaje que, cuando venimos desde el Sur por carretera nos sorprende y engatusa. Por eso mismo, no hay inversor, emprendedor, fantaseador “ocurridor” que no intente hincarle el diente a esa maravilla. Eso sí intentando enmascarar sus intereses y proclamando a los cuatro vientos que solo le mueve el interés general de los ciudadanos de la capital y que solo a ellos quiere servir.
Porque como todo el mundo ya sabe de memoria, es que se trata del espacio más deslumbrante de toda la isla. El Istmo, aunque ya no se perciba ni disfrute como tal, debido al continuo edificado (el Woermann fue la última posibilidad desaprovechada), es único en el Archipiélago. Enclavado a los pies de La Isleta, sirviendo de unión con el resto de Gran Canaria y a la vera del sonoro atlántico, se erige en la imponente entrada marítima de la ciudad.
Conseguir localizarse y establecer sus reales en el istmo es el desvelo permanente y recurrente de todos aquellos que “piensan a lo grande”. Y, en los último tiempos, hay que reconocer que consiguieron imponerse en algunos casos. El mayor de los atentados fue el perpetrado por Luis Hernández, al forzar la construcción del mamotreto del centro comercial en la misma entrada del muelle Santa Catalina. Más tarde, las torres del Woermann continuaron degradando la imagen del Istmo.
Este maltrato fue entendido como tal por la ciudadanía de la capital. Y su formidable movilización democrática consiguió una maravillosa victoria, al arrinconar y abatir la propuesta hecha por el Ayuntamiento de aquel entonces conocida como la “Gran Marina”. Y es propio de la salud cívica recordar el papel referencial y aglutinador jugado en aquella ocasión por el Colegio de Arquitectos de Canarias.
En la actualidad se está construyendo el Acuario de Kiessling. Lo único que ahora diría para no dispersarme, es resaltar que Loro Parque nunca se construyó en la Avenida de Anaga de Santa Cruz de Tenerife.
Y ahora, con ese embullito del acuario, está apareciendo un enjambre de propuestas y ocurrencias sobre ese nuestro espacio emblemático. Que si un funicular hasta El Vigía, que si una noria gigante, que si un astillero para los megayates del mundo mundial y, por último, la construcción de un hotel-torre, patrocinado, además, por el mismo dueño del acuario
Creo muy ilustrativo comentar una peculiaridad que apareció en estos últimos intentos. Por una parte el Ayuntamiento capitalino y, por la otra, la Autoridad Portuaria de Las Palmas, se evadían de su responsabilidad sobre estos asuntos y la colocaban en la otra institución de enfrente. “Si la Autoridad Portuaria da su visto bueno, el Ayuntamiento no pondrá ninguna objeción”. Y, como todos recordamos, la Autoridad Portuaria declaraba lo mismo.
Pienso que se trata de un planteamiento inaceptable, en especial por parte del Ayuntamiento. Porque ¿cómo es posible que el Ayuntamiento acepte situarse en una posición subalterna y no tenga nada que decir en relación con todo lo que quieran los particulares construir en el Istmo?
En el caso que nos ocupa del hotel-torre, el Ayuntamiento viene diciendo que, como el Plan General prevé un hotel, pues no hay nada más que hablar. Es decir lo que está previsto, está previsto y, sensu contrario, lo que no está, no existe. Y, sostiene el Ayuntamiento, lo que hay que aceptar es que se construya el hotel y punto pelota.
Entonces y por la misma razón tendríamos que preguntarnos ¿existía la previsión de construir el Acuario en el Istmo? Está claro que no y, de acuerdo con el mismo argumento, no se podría haber construido. Pero todavía hay más, si Kiessling dice que no le gusta la altura prevista en el Plan y que quiere hacer un hotel-torre, el Ayuntamiento le está diciendo que ¡faltaría más! Que eso está hecho. Una simple modificación y “¡rián pal puerto!”
¿A dónde se quiere llegar? A que el Ayuntamiento de Las Palmas puede, y a mi juicio debe, planificar el Istmo al completo. Con el objetivo que ese espacio frágil y emblemático se transforme en la verdadera entrada atlántica de la ciudad. En su momento coronada con la recuperación de la otra banda del muelle Santa Catalina: la Base Naval.
Y no dejar que sea una empresa privada la que conquiste el Istmo y ligue el póker de acuario, hotel-torre, funicular y gran noria.
Hay otra cuestión, que hoy está de actualidad con la prevista y próxima inauguración de todo el complejo de Tamaraceite Sur (obsérvese la nomenclatura con ínfulas manhattianas). Me refiero, por supuesto, a los flujos de tráfico. Una de las características estructurales del Istmo es su extrema fragilidad en el cordón umbilical La Isleta-Gran Canaria. Ya y con frecuencia, el tráfico está colapsado. De forma que nuevos y densos flujos de tráfico lo colapsarían definitivamente. Y entonces arreciaría el vocerío para soterrar la autovía. Sin caer en la cuenta que, aparte el dispendio económico desorbitado, enterrar una parte de la red, como nos enseñan los que saben de infraestructuras de transporte, no soluciona el colapso de la red. La solución de los problemas actuales del transporte urbano, como ya se sabe, pasa por asumir un nuevo modelo.
Por último. Otra argumentación para construir el nuevo hotel es que se necesitan más camas turísticas en Las Palmas. Esto, al margen que sea aplicable al conjunto de la ciudad, ni es lo más aconsejable, ni es lo que ya vienen haciendo con un notable éxito un montón de promotores que están reutilizando patrimonio edificado de difícil conservación, y en algunos casos de innegable valor patrimonial. Una red desde Vegueta a La Isleta y desde los viejos Riscos a la antigua Ciudad Baja, aparte de evitar la aparición de ghetos sociales (por ejemplo, el antiguo hotel Astoria), daría una envidiable personalidad, por si aún le hiciera falta, a la ciudad que habitamos y, en ocasiones, parece que ni la queremos ni la respetamos.
Desde hace muchos años, el litoral de Las Palmas situado al naciente de Las Canteras, en concreto desde el muelle de Santa Catalina hasta el Sanapú, constituye el mayor objeto de deseo de la isla de Gran Canaria. Y es que se trata del panal de rica miel. Nada menos que del Istmo, de esa línea sutil de paisaje que, cuando venimos desde el Sur por carretera nos sorprende y engatusa. Por eso mismo, no hay inversor, emprendedor, fantaseador “ocurridor” que no intente hincarle el diente a esa maravilla. Eso sí intentando enmascarar sus intereses y proclamando a los cuatro vientos que solo le mueve el interés general de los ciudadanos de la capital y que solo a ellos quiere servir.
Porque como todo el mundo ya sabe de memoria, es que se trata del espacio más deslumbrante de toda la isla. El Istmo, aunque ya no se perciba ni disfrute como tal, debido al continuo edificado (el Woermann fue la última posibilidad desaprovechada), es único en el Archipiélago. Enclavado a los pies de La Isleta, sirviendo de unión con el resto de Gran Canaria y a la vera del sonoro atlántico, se erige en la imponente entrada marítima de la ciudad.