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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Iconoclastia

Los más ingenuos creyeron que el PP iba a hacer el paripé con Vox antes de las elecciones generales para no perjudicar a Alberto Núñez Feijóo en su intento de desbancar a Pedro Sánchez de la presidencia del Gobierno. 

Creyeron que se iban a tomar su tiempo y a estirar el chicle para no llegar a ningún acuerdo importante con la ultraderecha en las comunidades autónomas y ayuntamientos capitalinos con el objeto de no escandalizar a su minoritario electorado más moderado ni atemorizar al hipotético votante que quiere echar a Pedro Sánchez de la Moncloa, cueste lo que cueste. 

Pero no, el PP en una hora llegó a un acuerdo con Vox en la Comunidad Valenciana, en la que tendrán varias consejerías y la vicepresidencia de la Generalitat. A nadie tiene que sorprenderle porque ya existe ese pacto con la ultraderecha en Castilla y León, cuyo presidente es un auténtico patán y palurdo. Machista, homófobo y xenófobo, entre otras virtudes teologales. 

El nuevo vicepresidente y consejero de Cultura de la Comunidad Valenciana es un torero que flirteó con Rosa Díez y Ciudadanos antes de llegar a Vox, aunque antes hizo una parada en el PP de Camps. Un currículo como para enmarcarlo. 

 No sé si es el torero bombero o el bombero pirómano pero ahí está, en la vicepresidencia de la Generalitat Valenciana y en la Consejería de Cultura para aprobar más subvenciones al toreo, que no a los toros, que son unos animales nobles y formidables que no tienen ninguna culpa del espantajo.

El acuerdo literal al que llegaron en una hora el PP y Vox en Valencia es, además de básico, surrealista y onírico. Absurdo y esperpéntico.

El primer punto del acuerdo dice: “libertad para que todos podamos elegir”. El segundo: “desarrollo económico para reducir el gasto innecesario e impulsar la economía”. El tercero: “Sanidad y Servicios Sociales para reforzar la sanidad pública y los servicios sociales”. El cuarto: “señas de identidad para defender y recuperar nuestras señas de identidad”. Y quinto: “apoyo a las familias para fomentar la natalidad, seguridad y promoción de las familias”. Se les olvidó añadir: un puro y una botella de coñac para celebrar el acuerdo fumando y bebiendo coñac, que es cosa de hombres. Seguramente empezaron con el puro y el coñac antes de llegar al acuerdo y firmarlo. De lo contrario no se explica tantas obviedades chapuceras en tan pocas líneas.

Parece un acuerdo suscrito en una guardería infantil entre niños de la edad de mi nieto. Pero no: es el acuerdo básico (y tan básico) del PP y Vox en la Comunidad Valenciana. Allí no hizo falta hacer el fingimiento para firmar un pacto tan pueril. Un acuerdo que hubiese firmado cualquier partido del espectro parlamentario sin comprometerse a nada. Un pacto vacío de contenido e infantil en las formas.

La derecha que firma estos pactos de preescolar es la misma que se indigna por que el delegado del Gobierno de Madrid haya dicho que los partidos independentistas han beneficiado más a los españoles este mandato que los patrioteros de banderita en la pulsera, que Bildu y Esquerra paradójicamente hayan hecho más por ellos que la derecha y la ultraderecha nacionales porque han votado a favor de medidas sociales tan fundamentales como el aumento de las pensiones o el salario mínimo. 

El PP y Vox, los firmantes del Acuerdo de Valencia, rechazaron esas subidas que sí fueron respaldadas por Esquerra Republicana de Cataluña y Bildu. Tenemos una derecha rancia tan básica que hay que explicarle las cosas al estilo de Barrio Sésamo. Arriba, abajo; derecha, izquierda; delante, detrás. Epi y Blas. Mientras el país hace esfuerzos por comprenderlos, ellos siguen en la luna de Valencia fumándose un puro en el tendido ocho. Por algo el PP hace sus grandes mítines en esa plaza de toros. 

Los más ingenuos creyeron que el PP iba a hacer el paripé con Vox antes de las elecciones generales para no perjudicar a Alberto Núñez Feijóo en su intento de desbancar a Pedro Sánchez de la presidencia del Gobierno. 

Creyeron que se iban a tomar su tiempo y a estirar el chicle para no llegar a ningún acuerdo importante con la ultraderecha en las comunidades autónomas y ayuntamientos capitalinos con el objeto de no escandalizar a su minoritario electorado más moderado ni atemorizar al hipotético votante que quiere echar a Pedro Sánchez de la Moncloa, cueste lo que cueste.