Espacio de opinión de Canarias Ahora
Para Jaime O´Shanahan, en el recuerdo por Carlos Suárez Rodríguez
Lo conocí siempre preocupado por alguno de ellos, ya fuese por aquel cardón que había que trasplantar en el vivero de Tafira o por la rama de laurel de Indias cortado en la carretera de Agaete que había que recoger antes de que lo llevasen al vertedero o también por las semillas de vinático de la carretera de Los Hoyos que había que retirar antes de que los coches las aplastaran.
Con igual dedicación contagiaba su amor a la naturaleza a niños, a estudiantes, al labrador, al ganadero o al urbanita que echaban pestes de las hojas secas de palmera que caían en el jardín, de las raíces de eucalipto que destrozaban muros de aljibes y de los pájaros gorriones que ensuciaban los patios interiores.
Nada paraba a su pasión por transmitir ese halo protector sobre lo vivo, sobre la herencia biológica de las Hespérides. Allí donde estuviera, una semilla -preferiblemente si era un támara- o un esqueje eran salvados para el futuro.
Deja cientos de hijos en forma de vida vegetal repartidos por las islas. Jaime O´Shanahan se mantiene vivo en nuestros paisajes porque él se preocupó tanto por mantenerlos que ya es parte integrante de muchos de ellos.
¿Cómo olvidar aquella pícara y sana referencia a la hermosa “hembrita” de palmera canaria que vive con sus hijos al pie a la entrada de El Toscón en Tamaraceite o a la pareja enamorada de palmera y pino que guarda su parcela de Ayagaures?
Dio su tiempo y su vida a la biodiversidad insular con un afán infinito y una pasión desbordante. Acaban de decirme que se ha ido y seguramente , al igual que muchos otros que convivimos con él, derramamos lágrimas por el cariñoso amigo y educador que tanto nos enseñó con su ejemplo y su palabra. Hasta el último momento repartía consejos y textos en defensa de la naturaleza desde su silla de ruedas en la calle de Triana. Incansable e inagotable hasta el final.
¡Cómo te echaremos de menos, querido Jaime¡
Carlos Suárez RodrÃguez
Lo conocí siempre preocupado por alguno de ellos, ya fuese por aquel cardón que había que trasplantar en el vivero de Tafira o por la rama de laurel de Indias cortado en la carretera de Agaete que había que recoger antes de que lo llevasen al vertedero o también por las semillas de vinático de la carretera de Los Hoyos que había que retirar antes de que los coches las aplastaran.
Con igual dedicación contagiaba su amor a la naturaleza a niños, a estudiantes, al labrador, al ganadero o al urbanita que echaban pestes de las hojas secas de palmera que caían en el jardín, de las raíces de eucalipto que destrozaban muros de aljibes y de los pájaros gorriones que ensuciaban los patios interiores.