Espacio de opinión de Canarias Ahora
El largo camino de la Izquierda
En el pasado reciente de las democracias occidentales, la recuperación de la Izquierda estaba asociada naturalmente al desgaste de la derecha, a la irrupción de un liderazgo refulgente, a la formulación de una nueva propuesta política esperanzadora -o a algún sucedáneo propagandístico de ésta- o a la mezcla de todos esos ingredientes.
Pero todo eso ocurría en un escenario político delimitado por el Estado nacional, como forma de organización política y de convivencia.
El escenario ahora es otro y ha desbordado completamente al Estado, lo hace cada vez más impotente y la opinión pública lo percibe.
En el nuevo escenario de la globalización la hegemonía la tiene abruptamente el gran capitalismo, especialmente el financiero, capaz de desencadenar espectaculares operaciones desestabilizadoras de la economía de un país y de la política de un gobierno.
Éste escenario fue preparado cuidadosamente durante varias décadas: liberalización de los movimientos de capital, de los intercambios comerciales, deslocalización de empresas, recuperación de un infinito ejército de reserva de trabajadores a bajo costo…
Esa hegemonía en un mundo globalizado sólo podrá ser contrapesada por Instituciones democráticas de una gobernanza también global que, por ahora, pertenecen al terreno de la política ficción.
Ese escenario económico global y la construcción de una democracia global exigen formas de organización y coordinación de los sectores progresistas de ámbito también global. Nunca tanto como ahora vuelven a tener sentido las ideas internacionalistas y la convicción de que un mundo mejor sólo será posible a escala internacional. Y estas nuevas formas de organización y coordinación han de partir de la constatación irreversible de que el pensamiento y la acción progresistas son plurales. Y la de que el dogmatismo y el sectarismo constituyen su principal obstáculo, una excrecencia del autoritarismo de la vieja sociedad o un mero taparrabos intelectual de espurios intereses de tribus o de burocracias aparatistas.
Así las cosas, toda política nacional que vaya a contracorriente, que le plante cara al programa de esa derecha global: fiscalidad regresiva, desmantelamiento de los servicios públicos esenciales, derogación de los derechos laborales y de negociación colectiva, colonización de los medios informativos…, puede ser fácilmente saboteada y los gobiernos estatales que lo intenten sometidos a un desgaste vertiginoso ante sus propios electores.
La izquierda, no sólo la socialdemocracia, se enfrenta a un reto descomunal. Y mientras no tome conciencia de ello está abocada a la decadencia o a agarrarse a tientas a meras soluciones aparentes, meros espejismos.
No significa esto que haya que sumirse en la espera contemplativa, ni renunciar a actuar en la política nacional, a participar en las elecciones o a ganar la mayoría y el gobierno de las Instituciones democráticas estatales o locales.
No. Significa simplemente que ya nada será igual y no sirve seguir actuando por inercia, repitiendo las estrategias, los discursos, las formas de organización y de relación con la ciudadanía propias de un tiempo que ya no es.
En primer lugar, habrá que tener plena conciencia de que la reacción a cualquier política estatal transformadora o de reformas significativas de una sociedad que va camino de reproducir, salvadas las distancias, la del capitalismo más agresivo de los siglos XIX y XX, tropezará con una resistencia feroz de los sectores que alientan esa vuelta al capitalismo salvaje, que ya pueden dar golpes de estado financieros para lograr destruir cualquier obstáculo en su camino, con tanta o más eficacia que cuando perpetraban cruentos golpes de Estado militares.
Esas reformas y políticas progresistas habrán de ser, al tiempo, audaces y bien calibradas. Acometidas con un gran respaldo de la opinión pública, que es el único factor que puede compensar en algunos terrenos la correlación de fuerzas global tan hostil contra cualquier política progresista. Y con el respaldo de la mayoría social, si no se puede acudir al déficit “porque no hay quien preste dinero” para financiar las políticas públicas -y el restablecimiento de la fiscalidad progresiva tiene también sus límites impuestos por el sistema global, el retraimiento de la inversión y la fuga de capitales- poder decidir en interés de la mayoría a quién y en qué cuantía se exigirán sacrificios.
En segundo lugar, que la izquierda deberá superar esa separación entre las Instituciones democráticas y la sociedad que fue fraguándose por la dinámica del Estado representativo. Eso requerirá que los partidos progresistas sean plenamente conscientes del escenario actual, lo compartan con los ciudadanos, se abstengan de promesas electorales incumplibles -que luego se conviertan en fulminantes boomerangs del descrédito-, mantengan una comunicación franca y en tiempo real con los ciudadanos sobre todo el acontecer económico, político e institucional, a pesar de la degradación progresiva del pluralismo informativo, y hasta llegar como en los orígenes donde el Estado “mínimo” de la derecha se niegue a llegar, supliéndole en forma de servicios asistenciales, educativos o sanitarios por modestos que sean. Eso es en realidad lo que fueron las casas del pueblo de cuando el PSOE era un partido de trabajadores, lugares de formación, de asistencia de solidaridad y, en cierto modo, lo que explica en determinados países el arraigo de organizaciones como los “hermanos musulmanes”.
Y exigirá también una renovación de actitudes, un desligamiento de los hábitos y ticks del stablishement por parte de los políticos progresistas, de forma que la ciudadanía a la que pretender volver a representar les identifique como parte de los suyos y no de un sistema del que gran parte de la sociedad se siente distante y ajena. Ni qué decir sobre temas de corrupción. Y hay muchos dirigentes, instalados en lo que Rodríguez Ibarra llama el “círculo del confort”, completamente incapaces de reciclarse aunque pertenezcan a lo que ellos mismos llaman la nueva generación.
Cuando hablo de corrupción no me refiero sólo a los casos más groseros y delictivos. Me estoy refiriendo expresamente a la colonización de las Instituciones por las clientelas partidistas, a la ineficiencia y a la mala administración culpable de unos recursos públicos por definición escasos. A nadie más que a la izquierda debe preocuparle que las Instituciones estén bien administradas y su gestión resulte inatacable. La derecha está siempre alerta para el desprestigio de lo público, para debilitar la acción de los poderes públicos que son los únicos que pueden velar por los que tienen menos o no tienen nada.
En realidad, la izquierda se enfrenta a una larga marcha, que es la marcha de la humanidad para recuperar dificultosamente los logros democráticos y sociales allí donde se están destruyendo y conquistarlos allí, en la mayor parte de los campos del mundo, donde ni siquiera se vislumbraron.
En ese camino, la tentación del populismo y del autoritarismo siempre será un espejismo en medio de las dificultades: una sociedad cada vez más desigual afrontará tarde o temprano graves conflictos de lucha de clases.
La experiencia demuestra que hay logros civilizatorios, como las libertades públicas, la democracia basada en elecciones libres, el pluralismo informativo, la independencia de la justicia…., de los que los poderosos pueden prescindir. No los necesitan. Nunca fueron una aspiración ni un invento de los grupos dominantes, sino garantías de los ciudadanos, los excluidos y las mayorías.
En el pasado reciente de las democracias occidentales, la recuperación de la Izquierda estaba asociada naturalmente al desgaste de la derecha, a la irrupción de un liderazgo refulgente, a la formulación de una nueva propuesta política esperanzadora -o a algún sucedáneo propagandístico de ésta- o a la mezcla de todos esos ingredientes.
Pero todo eso ocurría en un escenario político delimitado por el Estado nacional, como forma de organización política y de convivencia.