Espacio de opinión de Canarias Ahora
El maldito barco
Las semanas de chorizo de cantimpalos nunca son iguales que las comandadas por la morcilla de Arucas. Hace veinte años y unos días, Manuel Fraga Iribarne se empeñó en decir que mi apellido era de origen catalán, y “queda dicho”. Estábamos, el presidente de Canarias y yo, a la sazón su director de gabinete, en aquel despacho ridículo que tenía Fragabarne en San Caetano. Acompañábamos a más de doscientos voluntarios de Canarias que habían venido a limpiar las playas gallegas: “el maldito barco, el maldito barco…” nos repetía Fraga, y no decía más sobre el desastre del Prestige. Al día siguiente, el cheiro de las playas era insoportable, incluso con mascarilla. No le pasó casi nada a nadie, mucho menos a los responsables políticos de aquel desastre. Tampoco les pasó nada, ni se cuenta nada de ellos, a los irresponsables que dejaron la línea de alta velocidad Madrid-Barcelona, a medio hacer, en marzo de 2004. A medio hacer y con infinidad de barbaridades constructivas y de ingeniería en el trazado. Ahora celebramos los quince años de funcionamiento de la alta velocidad Barcelona-Madrid, con gran éxito y estrépito, ciento cuarenta millones de pasajeros y cuatro compañías compitiendo por ofertas trenes y plazas.
Nadie fue cesado ni dimitido, ni mucho menos el general secretario Cascos, capitán de los perpetradores de aquellos desafueros y de otros. Ahora, por unos trenes no fabricados pero que, al parecer, se iban a fabricar mal, han caído una secretaría de estado y un presidente de Renfe… Divina proporcionalidad. Pero como siempre que huele mal, aparece el fútbol, la matraca de los sobornos a los árbitros por parte del Barça nos machaca los tímpanos. Hace tiempo que a mi hijo y a mí del balompié solo nos interesa el Depor. Por eso fue una tristeza despedir al gran Amancio, que venía a la puerta de mi colegio coruñés a firmar autógrafos cuando yo era niño. Conducía un flamante Fiat 1500.
El maldito barco es un epítome de la manera de gestionar de la derecha cavernícola de este país. Altas velocidades fracasadas, aeropuertos y hospitales que solo son hangares de lujo y costas anegadas de chapapote. Y negocio, privatizaciones, y más negocio, para los suyos. Como escribía Luis García Montero, es muy importante votar. Quedan tres meses.
Las semanas de chorizo de cantimpalos nunca son iguales que las comandadas por la morcilla de Arucas. Hace veinte años y unos días, Manuel Fraga Iribarne se empeñó en decir que mi apellido era de origen catalán, y “queda dicho”. Estábamos, el presidente de Canarias y yo, a la sazón su director de gabinete, en aquel despacho ridículo que tenía Fragabarne en San Caetano. Acompañábamos a más de doscientos voluntarios de Canarias que habían venido a limpiar las playas gallegas: “el maldito barco, el maldito barco…” nos repetía Fraga, y no decía más sobre el desastre del Prestige. Al día siguiente, el cheiro de las playas era insoportable, incluso con mascarilla. No le pasó casi nada a nadie, mucho menos a los responsables políticos de aquel desastre. Tampoco les pasó nada, ni se cuenta nada de ellos, a los irresponsables que dejaron la línea de alta velocidad Madrid-Barcelona, a medio hacer, en marzo de 2004. A medio hacer y con infinidad de barbaridades constructivas y de ingeniería en el trazado. Ahora celebramos los quince años de funcionamiento de la alta velocidad Barcelona-Madrid, con gran éxito y estrépito, ciento cuarenta millones de pasajeros y cuatro compañías compitiendo por ofertas trenes y plazas.
Nadie fue cesado ni dimitido, ni mucho menos el general secretario Cascos, capitán de los perpetradores de aquellos desafueros y de otros. Ahora, por unos trenes no fabricados pero que, al parecer, se iban a fabricar mal, han caído una secretaría de estado y un presidente de Renfe… Divina proporcionalidad. Pero como siempre que huele mal, aparece el fútbol, la matraca de los sobornos a los árbitros por parte del Barça nos machaca los tímpanos. Hace tiempo que a mi hijo y a mí del balompié solo nos interesa el Depor. Por eso fue una tristeza despedir al gran Amancio, que venía a la puerta de mi colegio coruñés a firmar autógrafos cuando yo era niño. Conducía un flamante Fiat 1500.