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Marisol era Pepa

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Hay un reciente y bello documental, Marisol, llámame Pepa que es una suerte de sinécdoque simbólica de la historia de la segunda mitad del siglo XX de este país. También, por supuesto, aunque creo que menos, refleja la trayectoria apasionante y triste de una actriz crepuscular desde sus primeros pasos. Marisol, para los que la vimos desde la ingenuidad de nuestra niñez siendo ella más mayor –diez años en mi caso- nunca representó la felicidad de nada ni de nadie, siempre fue una sensación de tristeza, cutrerío y falta de muchas cosas, todo mezclado. Un juguete roto antes de que empezaran a trastear con él. El documental ha sido recientemente galardonado en los premios Forqué, que, a costa de los denuedos y dineros de Enrique Cerezo –presidente del atlético de Madrid en los ratos libres pero en realidad, productor y distribuidor de cine de mucha relevancia- se han convertido en una especie de antesala de los Goya de febrero.

Recuperando lo mollar, escribo que no había un ápice de alegría en aquellas películas de infancia y adolescencia de Pepa Flores, Marisol. Puro franquismo que acabó con la muerte del dictador en la cama. Maldita sea. Por eso está muy bien recordarlo, y otras cosas que acabaron o empezaron a acabarse hace cincuenta años: “España en libertad.”

Éramos muy niños, muy jóvenes, pero intuíamos que algo no iba bien en aquella historia de niña rubia traspasada de una corrala malagueña a un barrio de lujo de Madrid. De todo eso se dice, se reflexiona y se comenta, con mayor o menor suerte, en el documental. Hay en él muchas voces de interés. Alguna, como la esperpéntica Esperanza Aguirre, no se sabe muy bien qué pinta, quizás un relleno generacional y conservador que les hacía falta a guionistas y directora, ellas sabrán. Las chispas más inteligentes resultan las de Elvira Lindo y la de la socióloga Aintzane Rincón; un poco crispada y con frases subordinadas de extensión excesiva y entonación exudativa, la escritora Marta Sanz. Pero todas muy bien, Cristina Almeida incluida; y César Lucas, medio contando o contando a medias, la historia de la portada de Interviú con Marisol desnuda. Muy a su pesar, y sin cobrar nada por ello, Marisol puso el semáforo verde de aquellos tiempos de cambio total de la sociedad española: me quisieron expulsar de una residencia de estudiantes militarizada por colocar la portada de “Interviú” en las paredes de mi habitación. O eso me he contado a mí mismo. Yo qué sabré. Marisol, Pepa flores, vive refugiada de la realidad en su Málaga natal. No concede entrevistas ni recibe galardones, el Goya de honor 2020 que le otorgaron lo recogieron sus tres hijas. El documental aviva la curiosidad sobre los tiempos y sobre su persona. Sería muy interesante que contara más ella, directamente o por terceros, pero nunca lo hará. Está en silencio desde hace casi cuarenta años. Viva Pepa Flores, símbolo, a su pesar, de la libertad recuperada.

Hay un reciente y bello documental, Marisol, llámame Pepa que es una suerte de sinécdoque simbólica de la historia de la segunda mitad del siglo XX de este país. También, por supuesto, aunque creo que menos, refleja la trayectoria apasionante y triste de una actriz crepuscular desde sus primeros pasos. Marisol, para los que la vimos desde la ingenuidad de nuestra niñez siendo ella más mayor –diez años en mi caso- nunca representó la felicidad de nada ni de nadie, siempre fue una sensación de tristeza, cutrerío y falta de muchas cosas, todo mezclado. Un juguete roto antes de que empezaran a trastear con él. El documental ha sido recientemente galardonado en los premios Forqué, que, a costa de los denuedos y dineros de Enrique Cerezo –presidente del atlético de Madrid en los ratos libres pero en realidad, productor y distribuidor de cine de mucha relevancia- se han convertido en una especie de antesala de los Goya de febrero.

Recuperando lo mollar, escribo que no había un ápice de alegría en aquellas películas de infancia y adolescencia de Pepa Flores, Marisol. Puro franquismo que acabó con la muerte del dictador en la cama. Maldita sea. Por eso está muy bien recordarlo, y otras cosas que acabaron o empezaron a acabarse hace cincuenta años: “España en libertad.”