Espacio de opinión de Canarias Ahora
Mejor es prevenir
Al calor de lo que ocurre se extiende la duda de que la Transición pariera una auténtica democracia. Yo soy de los convencidos de que así es, pero no por eso abomino de aquel periodo. El Caudillo no fue derrocado y esas cosas se pagan. Los espadones no vieron motivo para retirar sus “razones” de la mesa y el bunker franquista no admitió que les pidieran cuentas ni siquiera por sus atrocidades; mientras, la derechona menos conspicua comprendió que el negocio en adelante estaba en Europa y se pobló de liberales reprimidos, sin discernir entre los sinceros y los oportunistas, y de demócratas de toda la vida. La Iglesia, presente en la política española desde que se llevó al huerto a Recaredo y casi nunca para bien, jugó entonces un papel determinante para que la sangre no llegara al río, lo que es de agradecer: supo estar donde debía estar. Claro que la comandaba entonces el cardenal Tarancón en las antípodas de la actual jerarquía integrista de Rouco Varela alineado con quienes desean hacer de la Transición mera alegoría de la democracia y han hecho del PP su punta de lanza.
La Transición, creo, fue un primer paso pero con la democracia ocurre lo que con las bicicletas cuando se deja de pedalear. No se dieron más pasos y nadie percibió que el bipartidismo no era una tendencia natural susceptible de corrección sino objetivo compartido por PP y PSOE que han ido siempre de acuerdo en asuntos sustanciales, como el mantenimiento del statu quo para lo que se han opuesto a cualquier reforma electoral. Con daño para el parlamentarismo y su reflejo en el debilitamiento de instituciones estatales, desde la Justicia hasta los órganos autonómicos. Durante sus ocho años de oposición no dudó el PP en llevarse por delante las instituciones para llegar a La Moncloa sin importarle propiciar graves descréditos institucionales y de la propia actividad política en un grado que los ideólogos históricos del fascismo consideran el más propicio para su estrategia de toma del poder. El comentario de Cristóbal Montoro a Ana Oramas, eso de que no importa hundir a España que ya “nosotros la salvaremos”, no es una anécdota en la medida que encaja perfectamente en la “ideología” de los salvadores de la Patria.
La Historia está ahí para fundamentar cuanto llevo dicho. Es la misma Historia en la que el PSOE aparece encandilado por su condición de alternativa de poder y cayendo, no una ni dos veces, en la trampa de creer posible convivir en alternancia democrática con el reaccionarismo que hoy supura el PP. Si abstraemos el ruido de la crisis y de las protestas por las medidas de Rajoy y repasáramos otras actuaciones del Gobierno, desde Gallardón a Wert, sobran indicios de adonde quiere llegar la derechona. La Iglesia, cómo no, es avanzadilla de la vuelta atrás y no sorprende que haya logrado aumentar sus privilegios en los últimos años. En su día, Aznar dio a la firma de los obispos valor notarial y son varios ayuntamientos los que acaban de descubrir que los obispos aprovecharon para inmatricular un número todavía indeterminado de bienes inmuebles. El caso más llamativo, el de la mezquita de Córdoba que el obispo-notario puso a nombre de la diócesis, a la que van a parar los cuartos de su explotación turística mientras corre el Estado con los gastos de mantenimiento y conservación. Aznar le dio medios y Zapatero se encontró con que la Iglesia española amagó con presentarse ante el mundo como “perseguida”. Trató de calmarla aumentándole su asignación sin que dejaran los obispos de darle para el pelo ni de bendecir y apoyar al PP. Obispos hay, como el de Alcalá tan notorio últimamente, que ha llegado a oficiar en iglesias adornadas con símbolos fascistas y profusión de banderas con el aguilucho. En lo que ganan presencia las organizaciones fachas caracterizadas todas ellas por su inclinación a la caridad cristiana, sobre todo con los inmigrantes. Es normal que Rajoy no esté dispuesto a discutir con los obispos el asunto del IBI que la Iglesia no quiere pagar.
Sé, desde luego, cuan incorrecto es airear estas cuestiones. Son incómodas referencias a fantasmas que no son tan del pasado como quisiéramos. Pero interesa permanecer atento a la pantalla y juntar informaciones dispersas en apariencia antes de que estas gentes acaben de darnos un disgusto. La crisis supone para ellos una buena oportunidad.
Al calor de lo que ocurre se extiende la duda de que la Transición pariera una auténtica democracia. Yo soy de los convencidos de que así es, pero no por eso abomino de aquel periodo. El Caudillo no fue derrocado y esas cosas se pagan. Los espadones no vieron motivo para retirar sus “razones” de la mesa y el bunker franquista no admitió que les pidieran cuentas ni siquiera por sus atrocidades; mientras, la derechona menos conspicua comprendió que el negocio en adelante estaba en Europa y se pobló de liberales reprimidos, sin discernir entre los sinceros y los oportunistas, y de demócratas de toda la vida. La Iglesia, presente en la política española desde que se llevó al huerto a Recaredo y casi nunca para bien, jugó entonces un papel determinante para que la sangre no llegara al río, lo que es de agradecer: supo estar donde debía estar. Claro que la comandaba entonces el cardenal Tarancón en las antípodas de la actual jerarquía integrista de Rouco Varela alineado con quienes desean hacer de la Transición mera alegoría de la democracia y han hecho del PP su punta de lanza.
La Transición, creo, fue un primer paso pero con la democracia ocurre lo que con las bicicletas cuando se deja de pedalear. No se dieron más pasos y nadie percibió que el bipartidismo no era una tendencia natural susceptible de corrección sino objetivo compartido por PP y PSOE que han ido siempre de acuerdo en asuntos sustanciales, como el mantenimiento del statu quo para lo que se han opuesto a cualquier reforma electoral. Con daño para el parlamentarismo y su reflejo en el debilitamiento de instituciones estatales, desde la Justicia hasta los órganos autonómicos. Durante sus ocho años de oposición no dudó el PP en llevarse por delante las instituciones para llegar a La Moncloa sin importarle propiciar graves descréditos institucionales y de la propia actividad política en un grado que los ideólogos históricos del fascismo consideran el más propicio para su estrategia de toma del poder. El comentario de Cristóbal Montoro a Ana Oramas, eso de que no importa hundir a España que ya “nosotros la salvaremos”, no es una anécdota en la medida que encaja perfectamente en la “ideología” de los salvadores de la Patria.