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La memoria oculta de Pancho Cabildo

Así lo cuenta en sus memorias: “Empecé a caminar por las calles. En la de Triana la multitud hostil al alzamiento se apiñaba estacionada a ambos flancos del edificio que ocupaba el Gobernador de la República. Frente a las ametralladoras que le apuntaban, se mantenía el pueblo a la expectativa, mientras, dentro, las autoridades civiles y militares se disputaban agriamente la supremacía de la situación. A las 10.30 capitulaban las autoridades. Las Palmas estuvo dispuesta a defenderse. La víspera, el 18, la población se echó a la calle decidida a jugarse la vida. Pero se halló sola y desarmada. Sólo porque los que debieron conducirla, se ocultaron valerosamente. Sin armas, porque la República no había querido proporcionarlas. En la madrugada del día 18 el movimiento se hubiese sofocado?”

Con permiso del juez Luis Varela y del resto de jueces del Tribunal Supremo quise hacer un ejercicio de memoria histórica escribiendo sobre Francisco García, conocido como Pancho Cabildo, este 14 de abril aniversario de la II República. Corren aires guerracivilistas, la Falange española tiene razones para envalentonarse, para considerarse alguien en el actual paisaje político y judicial. El actual orden político levantado entre miedos y amenazas permite a los herederos del fascismo perseguir a los que intenten escribir la historia del genocidio que comenzó aquel 18 de julio de 1936. El bando azul sigue teniendo mucho poder y algunas armas. Da la sensación de que 74 años después volvemos a cometer los mismos errores que denunciaba Pancho Cabildo en sus memorias, les dejamos entrar en el Tribunal Supremo, utilizar las armas de la democracia para que persigan a quienes intentan desenterrar la memoria de las fosas comunes de la ignominia.

Francisco García fue el primer presidente socialista del cabildo de Gran Canaria. Estuvo al frente de la corporación entre marzo de 1931 y octubre de 1933. Era abogado penalista sobrino de Tomás García, uno de los fundadores, junto con Franchy Roca, del Partido Republicano Federal. Tras ser detenido el 19 de julio de 1936 estuvo encarcelado en Barranco Seco, la Isleta, Tenerife y en el campo de concentración de Gando. Allí enfermó de tifus. Los falangistas lo pusieron en libertad para que no se convirtiera en un mártir republicano. En su casa familiar de la calle Peregrina dedicó sus últimos días a escribir sus memorias. Pancho Cabildo fue dictando a su sobrino José María García los recuerdos de su paso por las distintas prisiones. Relataba cómo era la vida en las cárceles y los campos de concentración. Nombraba a los verdugos y se reservaba la identificación de las víctimas. Los folios fueron escondidos debajo del piso de madera de la casa familiar.

Los más de cien folios con sus memorias fueron entregados a Juan Sosa, un amigo personal de Pancho Cabildo. Juan escondió esas memorias, y las emparedó en su casa de Ciudad Jardín para ocultarlas bajo tras unos bloques de cemento. Con la llegada de la democracia Juan Sosa entregó las memorias a su amigo Juan Rodríguez Doreste que, de acuerdo con Juana Teresa García, las mantiene ocultas al resto de la familia. El sobrino de Pancho, José María García, que redactó los textos, intentó recuperarlas pero fue imposible. José María García era militante del Partido Comunista. La hermana de Pancho Cabildo entregó las memorias a una amiga suya, que las guardó en una caja fuerte. Fue esa amiga, Angelines Zamora, la que entregó las memorias a los hijos de José María García.

Domingo Valencia coincidió 25 días en Barranco Seco. Ayer contaba en El Correíllo de CANARIAS AHORA RADIO que Pancho Cabildo fue muy buena persona, “me enseñó a hablar, porque yo era muy joven y apenas sabía las letras”. Valencia recordaba la imagen de Pancho Cabildo haciendo los trabajos forzados en el campo de concentración de Gando. “Era buena persona”. También nos habló de Francisco García su sobrino nieto, Orlando Bravo de Laguna, que custodia los 165 escritos a máquina por su padre y está empeñado en que se publiquen.

Orlando ha tocado en las puertas de la Fundación Juan Negrín y en otros sitios donde pensaba que podría haber interés en publicar las memorias de Pancho Cabildo. Pero parece que todavía hay gente que prefiere que la memoria del primer presidente socialista del cabildo grancanario siga emparedada otros setenta años más. Quienes conocemos a Orlando Bravo de Laguna sabemos que logrará que los folios que redactó su padre en los años de miedo y represión verán la luz más pronto que tarde.

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Juan García Luján

Así lo cuenta en sus memorias: “Empecé a caminar por las calles. En la de Triana la multitud hostil al alzamiento se apiñaba estacionada a ambos flancos del edificio que ocupaba el Gobernador de la República. Frente a las ametralladoras que le apuntaban, se mantenía el pueblo a la expectativa, mientras, dentro, las autoridades civiles y militares se disputaban agriamente la supremacía de la situación. A las 10.30 capitulaban las autoridades. Las Palmas estuvo dispuesta a defenderse. La víspera, el 18, la población se echó a la calle decidida a jugarse la vida. Pero se halló sola y desarmada. Sólo porque los que debieron conducirla, se ocultaron valerosamente. Sin armas, porque la República no había querido proporcionarlas. En la madrugada del día 18 el movimiento se hubiese sofocado?”

Con permiso del juez Luis Varela y del resto de jueces del Tribunal Supremo quise hacer un ejercicio de memoria histórica escribiendo sobre Francisco García, conocido como Pancho Cabildo, este 14 de abril aniversario de la II República. Corren aires guerracivilistas, la Falange española tiene razones para envalentonarse, para considerarse alguien en el actual paisaje político y judicial. El actual orden político levantado entre miedos y amenazas permite a los herederos del fascismo perseguir a los que intenten escribir la historia del genocidio que comenzó aquel 18 de julio de 1936. El bando azul sigue teniendo mucho poder y algunas armas. Da la sensación de que 74 años después volvemos a cometer los mismos errores que denunciaba Pancho Cabildo en sus memorias, les dejamos entrar en el Tribunal Supremo, utilizar las armas de la democracia para que persigan a quienes intentan desenterrar la memoria de las fosas comunes de la ignominia.