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Migrar, la segunda oportunidad

Pero es singularmente trágico que bajo esas circunstancias tantos millones y millones de seres humanos, a lo largo de la historia, no hayan tenido siquiera la oportunidad de escenificar el papel humano que su condición de tal les otorgaba.

Al representarnos así la tragedia, la injusticia de tantos destinos humanos, hallamos que la responsabilidad de esa suerte radica en los sistemas históricos que han presidido la vida de las sucesivas generaciones. La tragedia, la injusticia estriba en el orden, en el sistema.

Por lo tanto, cualquier sistema que no le de al ser humano que sea traído al mundo la oportunidad de vivir una vida que si no es digna no será humana, es un sistema indeseable, prescindible, sorteable.

El sentido de la vida se presenta, por eso, como un lujo para los millones y millones de seres humanos a los que los sistemas históricos de organización social condenaron a penar, simplemente, para sobrevivir. En la brutalidad en la que transcurrieron tantas vidas, la humanidad difícilmente podía florecer.

Y todavía hoy continentes enteros, millones y millones de seres humanos carecen de las menores oportunidades y derechos. Así es que, ¿alguien en su sano juicio puede extrañarse de que después de haber sido traídos a esos mundos sin esperanza emprendan un segundo viaje en busca de alguna oportunidad? Migrar es volver a nacer y jugar con unas cartas mejores que las que se recibieron al nacer.

Por consiguiente, debería estar bastante claro; la gran mayoría de los que vienen hasta nosotros -los que sí tuvimos oportunidades y derechos-, no son delincuentes que huyen de la justicia, como el discurso xenófobo y aporófobo al uso trata de hacer creer, sino seres humanos que de lo que huyen, precisamente, no es de la justicia, sino de la injusticia, porque un orden económico tan injusto como el que impera hoy en el mundo es, necesariamente, la razón de que tantos y tantos millones de seres humanos emprendan el viaje, esta vez elegido, de la segunda oportunidad.“

Francisco Morote Costa

Pero es singularmente trágico que bajo esas circunstancias tantos millones y millones de seres humanos, a lo largo de la historia, no hayan tenido siquiera la oportunidad de escenificar el papel humano que su condición de tal les otorgaba.

Al representarnos así la tragedia, la injusticia de tantos destinos humanos, hallamos que la responsabilidad de esa suerte radica en los sistemas históricos que han presidido la vida de las sucesivas generaciones. La tragedia, la injusticia estriba en el orden, en el sistema.