Espacio de opinión de Canarias Ahora
Las mil y una trampas de la corrección política
El otro día una muchacha me llamó racista por decir que “bajo al chino a por birras”. Por lo visto tengo que revisar a fondo mi vocabulario más cotidiano y deconstruirme por las tardes. En este mundo todo se actualiza tan rápidamente que basta una mañana sin mirar las Redes Sociales para que cuando vuelva las palabras y las cosas que designan hayan cambiado todito su significado y las polémicas se me amontonen en el buzón.
Al primer ministro canadiense, Justin Trudeau, le ocurrió algo parecido. Resulta que hace veinte años, cuando aún no ostentaba cargo político alguno, se disfrazó de Aladino en una fiesta de disfraces con la temática de Las mil y una noches y ahora hasta sus aliados le tachan de racista, xenófobo y colonial. A pesar de haber gobernado durante cuatro años, ahora mismo su imagen pública y mayor logro es el de haber llevado la cara pintada de negro en una fiesta de disfraces. Pero el señor Trudeau, acosado por la horda biempensante y mesiánica ha pedido perdón con cara de perrillo chico. Carne pa´ la picadora.
Como sociedad posmoderna y trastornada nos encanta tomar la parte por el todo y hacer de cualquier incidente banal un chivo expiatorio que nos redima como humanidad y de paso nos evite la ardua tarea de separar la paja del trigo. Ahora le tocó al ministro canadiense, ay, una duda tengo: ¿También es racista llamar canadiense al canadiense?, ¿o eso sólo nos pasa al hablar de países sobre los que sentimos velada condescendencia y complejo de superioridad? Si alguien lo sabe, que me lo diga, que esto es un sinvivir. A ver si voy a ser racista y no me había dado cuenta. Además, una vez me disfracé de Pocahontas.
En estos dos casos encuentro algo sintomático que nos caracteriza como sociedad con tendencias psicóticas. Como si nos hubiéramos acostumbrado a tomar la parte por el todo y otorgáramos poderes totémicos a personas, palabras y actitudes según nos dé el aire y la ocasión.
“Si la estupidez (…) no se asemejase perfectamente al progreso, el ingenio, la esperanza y la mejoría, nadie querría ser estúpido”, que señalara Robert Musil y me recordara Alain Deneault en una columna reciente publicada en El País y titulada Cuando los mediocres toman el poder.
Y si no díganme si no les parece una estupidez la iniciativa que ha tomado el gobierno vasco para fomentar la igualdad entre hombres y mujeres. Ahora resulta que ampliar la cocina y tirar el tabique que la separa del salón es la solución a todos nuestros problemas. Yo añadiría pintarlas de gris, que es un color que no tiene género, a diferencia del rosa o el azul, ya se sabe. De hecho, ya puestos, prohibiría ambos colores por ser claramente opresores y hetero-patriarcales. Seguro que tras esta adorable medida las mujeres soportaremos mejor las cargas familiares, con una cocina tan cuqui la inestabilidad laboral y económica que condena a mujeres y hombres a situaciones de exclusión social será una cosa sin importancia. Ay, virgencita.
Lo dicho, yo por si acaso voy pintando la cocina y ya me deconstruyo mañana, que hoy me da pereza.
El otro día una muchacha me llamó racista por decir que “bajo al chino a por birras”. Por lo visto tengo que revisar a fondo mi vocabulario más cotidiano y deconstruirme por las tardes. En este mundo todo se actualiza tan rápidamente que basta una mañana sin mirar las Redes Sociales para que cuando vuelva las palabras y las cosas que designan hayan cambiado todito su significado y las polémicas se me amontonen en el buzón.
Al primer ministro canadiense, Justin Trudeau, le ocurrió algo parecido. Resulta que hace veinte años, cuando aún no ostentaba cargo político alguno, se disfrazó de Aladino en una fiesta de disfraces con la temática de Las mil y una noches y ahora hasta sus aliados le tachan de racista, xenófobo y colonial. A pesar de haber gobernado durante cuatro años, ahora mismo su imagen pública y mayor logro es el de haber llevado la cara pintada de negro en una fiesta de disfraces. Pero el señor Trudeau, acosado por la horda biempensante y mesiánica ha pedido perdón con cara de perrillo chico. Carne pa´ la picadora.