Espacio de opinión de Canarias Ahora
El ministro Alonso y Afganistán
Algunos aliados, como por ejemplo Canadá, ya piensan en regresar a casa. El debate provocado en la OTAN tiene difícil solución por la falta de resultados en materia de reconstrucción y la muerte de cada día más civiles inocentes por las operaciones aéreas y terrestres. Desde el principio, los aliados de Estados Unidos se dedicaron a tareas de seguridad, instalándose en los lugares menos arriesgados, empezando por Kabul. Sólo así algunos gobiernos convencieron a su opinión pública para comprometerse en Afganistán. La caza de talibanes y la destrucción de su entorno civil correspondían a la operación Libertad Duradera. Posteriormente, estadounidenses y británicos intentaron que todos se implicaran en las iniciativas bélicas, aunque el secretario general de la OTAN, Jaap de Hoop Scheffer, considerara que “la solución final en Afganistán no puede ser ni será de carácter militar”. Con los matices que se quieran, hay al menos dos posiciones en la OTAN. Estados Unidos y el Reino Unido aspiran al control de Afganistán, para lo que necesitan aplastar cualquier signo de resistencia. A esa tarea se dedican, cosechando balances frustrantes. Solicitan constantemente más soldados y armas. El ministro Alonso lo ve de otra manera: “No estamos en Afganistán en una acción bélica sino, según Naciones Unidas, para el mantenimiento de la seguridad, a fin de que las autoridades afganas y personal de Naciones Unidas y otro personal civil internacional dedicado a operaciones humanitarias y de reconstrucción pueda actuar en un entorno seguro”. Los aliados se encuentran atrapados entre estas dos opciones, pero las decisiones importantes corresponde a los gringos. Los demás juegan el papel de furgón de cola en un tren ajeno. La discusión dentro de la OTAN proviene del fracaso de los planes sobre progreso, democracia y estabilidad anunciados tras la invasión, ocurrida el 7 de octubre de 2001 por tropas estadounidenses y británicas. Fue una decisión adoptada por Washington desde julio del mismo año, dos meses antes del fatídico 11 de septiembre.La mayor parte de la ayuda internacional terminó en manos de funcionarios corruptos o dedicada a la custodia del presidente Karzai recluido en la capital, además de financiar gastos militares. La reconstrucción brilla por su ausencia. El país sigue siendo un reino de taifas controlados con puño de hierro por los señores de la guerra. Crece la resistencia, las operaciones militares occidentales, la miseria, la lucha por la sobrevivencia, la producción de opio ante la mirada cómplice de las fuerzas extranjeras. Naciones Unidas asegura que el cultivo de la adormidera para opio aumentó considerablemente (un 49%) respecto al año pasado. El cultivo en 2006 alcanzó la plusmarca de 165.00 hectáreas en comparación con las 7.606 bajo los talibanes. ¿De qué tareas de reconstrucción cabe hablar en semejantes condiciones? Los ministros Alonso y Jung tienen razón. Sólo falta decidir el repliegue de sus propias fuerzas. Rumbo a casa.
Rafael Morales
Algunos aliados, como por ejemplo Canadá, ya piensan en regresar a casa. El debate provocado en la OTAN tiene difícil solución por la falta de resultados en materia de reconstrucción y la muerte de cada día más civiles inocentes por las operaciones aéreas y terrestres. Desde el principio, los aliados de Estados Unidos se dedicaron a tareas de seguridad, instalándose en los lugares menos arriesgados, empezando por Kabul. Sólo así algunos gobiernos convencieron a su opinión pública para comprometerse en Afganistán. La caza de talibanes y la destrucción de su entorno civil correspondían a la operación Libertad Duradera. Posteriormente, estadounidenses y británicos intentaron que todos se implicaran en las iniciativas bélicas, aunque el secretario general de la OTAN, Jaap de Hoop Scheffer, considerara que “la solución final en Afganistán no puede ser ni será de carácter militar”. Con los matices que se quieran, hay al menos dos posiciones en la OTAN. Estados Unidos y el Reino Unido aspiran al control de Afganistán, para lo que necesitan aplastar cualquier signo de resistencia. A esa tarea se dedican, cosechando balances frustrantes. Solicitan constantemente más soldados y armas. El ministro Alonso lo ve de otra manera: “No estamos en Afganistán en una acción bélica sino, según Naciones Unidas, para el mantenimiento de la seguridad, a fin de que las autoridades afganas y personal de Naciones Unidas y otro personal civil internacional dedicado a operaciones humanitarias y de reconstrucción pueda actuar en un entorno seguro”. Los aliados se encuentran atrapados entre estas dos opciones, pero las decisiones importantes corresponde a los gringos. Los demás juegan el papel de furgón de cola en un tren ajeno. La discusión dentro de la OTAN proviene del fracaso de los planes sobre progreso, democracia y estabilidad anunciados tras la invasión, ocurrida el 7 de octubre de 2001 por tropas estadounidenses y británicas. Fue una decisión adoptada por Washington desde julio del mismo año, dos meses antes del fatídico 11 de septiembre.La mayor parte de la ayuda internacional terminó en manos de funcionarios corruptos o dedicada a la custodia del presidente Karzai recluido en la capital, además de financiar gastos militares. La reconstrucción brilla por su ausencia. El país sigue siendo un reino de taifas controlados con puño de hierro por los señores de la guerra. Crece la resistencia, las operaciones militares occidentales, la miseria, la lucha por la sobrevivencia, la producción de opio ante la mirada cómplice de las fuerzas extranjeras. Naciones Unidas asegura que el cultivo de la adormidera para opio aumentó considerablemente (un 49%) respecto al año pasado. El cultivo en 2006 alcanzó la plusmarca de 165.00 hectáreas en comparación con las 7.606 bajo los talibanes. ¿De qué tareas de reconstrucción cabe hablar en semejantes condiciones? Los ministros Alonso y Jung tienen razón. Sólo falta decidir el repliegue de sus propias fuerzas. Rumbo a casa.
Rafael Morales