Espacio de opinión de Canarias Ahora
¿Qué modelo para canarias?
El domingo 23 de noviembre era el día elegido por el Gobierno Autonómico para celebrar la consulta sobre las prospecciones petrolíferas en aguas canarias. Una consulta que, presuntamente por imperativos legales, tomaba la forma de una pregunta ambigua y timorata, que no cuestionaba lo fundamental; pero ni con esas: en Madrid, una vez más, habían decidido taparle la boca a la gente. Esas señorías encorbatadas, que ya no pueden disimular con trajes de Armani ni con perfume de París el tufo a detritus que exhalan por tanta corruptela, esos ejecutivos de la gran empresa devenidos administradores públicos, esos caciques e hijos de caciques y de funcionarios franquistas, conchabados con la peor oligarquía parasitaria en consejos de administración y juntas de accionistas, ahítos por el festín del saqueo, vienen a decirnos que no podemos decidir nuestro futuro, que no podemos pronunciarnos sobre aquello que nos resulta vital, que no tenemos capacidad para deliberar y elegir qué camino nos conviene. No habrá consulta y las prospecciones ya han dado comienzo, con el ejército español haciendo las veces de una compañía de seguridad privada, con una persona herida y hospitalizada, resultados geológicos inciertos y un daño al ecosistema garantizado. Todo en medio de una campaña de mentiras a la población sobre los beneficios económicos del crudo por parte del ministro de Industria -que ya prepara su entrada por las puertas giratorias de la empresa privada y se despide para siempre de su Telde natal, a donde no podrá volver sin escolta- y una vergonzosa puesta en escena publicitaria a cargo de la multinacional Repsol. Ese es el progreso que nos trae la derecha recalcitrante que gobierna en Madrid, a dos mil kilómetros de distancia.
Y sin embargo, la misma idea de progreso esconde una trampa que no siempre es tenida en cuenta: el progreso, entendido como crecimiento permanente y desarrollo ilimitado de las fuerzas productivas, es el dogma incuestionable en la ideología neoliberal que nos gobierna. Ese progreso que avanza a ciegas, como una apisonadora sin control, encierra siempre, junto a los balances económicos, una contrapartida de ruina y devastación de los territorios y las poblaciones más frágiles, una homologación cultural en torno al consumismo sin fronteras y la desaparición no sólo de la diversidad natural, sino también de los saberes, lenguas y manifestaciones artísticas que no encajan con los patrones dominantes al tiempo que tiene lugar la reducción de la realidad humana en su conjunto al común denominador de las ganancias económicas. Todo se sacrifica en el altar del progreso, antesala del reino de la mercancía. Marx lo supo ver con clarividencia ya en el siglo XIX, y, a lo largo del siglo XX, autores tan dispares como el alemán Walter Benjamin o el italiano Pier Paolo Pasolini nos alertaron sobre la deshumanización fascista que llegaba a lomos de esta ideología y que ni siquiera la izquierda política fue capaz de conjurar. Por eso, cuando la locomotora de alta velocidad de este nuevo fascismo amenaza con descarrilar y llevarnos a todos por delante, lo que hay que hacer es echar el freno de emergencia y pararnos a recapacitar.
“¿Cree usted que Canarias debe cambiar su modelo medioambiental y turístico por las prospecciones de gas o petróleo?” Esa era la pregunta descafeinada que el Gobierno Canario, comandado por planteamientos políticos herederos del más tibio regionalismo, lanzó a la opinión pública. El Partido Popular, fuertemente alérgico a cualquier tipo de consulta ciudadana, no tardó en manifestar su voluntad de impedir que tal consulta se llevase a término. El conservadurismo del Tribunal Constitucional hizo el resto. Al margen del despropósito de unas leyes que consagran el interés de los poderosos por encima de la voluntad de la mayoría, debemos preguntarnos si la pregunta en sí no oculta una realidad aún más dolorosa: ¿es nuestro modelo medioambiental y turístico algo que deba ser defendido? Porque lo cierto es que un modelo turístico y medioambiental basado en la construcción desenfrenada y la depredación del territorio no es algo de lo que debamos sentirnos orgullosos, por muchos turistas low cost que nos traigan las ofertas de los turoperadores. Con los datos de ocupación hotelera y número de visitantes que continuamente nos ofrecen los medios, ¿cómo es que Canarias sigue siendo una de las comunidades más pobres del Estado? ¿Cómo es que las tasas de desempleo son tan altas? ¿A qué bolsillos van a parar los pingües beneficios de una industria tan boyante? Aquí, en la colonia, la respuesta siempre es la misma: no sabe, no contesta.
En septiembre de 2009, hace ya cinco años, un nutrido grupo de ciudadanos firmaban una carta abierta en la cual se denunciaba esta situación secular: “En nuestras islas, el desarrollismo especulativo, y su corolario de corrupción, ha alcanzado cotas insufribles. Canarias presenta cifras alarmantes: una renta per cápita muy por debajo de la media nacional, un desempleo entre los más altos de todo el país, una incapacidad de crear empleo estable, los más altos índices de fracaso escolar, una cobertura social insuficiente y en continuo deterioro, en definitiva un sombrío panorama, ante el que nuestros plutócratas sólo dan muestras de desconcierto y permanente subordinación de los intereses generales a sus estrechos intereses empresariales. Una actitud que forma parte de la general incapacidad de los gobernantes de hacer posible un mundo distinto desde unos gobiernos débiles, sometidos al poder de un capitalismo insaciable, con unos ciudadanos que hemos ido dejando en las manos de unos y de otros la plural y realmente democrática gobernación”. Cinco años después, ese “sombrío panorama”, que denunciaban los firmantes del documento que se dio a conocer como “Otra Canarias es posible”, ha llevado la situación social y política a unos niveles de descomposición que ya no estamos dispuestos a tolerar.
Un nuevo ciclo político se abre en todo el Estado, en el cual la ciudadanía ya no es un mero sujeto pasivo que se conforma con la alternancia de las dos o tres opciones electorales de turno, sino que exige empoderarse y reclama para sí la mayoría de edad. Las dificultades serán innumerables, la herencia de los gobiernos precedentes estará envenenada, pero valdrá la pena dar la batalla. Y aquí, en Canarias, habremos de usar toda nuestra voluntad, nuestra inteligencia y nuestro talento para darle la vuelta a una problemática que ya dura demasiado. Todos los sectores sociales están llamados a participar en el cambio que se avecina.
El domingo 23 de noviembre era el día elegido por el Gobierno Autonómico para celebrar la consulta sobre las prospecciones petrolíferas en aguas canarias. Una consulta que, presuntamente por imperativos legales, tomaba la forma de una pregunta ambigua y timorata, que no cuestionaba lo fundamental; pero ni con esas: en Madrid, una vez más, habían decidido taparle la boca a la gente. Esas señorías encorbatadas, que ya no pueden disimular con trajes de Armani ni con perfume de París el tufo a detritus que exhalan por tanta corruptela, esos ejecutivos de la gran empresa devenidos administradores públicos, esos caciques e hijos de caciques y de funcionarios franquistas, conchabados con la peor oligarquía parasitaria en consejos de administración y juntas de accionistas, ahítos por el festín del saqueo, vienen a decirnos que no podemos decidir nuestro futuro, que no podemos pronunciarnos sobre aquello que nos resulta vital, que no tenemos capacidad para deliberar y elegir qué camino nos conviene. No habrá consulta y las prospecciones ya han dado comienzo, con el ejército español haciendo las veces de una compañía de seguridad privada, con una persona herida y hospitalizada, resultados geológicos inciertos y un daño al ecosistema garantizado. Todo en medio de una campaña de mentiras a la población sobre los beneficios económicos del crudo por parte del ministro de Industria -que ya prepara su entrada por las puertas giratorias de la empresa privada y se despide para siempre de su Telde natal, a donde no podrá volver sin escolta- y una vergonzosa puesta en escena publicitaria a cargo de la multinacional Repsol. Ese es el progreso que nos trae la derecha recalcitrante que gobierna en Madrid, a dos mil kilómetros de distancia.
Y sin embargo, la misma idea de progreso esconde una trampa que no siempre es tenida en cuenta: el progreso, entendido como crecimiento permanente y desarrollo ilimitado de las fuerzas productivas, es el dogma incuestionable en la ideología neoliberal que nos gobierna. Ese progreso que avanza a ciegas, como una apisonadora sin control, encierra siempre, junto a los balances económicos, una contrapartida de ruina y devastación de los territorios y las poblaciones más frágiles, una homologación cultural en torno al consumismo sin fronteras y la desaparición no sólo de la diversidad natural, sino también de los saberes, lenguas y manifestaciones artísticas que no encajan con los patrones dominantes al tiempo que tiene lugar la reducción de la realidad humana en su conjunto al común denominador de las ganancias económicas. Todo se sacrifica en el altar del progreso, antesala del reino de la mercancía. Marx lo supo ver con clarividencia ya en el siglo XIX, y, a lo largo del siglo XX, autores tan dispares como el alemán Walter Benjamin o el italiano Pier Paolo Pasolini nos alertaron sobre la deshumanización fascista que llegaba a lomos de esta ideología y que ni siquiera la izquierda política fue capaz de conjurar. Por eso, cuando la locomotora de alta velocidad de este nuevo fascismo amenaza con descarrilar y llevarnos a todos por delante, lo que hay que hacer es echar el freno de emergencia y pararnos a recapacitar.