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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Mokhtar, el emigrante

Es moreno, no muy alto, y tiene los ojos grandes.

Se llama Mokhtar y está haciendo prácticas en una peluquería. Hace un mes cumplió los dieciocho.

-¿Qué se va a hacer? -me preguntó. Lo miré un par de veces antes de contestarle. Luego me colocó una bata, una toalla sobre los hombros y empezó a inspeccionar mi cabeza con sus ágiles dedos que no se detenían, mientras yo le explicaba que quería renovar mis mechas.

Se produjo un silencio, una sensación de irrealidad.

Cuando ya tenía preparado el tinte aparecieron mis peluqueras de toda la vida. Me sentí aliviada. Él se quedó cerca observando cómo Yaiza deslizaba el pincel sobre mi cabello, mientras la dueña del negocio le daba instrucciones. Yo lo miraba por el espejo, reparaba en sus movimientos, en cómo iba vestido, en su mirada que revelaba mucho. Pensé un montón de cosas. Estaba desconcertada, y no sé por qué quise saber algo de él, así que me incliné y le dije:

-¿Cómo llegaste a esta isla?

-Vine en una patera en el 2007, el 18 de enero.

Me giré y le miré a los ojos. Sentí emoción y respeto.

Me contó que su viaje duró cuatro días. Fue una aventura terrible, decía mientras sondeaba en su recuerdo. Navegábamos en un mar inmenso, sentados sin poder movernos, apretados y manteniendo el equilibrio cuando las olas explosivas parecía que nos iban a envolver. No se veía ni se escuchaba nada, solo el eco atronador del silencio y los impetuosos golpes de viento que empujaba la patera. Cuatro días sobre la gran manta del océano cubierta por un halo de niebla.

Me daba miedo, me acordaba de que no sabía nadar.

Los más viejos, continuaba, establecieron turnos entre los más jóvenes para achicar el agua. De noche velábamos el mar, un mar que era un monstruo oscuro y acechante. De día era un horno, escuchábamos sus ráfagas feroces, aguardábamos la sentencia. Hicimos guardias para evitar el naufragio. Hubo un momento que la patera casi se hunde. Fue horrible, mis compañeros gritaban. Vomitaba y sentía que se me iba a arrancar el cuerpo.

Luego añadió con una sonrisa triste:

-Mientras dormitábamos los compañeros se robaban unos a otros los tesoros que guardábamos en las mochilas, en la mía había unas zapatillas deportivas, un chándal y un bocadillo, todo desapareció. No alcancé a comer nada. El mar retumbaba con un aroma mortal, creíamos que nos iba a engullir. Me agarré, cerré los ojos. Me sujeté a la patera. Creí que todo se iba a desvanecer y me puse a rezar.

Mokhtar no paraba de hablar, parecía una historia dentro de otra historia, sin puntos ni comas.

-Mi padre me dijo que marcharme de Marruecos era insensato, mientras cabizbajo me recordaba que hacía unos días había naufragado una patera donde iba un primo mío, todos habían muerto. Él deseaba que me hiciera policía, que me hiciera un futuro allí. Yo tenía claro que no podía seguir su consejo. Vivíamos cerca de Sidi Ifni en un pueblo donde se hace el aceite de argan. Pedí dinero a toda la familia y poco a poco reuní los 500 euros que necesitaba para embarcar.

- Una noche sin luna llegamos a La Graciosa. Mis amigos y yo, asustados, nos tiramos al agua y no nadamos, corrimos. Mouloud se partió una pierna al tropezar con unas rocas afiladas. Los demás se escondieron, querían escapar. Nadie nos esperaba. A mí me parecía que la isla daba vueltas y estaba aterido. Me extrañó que hiciese tanto frío.

- Cerca de la playa nos encontramos con un señor, que nos dio mantas y comida, nos preguntó si queríamos que llamara a la policía. Sabíamos que eso era lo mejor. Yo tenía dieciséis años y mis amigos eran aún más pequeños. Estábamos exhaustos. Por la tarde nos subieron en un barco rumbo a Lanzarote, nos sometieron a pruebas óseas. Luego nos ubicaron en celdas y nos dieron de comer un bocadillo de pavo con queso amarillo. Como no sabíamos lo que era, lo tiramos, sólo comimos el pan. Yo soy musulmán.

- Durante dos años he permanecido en Centros de Acogida. He aprendido muchas cosas, y en los talleres hice un curso de Peluquería.

Pero al cumplir los 18 el Gobierno me ha dado un plazo de tres meses para regularizar mi situación. En tan poco tiempo es tan difícil como hacer un viaje a la luna. He tenido suerte porque mi maestra habló con mi jefa, y se ha convertido en mi hada madrina. Ahora vivo en su casa, hago las prácticas de mis estudios en su Salón y pronto tendré mis papeles.

Estoy deseando volver a la peluquería para hablar con Mokhtar, para escuchar sus aventuras, sus secretos. Los secretos y las penalidades de los miles de jóvenes que llegan a nuestras tierras en una patera.

Rosario Valcárcel

Es moreno, no muy alto, y tiene los ojos grandes.

Se llama Mokhtar y está haciendo prácticas en una peluquería. Hace un mes cumplió los dieciocho.