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El muro

Aproveché la ocasión y como buen turista, me hice las fotos de rigor haciendo el gamba junto a los graffitis que adornaban aquellos trozos de pared. Y seguí a lo mío. Sin embargo, ya de vuelta en casa y repasando las fotos, me dio por pensar la cantidad de gente que habría pasado durante años junto a aquellos pedazos de muro deseando cruzar al otro lado. O soñando con su caída.

Aquel era el símbolo de un mundo en extinción, pero, si lo pensamos bien, el mundo sigue lleno de muros. Los hay de todo tipo, color y condición. Desde la Muralla China, espectacular, pero un muro grande y viejo al fin y al cabo, hasta los muros pequeños que nos rodean en lo cotidiano. Por definición, están construidos para separar un espacio de otro, para contener, sujetar, aislar o mantener.

Aunque los pueblos de la antigüedad ya los usaron de manera extensa, con el tiempo fuimos perfeccionando su diseño. Ya no necesitábamos gruesas y densas paredes de piedra para separarnos los unos de los otros, fuimos aprendiendo a construir vallas a las que después incluso pusimos electricidad y concertinas en su extremo más alto para que fueran imposibles de saltar. Ahí están la frontera de México y Estados Unidos, Chipre o Ceuta y Melilla.

Seguimos recurriendo a los muros, claro está, y dividiendo a la gente en categorías. Nosotros ricos, ustedes pobres; aquí europeos, allí el resto del mundo; dentro derechos, fuera la ley del más fuerte; a un lado la civilización y al otro la barbarie. En Palestina lo volvimos a hacer y en el Sahara, muros por todas partes.

Pero el sabio ser humano no se iba a detener aquí. Todos estos ejemplos no son sino la muestra de los muros mentales que nos lastran y nos impiden ver el mundo tal cual es en su maravillosa y complementaria variedad, pero es que también hemos inventado una nueva categoría: los muros invisibles de papel.

La semana pasada en el Congreso de los Diputados, sus señorías diputados y diputadas, casi de puntillas y camuflados mediáticamente por el secuestro del Alakrana y otros asuntos, pusieron un nuevo bloque y elevaron un metro más ese muro de papel llamado Ley de Extranjería que rodea a nuestro país.

No me extenderé en los detalles restrictivos de esta reforma legal que restringe derechos a los otros, a los de fuera del muro, que de eso ya se ocupan otros mucho mejor que yo (ampliación a 60 días de la retención, trabas a la reagrupación familiar, etc.) Sólo quería dejar constancia de que hay paredes que no vemos que son a veces mucho peores que las que sí podemos ver. Y si tanto nos vanagloriamos de que otros hayan sido capaces de derribar el muro de Berlín, quizás deberíamos poner el mismo empeño en tirar abajo nuestros propios muros.

Puede seguir a este autor en http://pepenaranjo.blogspot.com

José Naranjo

Aproveché la ocasión y como buen turista, me hice las fotos de rigor haciendo el gamba junto a los graffitis que adornaban aquellos trozos de pared. Y seguí a lo mío. Sin embargo, ya de vuelta en casa y repasando las fotos, me dio por pensar la cantidad de gente que habría pasado durante años junto a aquellos pedazos de muro deseando cruzar al otro lado. O soñando con su caída.

Aquel era el símbolo de un mundo en extinción, pero, si lo pensamos bien, el mundo sigue lleno de muros. Los hay de todo tipo, color y condición. Desde la Muralla China, espectacular, pero un muro grande y viejo al fin y al cabo, hasta los muros pequeños que nos rodean en lo cotidiano. Por definición, están construidos para separar un espacio de otro, para contener, sujetar, aislar o mantener.